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Cualquier tiempo pasado...

Desde las coplas de Jorge Manrique, la cantinela de que cualquier tiempo pasado fue mejor ha sido entonada por toda generación que, habiendo sido protagonista de algo en tiempos pretéritos, pretende dar lecciones a las generaciones que le siguen como si éstas no estuvieran preparadas para la tarea y ellos, los de antes, sí que lo estaban y ¡cuánto!

Viene esto a cuento de la crónica que publicó EL PAÍS el pasado 19 de octubre sobre una "larga charla en una comida del club siglo XXI" mantenida por el diputado Alfonso Guerra. No tengo otra fuente de información, por lo que me atengo a lo publicado en dicha noticia y como soy de la generación de Guerra y compartí con él desde la dirección del PSOE los avatares de la transición democrática de finales de los setenta y comienzos de los ochenta, me gustaría puntualizar algunos comentarios del ex vicepresidente del Gobierno y ex vicesecretario del PSOE.

En primer lugar, existe una tendencia muy generalizada a idealizar la transición democrática, el famoso consenso, el espíritu constitucional y la grandeza inigualable de los líderes de la época. Cínica y egoístamente podría darla por buena, me incluiría en el olimpo de una generación sobresaliente en un país ideal. Por desgracia no era así. Vivíamos en unos momentos ilusionantes pero también tumultuosos, con un terrorismo terrible y un golpismo latente, y pronto se empezó a hablar de desencanto, ¿lo recuerdan?, y la sociedad era más pacata, temerosa y atrasada de lo que es hoy. Dice Alfonso Guerra que "ha bajado mucho el nivel de los líderes si se les compara con los de entonces". ¿De verdad? Yo recuerdo que eran, éramos, unos pardillos con muy buenas intenciones pero sin mucha idea de lo que teníamos entre manos y que cometimos muchos errores y torpezas. En general, los líderes de hoy están mejor preparados, tienen más oficio y profesionalidad que los de entonces, aunque como es natural hayan aprendido de aquellos que no tuvieron, eso es cierto, maestros en los que apoyarse.

En cuanto al llamamiento que hace Guerra al PSOE para que recupere el "espíritu constitucional", pienso que es innecesario porque la generación Zapatero, ya lo dije en otro artículo, está teniendo el acierto de hacer una lectura abierta y amplia de la Constitución, que justamente fue lo que inspiró el "espíritu constitucional", que no se tomara la Constitución como un monumento de piedra, sagrado e inamovible. Su aplicación y desarrollo no puede ser la misma en el 2006 que en 1978, entre otras razones porque el país ha cambiado y para bien, gracias en parte a aquella generación, y hoy está mucho más secularizada, es más cívica, más progresista y con más convicciones descentralizadoras. Y porque, tras la experiencia exitosa de veinticinco años de los primeros estatutos de autonomía, se imponen cambios y mejoras en muchos de ellos.

Estoy de acuerdo con Guerra, entre otras afirmaciones, acerca del excesivo poder de los nacionalismos periféricos en la política española, pero eso se debe a la ley electoral que hicimos entonces y al frecuente mal uso que los grandes partidos han hecho de las mayorías absolutas cuando las han tenido en las Cortes; con cierta tendencia pendular, han hecho que el electorado les regatee apoyos amplios a cambio del mal menor (?) de depender de los nacionalismos. El mismo Guerra confiesa que él es centralista, lo que encaja mal con los tiempos, mucho más inclinados a la descentralización, que por otra parte ha dado magníficos resultados. No podría explicarse el avance extraordinario de España en los últimos treinta años sin ese magnífico invento, de la generación anterior, del Estado de las autonomías.

Las reticencias de Guerra con las autonomías no son nuevas. Ni siquiera con la autonomía andaluza, de su tierra. Ahora dice no compartir o no entender el concepto de "realidad nacional" que incluye la reforma del Estatuto de autonomía en trámite en las Cortes. Pero es que ya a principios de los ochenta no entendió la apuesta del PSOE de Andalucía por acceder a la autonomía plena por el artículo 151 de la Constitución y fue el empeño de Rafael Escuredo, con gran capacidad de liderazgo entonces entre el pueblo andaluz, el que lo consiguió pese a la oposición del Gobierno de Suárez. Aquello fue bueno para Andalucía y bueno para el PSOE, que logró una hegemonía electoral que aún no ha perdido. No creo que los andaluces entendieran mejor el artículo 151 de lo que hoy entienden "realidad nacional", pero lo intuyen.

Luis Yáñez-Barnuevo es eurodiputado socialista.

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