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Tribuna:Primera gran exposición del pintor en Reino Unido
Tribuna
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¿Venus o Polifemo?

A partir del momento en que Sandro Botticelli pintó, por primera vez en mil años, una mujer desnuda en El nacimiento de Venus, la pintura europea se pobló de figuras desnudas. Primero fueron mujeres idealizadas que al poco se convirtieron en seres de carne y hueso, como la que habita en La tempestad de Giorgione. Tiziano, Correggio, Tintoretto y tantos otros empezaron a desbordar desnudeces. En España la cosa no fue así. Antes de que Picasso llegara y se desquitase pintando desnudos sin tregua, la pintura española sólo tenía en su haber dos ejemplos: La Venus del espejo de Velázquez y La maja desnuda de Goya. Si la primera nos da la espalda y nos mira borrosa desde un espejo, la segunda muestra una cabeza que no se corresponde al cuerpo. Goya pintó un cuerpo sublime pegado a una cara vulgar.

Velázquez fue un artista que no se dejó constreñir por las imposiciones estéticas de su tiempo. Si bien vivió intensamente la espiritualidad del Barroco, no por ello se prestó a ser acotado por la formalidad que ese movimiento impuso. Sin embargo, que no encontremos en su arte ninguno de los clichés del momento, es decir, ni tremendismo, ni moralismo, no quiere decir que no podamos leerlo como un ejemplo de vanitas. Sus vanitas son asépticos y no son coercitivos. La rendición de Breda, Las hilanderas y Las Meninas son vanitas. No olvidemos que el Barroco coincide con el nacimiento de los Estados, y esos recién nacidos para impresionarse y darse miedo mútuamente se vistieron, no más nacer, de pavos reales. Al pintar Las Meninas, Velázquez tiene los reyes de las Españas delante de las narices pero no los enseña. Nos da a conocer su reflejo en el espejo que está al fondo de la sala. Se trata de un reflejo al que un juego de perspectivas invertidas de arriba abajo y de destellos casi imperceptibles al ojo le permiten al aire ser el protagonista del cuadro, señorear y disolver cualquier ilusión de poder. En Las hilanderas, la realidad cotidiana y el mito (el mito de Ariadna en el tapiz del fondo y las obreras tejedoras del primer plano) son absorbidos por el vacío que la rueca hace aparecer al girar y los engulle, lo engulle todo, como los desechos que se traga el torbellino de un desagüe. La rendición de Breda es la plasmación de una cierta vergüenza, aquélla que toda victoria genera en el ánimo de una persona sensible. Sin embargo, de todos sus cuadros quizás el más genuinamente barroco sea La Venus del espejo ya que en él se vislumbra una variante de la metáfora barroca española que equipara el sexo con la cara. Según Quevedo, el sexo y el rostro son dos caras de una misma moneda, como también lo son para él el oro y la mierda, la luz y la sombra. Si el sexo anda oculto bajo la ropa, el rostro está al descubierto. Esta separación dolorosa que la civilización nos ha impuesto, es la que nos ha hecho seres humanos, la que nos ha condenado al trabajo y a la historia. Pero esta separación es también la que nos condena a inventar metáforas para suprimirla, a hacer arte para deshacer tal condena. En su ensayo Conjunciones y disyunciones, Octavio Paz escribe que en La Venus de Velázquez "no hay humillacion de la cara y el sexo. La diosa -nada menos celeste que esa mujer tendida sobre su propia desnudez- da la espalda al espectador. En el centro, en la mitad inferior, a la altura del horizonte, precisamente en el lugar por el que aparece el sol, la esfera perfecta de las caderas. Grupa-astro. Arriba, en el horizonte superior, en el cénit: el rostro de la joven que como el del Polifemo de Góngora (el ojo del culo es como el ojo de Polifemo según el poeta) se refleja en el agua neutra de un espejo. Vértigo: el espejo refleja el rostro de una imagen, reflejo de un reflejo. Prodigiosa cristalización de un momento que, en realidad, ya se ha desvanecido". Vanitas. La cara y el culo están en el mismo eje, una encima del otro. Reconciliación.

Antoni Llena es pintor.

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