El éxito del tripartito
El tema recurrente de una campaña electoral suele ser la crítica acerba de los enemigos que contienden, más que la divulgación ordenada de los propios programas políticos de manera clara y precisa para que puedan ser comprendidos y luego fácilmente exigibles. Ahora mismo las diferencias que tendría que acreditar cada partido se diluyen en unas generalidades que parecen plantear los mismos propósitos: apoyar las instituciones de autogobierno, desarrollar el Estatuto, combatir la inseguridad, orientar la economía hacia la competitividad, conseguir una buena red de infraestructuras, ofrecer viviendas económicas, controlar adecuadamente la inmigración, mejorar las pensiones, educar más y mejor, imponer el trilingüismo, reducir las esperas en sanidad, etcétera. Y además, todos los partidos, a excepción del PP, se afirman catalanistas en mayor o menor grado. Y las frases de cabecera son todas intercambiables, excepto la de Iniciativa, que, por lo menos, se declara de izquierdas.
Hay que reconocer que a esas generalizaciones tan imprecisas se añaden matices -expresados con la parquedad estratégica del que no quiere perder votos, vengan de donde vengan- que permiten adivinar diferencias de fondo, sobre todo en la manera política de atender aquellos objetivos comunes. Pero esas diferencias no son tan dispares como para no poder agruparlas en dos únicas o prioritarias tendencias bastante homogéneas: la posición de la izquierda y la de la derecha, según la respectiva tradición política y con escasas variantes radicales, sobre todo cuando todo el mundo sabe que en el mejor de los casos va a tener que gobernar en coalición. Por lo tanto, lo más lógico es decidirse por la izquierda o por la derecha, más que por la difícil identidad de un partido, si es que en las papeletas y en el curso de la campaña se adivinan o se confiesan esas tendencias.
Puestas así las cosas, no parece inútil que la campaña electoral incluya el tema de la crítica a las posiciones y las experiencias de los contrarios. Es una línea que parece errática pero que es útil para conocer el auténtico temperamento de cada partido. Cada crítica, por dura que sea, aporta conocimientos concretos sobre quién la formula y sobre quién la recibe, y a veces el efecto puede ser sorprendentemente contradictorio. Quizá sea más informativa una batalla sobre experiencias que una batalla sobre ideas abstractas para el futuro, imprecisas y sin compromisos reales.
Un ejemplo interesante es el esfuerzo que algunos partidos han mantenido para desprestigiar la obra de gobierno del tripartito, más duro y más denso que el dedicado a especificar los objetivos y los métodos de sus propios programas. El tan comentado DVD de CiU no explica esos programas, pero agota todas las posibles críticas al Gobierno catalanista y de izquierdas de tal manera que, por sí solo, ha puesto sobre la mesa, por fin, la necesidad de revisar esas críticas. Y esta revisión está siendo muy positiva para su revalorización, seguramente porque se descubre enseguida que los argumentos críticos empleados en el DVD no se refieren a la acción de gobierno, sino a anécdotas personales más o menos ridículas -o incluso condenables-, desde la aventura de Perpiñán a la denuncia del 3%, desde la corona de espinas a cualquier incidente verbal o a las indecisiones tan democráticamente necesarias en un Gobierno de coalición, el único posible según nuestro mapa electoral. Todo ello no pertenece a la acción de gobierno, que, dejando aparte las anécdotas, es seguramente la más densa y eficaz, la única política de izquierdas realizada en Cataluña desde la presidencia de Companys.
Esas críticas desplazadas han provocado, como he dicho, diversas reacciones ya explicaciones del contenido político de la obra del tripartito, lo que, desafortunadamente, no se hizo con suficiente claridad durante la legislatura. La batalla crítica ha acabado girando los disparos y colocando cada sector en su posición real. La ciudadanía ha podido enterarse de lo que se ha hecho y se ha programado en urbanismo, en educación, en medio ambiente, en seguridad, en sanidad, en la ordenación administrativa, en el saneamiento económico. Lo más útil del interesante debate entre los cinco candidatos emitido por TV-3 no fueron las discusiones programáticas, sino la explicación de Montilla, Carod y Saura sobre la validez de la acción política desarrollada por los gobiernos de Maragall. De una vez por todas, quedó claro que era el camino adecuado para un giro a la izquierda, un giro que las derechas combaten con todos los medios legítimos en una campaña electoral. Y con esta clasificación se han disipado las ambigüedades generalistas de los programas y se han manifestado rotundamente los dos bandos políticos.
Esa general reivindicación del tripartito ha venido, pues, impulsada por una crítica dura de sus adversarios. Se ha demostrado con ello que las críticas incluso desmesuradas provocan un nuevo campo de conocimiento más veraz que el de las ideas demasiado abstractas, primitivas y a menudo oportunistas. Ha quedado claro que hay dos maneras de entender nuestro futuro: desde la izquierda o desde la derecha. Y la izquierda operante ha sido, hasta ahora, el tripartito. Y la derecha es la que se manifiesta contra esa experiencia según sus legítimos derechos democráticos. El votante tiene ahora un panorama mejor clasificado.
Oriol Bohigas es arquitecto.
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