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Reportaje:El Boss más festivo

Un cantautor llamado Bruce

Springsteen recorre España con su exuberante homenaje al 'folk' comprometido

Diego A. Manrique

La historia de amor entre Bruce Springsteen y el público español continúa: en lo que se anticipa como un recorrido triunfal, visita cinco ciudades con The Seeger Sessions Band, docena y media de músicos, algunos de los cuales interpretan instrumentos tan escasamente rockeros como el fiddle, el bombo, el acordeón o la tuba. Se trata de celebrar la vigencia de canciones folk -y de autor conocido- como las recogidas en su disco más atípico, We shall overcome: the Seeger sessions, del que ahora Sony BMG comercializa una edición ampliada.

En realidad, Springsteen no se ha reencarnado en un folk singer al uso: nada de coplas amorosas o baladas de asesinatos. Los temas que ha elegido, casi todos pertenecientes al repertorio clásico de Pete Seeger, son canciones de conflictos sociales o que reflejan la experiencia comunal del proletariado estadounidense. Además, el tratamiento es muy diferente del que le da Seeger, que -a sus 87 años- todavía sale al escenario con el único acompañamiento del banjo de cinco cuerdas; Springsteen convierte ese cancionero en una estruendosa fiesta colectiva.

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Tal vez allí esté la razón de que Seeger haya mantenido cierta distancia respecto a We shall overcome: the Seeger sessions: palabras amables y poco más. Frente al ascetismo de las grabaciones originales, Springsteen se saca de la manga lo que podríamos bautizar como folk and roll: una bola de energía que incluye coros de gospel, piano de burdel, instrumentos típicos de las Montañas Apalaches, metales de banda callejera de Nueva Orleans. Es una exuberante celebración de la América eterna, dolorida pero luchadora.

Bajo ese manto festivo, también se aprecia una sorprendente reivindicación del folk singer como activista. Es un nuevo papel para Bruce: aunque en el pasado apoyó causas como las de Amnistía Internacional o el reemplazamiento de la energía nuclear, no responde al tópico del cantante comprometido; de hecho, aunque haya adoptado ocasionalmente maneras de cantautor, nunca pasó una etapa folk. Por el contrario, Seeger es el rojo más conspicuo de Estados Unidos: un patriarca que sobrevivió a las listas negras de la era McCarthy -que le alejaron de la televisión durante un largo periodo, mientras pendía sobre él una condena de cárcel por desacato- y que, desde los años sesenta, se centró en la defensa del medio ambiente. Es un ejemplo de rectitud y testarudez del que Springsteen parece haber aprendido.

Springsteen también parece haber asumido el lema de Seeger: "Piensa globalmente, actúa localmente". Pete es el alma del Clearwater, una balandra que recorre el río Hudson con mensajes ecologistas; Bruce se ha implicado en los esfuerzos de los vecinos para combatir el declive de Asbury Park, la localidad costera en la que se formó musicalmente. Ofrece allí anualmente unos conciertos benéficos pensados para los fans más militantes y suele ensayar allí sus giras.

En los últimos tiempos, Bruce ha roto deliberadamente con ese estereotipo del Boss, el patriótico rockero campechano para todos los públicos. Se enfrentó con los departamentos de policía, que le consideraban uno de los suyos, cuando cantó American skin (41 shots), un solemne lamento por Amadou Diallo, aquel inofensivo inmigrante africano que fue acribillado por agentes neoyorquinos de gatillo fácil cuando iba a extraer su documentación. El Springsteen del siglo XXI no se autocensura: su CD de 2005, Devils & dust, no se pudo vender en la supuestamente liberal cadena Starbucks -y en bastantes grandes almacenes- por su referencia al sexo anal en un descarnado tema que narraba el encuentro con una prostituta; el autor se negó a proporcionar una versión limpia del disco, como hacen muchos raperos.

El creador de Born in the USA ha dejado de ser el radiante ejemplo nacional, citado elogiosamente incluso por el presidente Reagan. Hace un año, dos políticos de Nueva Jersey presentaron una resolución para que el Senado de Washington reconociera institucionalmente la aportación de Bruce a la cultura popular estadounidense, coincidiendo con el trigésimo aniversario de la publicación de Born to run; lo que debería haber sido un procedimiento automático -mociones similares se aprueban diariamente sin inconvenientes- descarriló por el veto de rencorosos senadores republicanos.

Es evidente que, en unos Estados Unidos polarizados por las tajantes decisiones de George W. Bush, el posicionamiento de Springsteen no ha pasado inadvertido. Su No surrender fue la canción oficial de la (fracasada) campaña presidencial de John Kerry y Bruce ha sido castigado por participar muy visiblemente en actos públicos del perdedor: aunque esperaba con resignación las críticas feroces de los comentaristas hooligans de la cadena Fox y las emisoras de talk radio, le sorprendió la ira de sus seguidores más derechistas, que le enviaron cajas con discos rotos, animales muertos y mensajes repletos de insultos.

El desgaste de la popularidad de Springsteen en determinadas zonas de Estados Unidos se puede cuantificar: mientras logra la hazaña de llenar durante 10 noches consecutivas el estadio de los Giants, en su Nueva Jersey natal, ha registrado pinchazos relativos en Estados del Sur y del Medio Oeste. Paradójicamente, este bajón ha sido muy pronunciado durante la gira por recintos grandes de We shall overcome: the Seeger sessions, tan abundante en narraciones sureñas. Por el contrario, Springsteen no ha perdido gancho comercial en Europa. Y España es una de sus plazas fuertes: Tracks, la caja que contenía cuatro CD de (mayormente) grabaciones inéditas, se vendió comparativamente mejor aquí que en Estados Unidos.

En verdad, esa tibieza del mercado estadounidense también obedece a la añoranza por el rock torrencial que factura cuando se junta con la E Street Band. Para Bruce, el dilema está en conseguir que le siga (parte de) el público que vibró con los románticos himnos de los setenta y los primeros ochenta. Esas canciones forman parte de su vida y no puede ignorarlas, pero centrarse en ellas le convertiría en un vendedor de nostalgia, como tantas figuras de su generación. Además, sus intereses creativos han variado: más allá de las historias de coches y chicas, ha explorado el lado sombrío del sueño americano, el sabor agridulce de la vida matrimonial, el efecto del 11-S. El reto del artista, ahora lo sabe, consiste en poder envejecer con dignidad.

CONCIERTOS

- Hoy: plaza de Las Ventas de Madrid.

- Sábado 21 de octubre: Estadi Ciutat de València.

- Domingo 22 de octubre: plaza de toros de Granada.

- Martes 24 de octubre: Palau Sant Jordi de Barcelona.

- Miércoles 25 de octubre: Palacio de los Deportes de Santander.

(www.brucespringsteen.net)

DISCOGRAFÍA ATÍPICA

- En 1982 publicó el poderoso Nebraska, conteniendo lo que en realidad eran maquetas caseras para un disco eléctrico; el tratamiento acústico resultó especialmente adecuado para aquellas amargas crónicas de perdedores.

- Aunque el sonido y los arreglos estaban más cuidados, adoptó modos confesionales en Tunnel of love (1987), que luego se revelaría como una oblicua reflexión sobre la decepción que supuso su matrimonio con la modelo Julianne Phillips. - Ella agradeció la discreción y, cuando el divorcio se hizo efectivo en 1990, firmó un acuerdo para no revelar intimidades de pareja.

- En 1995 intentó repetir el impacto de Nebraska con The ghost of Tom Joad, confeccionado en un estudio de grabación. Pero le falló la motivación, aparte de que las canciones carecieran de la urgencia necesaria.

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