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¿Más allá de Irak?

Estados Unidos es una democracia muy imperfecta. La mitad de su ciudadanía no puede o no quiere votar en las elecciones presidenciales y menos de la mitad va a votar en las inminentes elecciones al Congreso. Los procesos de formación de opinión se han visto sustituidos, en gran medida, por la manipulación. La ciudadanía soberana de la filosofía liberal está más presente en los textos académicos que en la práctica política, sobre todo por lo que respecta a la política exterior y militar. En ese terreno lo que vemos es una usurpación presidencial del poder, una belicosidad popular y un chovinismo que anulan el debate, la creación deliberada de una atmósfera de miedo y una conciencia nacional tranquila y segura de estar cumpliendo la voluntad de Dios. Los intelectuales suministran figuras dispuestas a justificar y funcionarios dispuestos a administrar un imperio aparentemente democrático pero que, en realidad, se basa en el plebiscito. Los dirigentes empresariales y financieros del país son quienes tienen el dinero y, por consiguiente, el poder supremo.

La catástrofe de Irak recuerda a la de Vietnam por la peculiar fusión de ignorancia y fariseísmo del grupo partidario de la guerra. Como en Vietnam, las dudas y los enfrentamientos en los círculos dirigentes se han extendido a la población. Lyndon Johnson sabía que había estado muy mal asesorado en Vietnam, pero los custodios del poder de Estados Unidos, los sabios (un comité ejecutivo extraoficial), le insistieron en que siguiera adelante. Sus consejos sobre cómo terminar la guerra en 1968 desembocaron en la salida del secretario de Defensa McNamara, una oferta de negociaciones a los vietnamitas y la retirada del presidente de la vida pública. El presidente Bush puede alegar que cuenta con más legitimidad popular que Johnson (que ganó las elecciones en 1964 con la declaración de que los republicanos iban a ir a la guerra). Ahora que la guerra ha minado esa legitimidad, ¿ha pedido Bush ayuda a esas élites a las que su familia ha servido durante tres generaciones?

La Casa Blanca mostró una visible falta de entusiasmo cuando el Congreso pidió a un grupo de ciudadanos que constituyeran un "Grupo de Estudios sobre Irak". Sus presidentes son el antiguo secretario de Estado Baker y el ex congresista demócrata Lee Hamilton. Baker, claramente el hombre fuerte del grupo, es buen amigo de la familia Bush. El grupo incluye asimismo a su homólogo en el entorno de los Clinton, el abogado Vernon Jordan, y al ex jefe de gabinete del presidente Clinton, Leon Panetta. Al principio, Baker y Hamilton dijeron que no iban a hablar hasta después de las elecciones, pero ahora Baker ha dicho que es partidario de que haya conversaciones directas con Irán y Siria y que es preciso revisar con espíritu crítico la situación iraquí. También ha declarado que hay que examinar todo el problema de Oriente Próximo en su conjunto: es evidente que no se refiere a los derechos de la mujer en Arabia Saudí, sino a los palestinos. Con un llamativo giro en su retórica habitual, la secretaria de Estado, Condoleezza Rice, acaba de asegurar que está deseando ver un Estado palestino. Hace sólo unas semanas, ofrecía su apoyo total a Israel, con los hechos y con unas palabras evocadoras de las referencias de los cristianos fundamentalistas al Apocalipsis. Desde luego, es posible que el cambio sea meramente retórico.

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La reaparición de Baker ha puesto nerviosos a los defensores de Israel en Estados Unidos. Se desconcertaron, hace unas semanas, cuando el Consejo de Relaciones Exteriores ignoró sus objeciones y se reunió con el presidente iraní. El Consejo es un poderoso instrumento del imperio. Su presidente, Richard Haass, fue asesor sobre Oriente Próximo del primer presidente Bush y trabajó para el secretario de Estado Powell. Una nueva biografía de este último presenta a un hombre que lamenta su conformidad con políticas que sabía que iban a fracasar. Desde luego, Haass no actuó por su cuenta al invitar al líder iraní, y quienes le animaron a hacerlo preveían seguramente las protestas del lobby israelí; el hecho de que no las tuvieran en cuenta dice mucho sobre cuáles son sus prioridades.

Algunos grupos judíos están formando un grupo de presión que se oponga al que dirigen los aliados estadounidenses de la derecha israelí. Hace un tiempo lograron detener una iniciativa del Congreso que pretendía que Estados Unidos colaborara con Israel en la destrucción del Estado palestino (en lugar de limitarse a consentir los esfuerzos israelíes). Los grupos judíos próximos a los maximalistas israelíes están movilizando a los judíos estadounidenses en contra de quienes critican a Israel. El historiador Tony Judt ha sido denunciado por comentar que, con una gran minoría árabe y una población árabe sometida, el nacionalismo étnico de Israel es insostenible. Tiene razón -y muchos israelíes lo reconocen- al poner en tela de juicio el futuro de un Estado que sólo encuentra justificación en un enfrentamiento permanente con sus enemigos.

La campaña electoral, en sus últimas semanas, parece necesitar como cronista a Woody Allen. El nivel de vida del ciudadano medio está empeorando, Irak está en pleno caos, la gente piensa que el presidente no dice la verdad y que el Congreso está plagado de corrupción. Los demócratas han centrado su interés en la presunta conducta sexual inapropiada de un os-curo republicano de Florida, ridiculizado ahora con un fervor indecente por sus antiguos amigos en el partido, que temen perder el respaldo de los republicanos de la Biblia; la incomodidad de estos últimos respecto a las relaciones heterosexuales sólo se ve superada por el odio que sienten hacia la homosexualidad.

Los demócratas no pueden hablar de los temas importantes porque no tienen proyectos de conjunto. Aseguran que pueden dirigir con más eficacia la "guerra contra el terror", pero no son capaces de poner en duda sus fundamentos.

Repiten las críticas de Bush sobre las armas nucleares de Corea del Norte y los planes iraníes de construir otras, pero no tienen nada que decir sobre las armas estadounidenses y se callan sobre las de Israel. Muchos de sus expertos en política exterior hablan, no para proponer ideas y debatirlas en público, sino para preparar sus candidaturas a diversos puestos en el próximo Gobierno de su partido. Muchos tienen miedo de decir lo que de verdad opinan sobre Oriente Próximo y casi todos repiten hasta la saciedad los tópicos sobre la "responsabilidad" de Estados Unidos en el mundo. Por supuesto, a gran parte del mundo le gustaría experimentar mucha menos "responsabilidad" estadounidense, ya sea en la variedad milenarista de los republicanos o en las versiones aparentemente más laicas de los demócratas.

Algunos de ellos han respaldado la infinita (y absurda) guerra permanente por la libertad de Bush: como en el caso de los republicanos, los que más insisten en luchar son los que tienen menos probabilidades de servir en el ejército.

Si ganaran los demócratas, en gran parte como consecuencia de la guerra de Irak, la presidencia del Comité de Relaciones Internacionales de la Cámara irá a parar a uno de los defensores más incondicionales de dicha guerra, Tom Llantos, que es además el único superviviente del Holocausto en el Congreso y también defensor incondicional de Israel.

Ahora bien, los legisladores más importantes del próximo año, gane el partido que gane, serán Baker y su grupo, que no ocupan ningún cargo pero que trabajan en favor de los intereses de las clases dirigentes. Los representantes de Clinton en este grupo quieren mantener abiertas las puertas de Pennsylvania Avenue para la proyectada llegada de la senadora Clinton a la Casa Blanca en 2009. Baker desea restaurar el poder del imperio estadounidense, tras los devaneos de Bush con las fantasías de omnipotencia imperial. El grupo acordará una retirada limitada de Irak y tal vez la imposición de ciertas concesiones de Israel a los palestinos. Quizá convenzan a Bush para que entable unas negociaciones limitadas con Irán y Siria. No van a poner en duda la ideología ni la estructura del poder imperial. No crearán un nuevo consenso bipartidista sobre el papel de Estados Unidos en el mundo, pero sí pondrán en práctica un armisticio interno basado en el consenso anterior para evitar el peligro de que la oposición al imperio se convierta en un elemento del proceso político general. Ése es un punto en el que las dinastías de los Bush y los Clinton están de acuerdo. Y el Congreso, con algunas disidencias, les seguirá.

Hace varios años, el Consejo Nacional de Inteligencia de la CIA elaboró un documento muy interesante, Mapping The Global Future (El mapa del futuro mundial), que abordaba el mundo que Estados Unidos tendrá que afrontar en 2020. Mostraba conflictos e inestabilidad en todas partes fuera de nuestras fronteras. Lo que no decía (seguramente no podía decir) era que contar por adelantado con que la política y la sociedad estadounidenses serán estables es una tontería. La Casa Blanca de Bush ha mezclado la oración, las armas devastadoras y las falsedades sistemáticas. El grupo de Baker propone lidiar con un mundo resistente trozo a trozo. Pero ese mundo está cambiando más deprisa que la capacidad de controlarlo de los realistas. Incluso un personaje tan serio y experimentado como Baker no es, a la hora de la verdad, más que un negociador de Texas. ¿Y si el resto del mundo no quiere pactar? Estoy pensando poner una pegatina en mi coche: "Estoy en contra de la próxima guerra".

Norman Birnbaum es profesor emérito en la Facultad de Derecho de Georgetown. Autor, entre otros libros, de Después del progreso. Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.

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