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Reportaje:

El reverso de la globalización

La feria Womex, que ha reunido a 3.000 creadores y promotores del negocio musical, volverá a Sevilla en sucesivas ediciones

Michel Elefteriades pasea con su sombrero, las muñecas cargadas de brazaletes y un bastón que le regaló el sultán de Omán. Nacido en 1970 en Beirut (Líbano), sus orígenes son grecobizantinos y tiene el aire cosmopolita y misterioso de algunos personajes retratados por Simenon en el París de entreguerras. "Hablo siete idiomas. No sé de dónde soy. Tengo varios pasaportes. Escribo libros en francés y compongo una mezcla de músicas latina, árabe e india. Pienso en inglés. Tengo un problema de identidad cultural", afirma Elefteriades mientras muestra dos medallas que brillan en su chalequillo. "Son de la guerra del Líbano. Fui guerrillero", evoca con unos ojos que vagan por territorios imprecisos. Elefteriades es una de las más de 3.000 personas que han participado en Sevilla en la feria de músicas del mundo Womex.

La Unesco lo declaró el mercado profesional más importante de músicas del mundo

El Palacio de Exposiciones y Congresos ha sido el epicentro, desde el jueves 26 hasta ayer, de una explosión de creatividad e intercambio de ideas. "Nuestra idea es afianzar esta sede de forma estable porque estamos seguros de que aún tenemos mucho que crecer de la mano de Sevilla", comentó el pasado sábado Christoph Borkowsky, director general de Womex, tras anunciar que las dos próximas ediciones de Womex volverán a Sevilla. En esta edición han participado 2.500 delegados de 97 países, 340 artistas y 425 periodistas.

Si en las guerras se mata la gente que no se conoce a causa de prejuicios y miedos mutuos, en Womex ocurre lo contrario. En la feria conviven nórdicos y latinos, árabes y habitantes de las estepas del Asia Central, australianos y brasileños, españoles y suecos... Y todos comprueban que la música es algo que une, un patrimonio común que, a diferencia del necio del que hablaba Antonio Machado, nunca confunde valor y precio. Womex ha ofrecido una feria comercial salpimentada de conferencias y conciertos, de viejas melodías folk, de ritmos tradicionales, de sones étnicos, de audacias alternativas...

La feria comercial ha reunido a 240 expositores en un pabellón de 7.200 metros cuadrados. Más de 2.000 delegados han participado en la reunión. Las ediciones anteriores de Womex se celebraron en Berlín (1994, 1999 y 2000); Bruselas (1995); Marsella (1997); Estocolmo (1998); Rotterdam (2001); Essen (2002 y 2004); Sevilla (2003), y Newcastle (2005). La Unesco considera a Womex "el más importante mercado profesional e internacional de músicas del mundo de todas las clases".

Por el pabellón han deambulado productores en busca de negocio, creadores que aspiran a ser conocidos más allá de su capilla de incondicionales y agentes musicales que no quieren llegar un minuto tarde a la oportunidad de su carrera. "Womex es el reverso de la globalización. Es la globalización de los localismos, de los particularismos... Es un área fascinante de cultura", afirma el director de Comunicación y Proyectos Especiales de Womex, Gerald Seligman.

Este neoyorquino afincado en Berlín resalta cómo la feria supone "una apertura a la diferencia, a la diversidad, al intercambio de ideas". "No hay mucho dinero aquí. Nadie espera hacerse rico. La gente ama esto. Claro que hay personas oportunistas, pero son un grupo mínimo", agrega Seligman mientras evoca con nostalgia los tiempos en que Womex reunía a 300 personas. Ahora superan los 2.000. "La cuestión es en qué momento pierdes el alma al hacerte mayor. Pero siento que el alma sigue ahí", concluye Seligman, que elogia el apoyo del Ayuntamiento de Sevilla a esta iniciativa.

Las paredes están cubiertas por carteles de músicos de todos los rincones del mundo. Los expositores están llenos de discos y folletos. Algunos videoclips repiten la salmodia de viejos ritos que abandonan su nido tras cientos de años de existencia. Un expositor despliega un mapamundi lleno de colorines y por el que dan ganas de perderse. Una señal sitúa de forma exagerada las islas Salomón, uno de los archipiélagos de Oceanía. El australiano Peter Keelan promociona la música de los narasirato, unos súbditos de Salomón (así se llama este Estado oceánico) que bailan semidesnudos en un videoclip al compás de sus antiguos instrumentos de viento. "Hay mucho interés en este grupo, especialmente en Europa y Canadá. Todos sus instrumentos son tradicionales. En los últimos 10 años han desarrollado un tipo de música nueva. Y ahora mezclan la tradición con propuestas nuevas", afirma al tiempo que encasqueta a cada visitante un casco para que escuche las pegadizas melodías de los narasirato.

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