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Reportaje:CINE DE ORO

La lucha por la dignidad

EL PAÍS presenta mañana, por 8,95 euros, 'De aquí a la eternidad', la compleja y apasionante película de Fred Zinnemann

Jesús Ruiz Mantilla

Puede que Robert E. Lee Prewitt sea un nombre absurdo. Se lo contaba su novia, Alma Burke, en la cubierta de ese barco que se despide de Hawai, a esa aparentemente desconocida mujer que era para ella Karen Holmes. Pero lo que no fue absurdo en absoluto fue el hombre que lo encarnaba, en la piel de Montgomery Clift, protagonista de De aquí a la eternidad (1953), la grandísima película que se vende junto a EL PAÍS este fin de semana. Puede que no fuese el marido que le convenía a aquella princesa de burdel lujoso, pero a costa de sus genes de héroe abocado al absurdo podría sacar provecho toda la especie.

La lucha por la dignidad que emprende ese soldado sin padrinos contra toda una sección caprichosa y castrante del ejército de los Estados Unidos es de las que se convierten en memorables, de las que sirven para agitar conciencias, de las que quedan en la historia de la creación universal, en la recomendable senda de personajes como el Bartleby de Melville.

Prewitt también dijo no. Que no quería volver a boxear, ni aunque le salieran llagas en las rodillas de fregar letrinas y así emprendió una lucha moral mucho más ambiciosa. Desde ese ring universal que fue Pearl Harbour en los días previos al ataque japonés, el fascinante personaje esculpido por Clift va venciendo y convenciendo, a base de una muy razonable testadurez, las conciencias de sus propios compañeros, aunque esa adhesión les cueste la vida, aunque el precio sea un viaje sin precio de allí a la eternidad.

A su vera caminan unos seres tan carnales como conscientes de su propia infelicidad, tan presos por un sentido del deber sin lógica, como arrojados a un vacío en el que pueden encontrar todo menos la dicha. Ni el sargento Warden (Burt Lancaster) es capaz de atraparla junto a la maravillosa Karen Holmes (Deborah Kerr), ni mucho menos Angelo Maggio (Frank Sinatra, ganador de un Oscar por su papel) acierta a vislumbrar un sentido más digno que el que adivina lejos de sus obtusas pruebas de resistencia ante la monstruosidad.

Tan sólo los necios parecen hallar una razón para sus vidas dentro de ese ejército, porque el propio Fred Zinnemann, director de otros títulos tan significativos como Solo ante el peligro, Un hombre para la eternidad, Julia..., tiene las agallas de nadar contra corriente antes que nadie, como Prewitt, y presentarnos una más que arriesgada y valiente obra pacifista en plena guerra fría.

Tuvo mucho éxito hace ya más de 50 años y ocho oscars -película, director, actor de reparto (Sinatra), actriz de reparto (Donna Reed), guión, fotografía, sonido y montaje- pero, sobre todo, ha logrado lo que más puede ambicionar un artista: superar con creces la prueba del paso del tiempo y convertirse en modélica. Ver hoy De aquí a la eternidad conmueve lo mismo que siempre. Es una medicina imperecedera para tiempos turbulentos, un necesario ungüento para encontrar consuelo ante esa detestable necesidad que tienen algunos de no buscar otras sendas que las que conducen al embrutecimiento, a la violencia y a la lógica absurda de los puños y las bombas.

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Sobre la firma

Jesús Ruiz Mantilla
Entró en EL PAÍS en 1992. Ha pasado por la Edición Internacional, El Espectador, Cultura y El País Semanal. Publica periódicamente entrevistas, reportajes, perfiles y análisis en las dos últimas secciones y en otras como Babelia, Televisión, Gente y Madrid. En su carrera literaria ha publicado ocho novelas, aparte de ensayos, teatro y poesía.

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