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Reportaje:

Otra mirada sobre Afganistán

El fotógrafo vizcaíno Alen Silva reúne en un libro las imágenes de su viaje en solitario por el país asiático

Cuando el viajero y fotógrafo vizcaíno Alen Silva (Durango, 1973) aterrizó en el aeropuerto de Loiu en noviembre de 2005 llevaba en su mochila cientos de paisajes y rostros afganos. Nueve meses antes había partido del mismo lugar con la intención de recorrer la Ruta de la Seda comenzando por su extremo occidental. Tras visitar Turquía, Jordania, Siria y Pakistán, su viaje dio un vuelco inesperado cuando las autoridades de Tayikistán le negaron el permiso para entrar en su territorio. "Cometí el error de decir que era fotógrafo", recuerda.

Aquel giro inesperado acabó conduciéndole a Afganistán, donde pasó casi dos meses fotografiando las heridas de la última guerra. Ahora ha vaciado aquella mochila en un libro que se publicará el próximo noviembre bajo el título Afganistán, una ventana a la tragedia, y en el que ha resumido en 120 imágenes en blanco y negro lo que allí vio.

La obra cuenta con colaboraciones de escritores, periodistas, músicos y un escultor

La obra cuenta con las colaboraciones de los escritores Bernardo Atxaga, Toti Martínez de Lezea, Miren Agur Meabe y Rosa Silverio; los periodistas Jon Sistiaga, Eduardo Barinaga e Iban Gorriti; los músicos Benito Lertxundi y Fermin Muguruza, y el poeta y escultor Xabier Santxotena. "Un amigo me animó a intentar que firmas conocidas escribieran sobre las fotografías. Salieron nombres que en ningún momento pensé que iban a colaborar, pero contacté con ellos y, para mi sorpresa, la mayoría respondió de forma positiva", dice.

El libro saldrá a la venta con el único respaldo de la productora de televisión Baleuko, que ha adquirido parte de la tirada inicial, a un precio de 20 euros. Su autor, que se encargará de distribuirlo, quiere dedicar parte de la recaudación a la ONG italiana Emergency, que atiende a los heridos de guerra en Kabul. De esta forma, Silva cumple el objetivo que se marcó en septiembre de 2005, cuando conoció la realidad de los afganos desplazados por la guerra en Peshawar, en el noroeste de Pakistán. "Sentí que era el momento de colgarme una cámara al cuello. Quería hacer un retrato social en contra de la opinión generalizada aquí, según la cual las gentes de ese país son hostiles, fanáticas y belicosas", resume. "Mi viaje fue un aprendizaje para descubrir que eso no era así", argumenta. "Como dice Sistiaga en el libro, son gentes duras y austeras de corazón, y yo añadiría que son hospitalarias, amables y con ganas de aprender y enseñar".

Para poder realizar su trabajo, Silva tuvo que pedir a su hermano que le enviase a Kabul, la capital afgana, todos los carretes en blanco y negro que pudiera conseguir y una cámara, ya que para entonces había vendido la suya. Con ella, y tras alcanzar la ciudad desde Jalalabad, recorrió varias zonas del norte del país, entre ellas Kondoz, Mazar-e-Sharif y Herat. A falta de una credencial oficial, falsificó los documentos que necesitaba para poder obtener una. Retrató a los mutilados de guerra, la mendicidad que, abonada por el derroche de los occidentales -"incluidas muchas ONG", enfatiza- se está adueñando de la capital, y los rostros de muchas personas que se prestaron a posar para él.

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De todas las miradas que captó, recuerda especialmente la de Abdullah, un niño de cinco años que había perdido sus dos piernas y al que conoció en un hospital de Kabul. "Es el futuro de un niño, pero puede ser el futuro de Afganistán", concluye.

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