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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Darfur, de mal en peor

La expulsión por Sudán del enviado de la ONU, al que acusa de enemistad hacia el Gobierno y el Ejército a propósito de Darfur, muestra hasta qué punto Jartum se siente impune en su desafío al Consejo de Seguridad. La medida tomada contra Jan Pronk se añade al persistente bloqueo del despliegue de 20.000 cascos azules, acordado por la ONU para sustituir a las impotentes tropas africanas desplegadas en la vasta región occidental sudanesa, escenario desde hace tres años de una encarnizada limpieza étnica impulsada por el Gobierno contra su población negra de origen africano.

El presidente Omar al-Bashir, en la estela dominante en el mundo musulmán contra cualquier intervención occidental, descartó en la reciente Asamblea General de la ONU la presencia de tropas de la ONU en Darfur, con el impresentable argumento de que se pretende una nueva recolonización de su vasto país. Siete mil soldados de la Unión Africana -mal pagados, pésimamente armados y nulamente motivados- patrullan ahora un territorio del tamaño de Francia, en un intento simbólico de detener el genocidio por parte del Ejército sudanés y sus aliadas milicias árabes locales, que ante la indiferencia general ha exterminado a 250.000 seres humanos y expulsado de sus chozas a otros dos millones.

El presidente Bush dijo el mes pasado que si el Gobierno sudanés seguía vetando a los cascos azules, la ONU debería actuar. Pero nadie ha dicho cómo todavía, y la sobrepasada Administración estadounidense, pese a su seguimiento de la tragedia, se ha guardado mucho de plantear medidas de fuerza o incluso sugerir una eventual implicación de la OTAN. Pese a las sanciones contra Sudán en vigor acordadas por el Consejo de Seguridad, ningún Gobierno ha hecho el menor esfuerzo serio para ponerlas en práctica. Las perspectivas de nuevas negociaciones entre Jartum y los rebeldes, como las fracasadas en mayo, son ahora inexistentes; y la implicación reciente de países como Chad o la República Centroafricana perfila un alarmante juego de conflictos en el tambaleante corazón de África.

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La hecatombe de Darfur y su catálogo de crímenes horrendos representa un nuevo fracaso de la ONU, cuyo Consejo, al aprobar la resolución 1706, sembró ya la semilla de su incumplimiento al decidir que las tropas internacionales no entrarían en Sudán sin el consentimiento de su Gobierno. A estas alturas, resulta meridiano que la dictadura de Al-Bashir no permitirá una intervención exterior mientras no tenga la certeza de que impedirla tendrá graves consecuencias.

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