Un Woody Allen menor
Con la precisión y sentido de la oportunidad que le caracteriza, Woody Allen acaba de cumplir con el rito periódico que nos reúne cada año ante una nueva propuesta. No todas pueden ser de la misma calidad: comparada con la entrega anterior, la soberana Match Point que se erigía en liviano y hondo diagnóstico moral sobre un arribista en el gran mundo de las finanzas, la cosecha de este año se muestra con un poco menos de cuerpo. Hay los mismos ingredientes: una chica guapa y objeto de deseo, un asesinato, una peripecia entre las clases altas, más la espléndida Scarlett Johansson. Pero ahí acaban las comparaciones.
De hecho, Scoop, que se permite algunas brillantes ironías sobre la profesión periodística (no es la menor el que, como el caballero medieval de El séptimo sello, de Ingmar Bergman, un curtido reportero burle a la muerte para entregar en bandeja a una joven colega una exclusiva que es la que da nombre al filme), se sitúa dentro de ese filón de entretenimientos criminales con trasfondo del que forman parte, en la filmografía de Allen, títulos como Balas sobre Broadway, Misterioso asesinato en Manhattan o La maldición del escorpión, es decir, pasatiempos pensados casi para una representación en la escena, llenos de personajes chocantes y con diálogos tan acerados y brillantes como los que nos tiene (probablemente) mal acostumbrados nuestro hombre. Porque más allá de ese floreo verbal y de algunas intuiciones de casting sencillamente inmejorables (como haber brindado a Hugh Jackman una ocasión de oro para encarnar a un personaje complejo), lo cierto es que la película huele un poco a humo de paja.
SCOOP
Dirección: Woody Allen. Intérpretes: Scarlett Johansson, Woody Allen, Hugh Jackman, Nigel Lindsay. Género: comedia, EE UU, 2006. Duración: 96 minutos.
Un Allen que parece un poco cansado en su papel hace aquí cosas que normalmente no se permite (como abusar de un gag que la primera vez funciona, pero luego deja de hacerlo: por ejemplo, las continuas apariciones del difunto), pero que sí están en la lógica de tantas y tantas novelas criminales inglesas que parecen la inspiración principal del asunto. Tampoco va más allá de lo superficial la personificación de Johansson, demasiado plana en su caracterización de provinciana americana; y hasta suenan a muy sobado todas las comparecencias de esos aristócratas ingleses que últimamente tanto atraen a Allen.
Pero dicho todo esto, hay que matizar que, como todo creador, también el neoyorquino tiene derecho a tomarse alguna licencia de inspiración: que a los 71 años, y con una filmografía que casi llega a la treintena de títulos, siga pariendo cada año una obra maestra es algo que excede por completo a las posibilidades de cualquiera, por inspirado que se muestre. De ahí que conviene ver el filme como lo que es: tan sólo (y tanto) un entretenimiento para pasar agradable e inteligentemente un rato, lleno de lugares comunes que juegan casi siempre a favor de la pieza y con una ironía sin desmayos sobre un mundo que a Allen parece pillarle lejos, pero que en realidad demuestra conocer al dedillo. Y esperar que la próxima tenga más enjundia... que es a lo que también, para nuestra suerte, nos tiene acostumbrados el más persistente creador independiente del cine americano.
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