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Reportaje:

El metro a oscuras

Recorrido con un viajero invidente por el suburbano de Madrid, donde muchas líneas carecen de megafonía

Daniel Verdú

Tras las gafas amarillas de Luis Palacio se extiende un banco de niebla en el que la sombra de los objetos con los que se cruza aparece de repente. Sólo cuando ya está a punto de tropezarse con ellos. A los 18 años empezó a quedarse ciego y hoy apenas conserva el 2% de la visión. Logan, un perro con nombre de aeropuerto estadounidense, le guía a todas partes. "Me avisa hasta de los bordillos. Pero, claro, si ahora le digo 'Logan, ¡a Barquillo 17!', pues el pobre se queda parado", dice soltando una carcajada y mirando a su escudero. Otra cosa que no sabe hacer su lazarillo es reconocer las paradas de metro o autobús. Aunque esto no sería un problema si el Ayuntamiento se hubiera preocupado de que el sistema de alerta sonora funcionase en todos los vagones.

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EL PAÍS realizó un recorrido el pasado viernes con Luis y Logan por el metro de Madrid y comprobó cómo más de la mitad de los vagones carecía del aviso que alerta en las paradas. "Hombre, siempre se puede pedir ayuda a la gente. Pero se trata de que uno pueda moverse por la ciudad de forma autónoma", reivindica Luis.

Tras sortear el campo de batalla en el que las obras han convertido la calle de la Montera, Luis y su perro llegan a Sol. Suben a un vagón de la flamante línea 3 y comprueban que no hay aviso de las paradas. "Mucha modernidad pero ni rastro de la megafonía", denuncia. La Consejería de Transportes asegura que ya se avisó de que hasta el mes de noviembre no funcionaría, puesto que el servicio está en pruebas. "Pues me parece impresentable que desde el consorcio no se haya exigido la obligatoriedad de que funcione desde el primer día", protesta este usuario. "En Moscú, en el año 81, ya funcionaba en todos los trenes". Sería cosa del comunismo.

Se bajan en Moncloa y van en busca de un tren de la línea 10 para ir hacia Tribunal. Dentro del vagón una vocecita de mujer anuncia la siguiente parada. "Vaya, pues esta mañana no funcionaba", asegura Luis. El anuncio de las paradas tiene un sistema de antena a antena. Cuando el convoy se acerca a la estación, recibe una señal que conecta el sistema de megafonía. Sin embargo, si hay algún tipo de interferencia, la frecuencia queda inhibida y deja de funcionar durante dos estaciones. Por eso, a veces, el mismo tren anuncia sólo algunas paradas.

Mientras se acerca la siguiente estación, Luis esboza algunos de los problemas de la gente de su asociación. Él es coordinador de la Plataforma Baja Visión de España. Sólo en la Comunidad de Madrid hay más de 250.000 personas que, sin llegar a la ceguera total, perciben un mundo sesgado a través de los ojos. La mayoría no lleva bastón, gafas oscuras o lazarillo. Son invisibles para el resto de ciudadanos. La baja visión puede afectar al campo visual (amplitud), o a la agudeza visual (profundidad).

"Una persona puede ser capaz de ver el color del semáforo pero tener problemas para saber si pasan coches", explica Luis. "Luego están los bolardos", dice como anunciando la peste. "Tenemos heridos graves cada dos por tres. La gente con problemas de campo visual se da con ellos a menudo. Y cuando trata de sortearlos, con la vista permanentemente pegada al asfalto, termina dándose contra los toldos de las tiendas".

En San Bernardo, Luis pone a prueba la línea 4. N funciona. "En qué parada debemos estar...", pregunta con sarcasmo. "¿Qué debería hacer ahora? ¿Bajo y le digo al conductor que no funciona la megafonía?". En Argüelles, la línea 6 en dirección a Príncipe Pío carece también de la señal de aviso.

En uno de los cambios de tren, un hombre quiere ayudar a Luis. Él se lo agradece pero lo rechaza. "A veces es peor cuando te ayudan. Te empujan hacia algún sitio que no quieres ir. O cuando se acercan a acariciar al perro... Es como si le hicieran cosquillas al conductor de un autobús", subraya. "Por eso es importante poder valerse por uno mismo".

Luis se despide para coger un tren de cercanías en dirección a Aravaca, donde vive. "Por suerte, los cercanías tienen todos la señal de aviso", dice. De vuelta, en la línea 2, una voz casi imperceptible anuncia la parada del metro de Sevilla.

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Sobre la firma

Daniel Verdú
Nació en Barcelona pero aprendió el oficio en la sección de Madrid de EL PAÍS. Pasó por Cultura y Reportajes, cubrió atentados islamistas en Francia y la catástrofe de Fukushima. Fue corresponsal siete años en Italia y el Vaticano, donde vio caer cinco gobiernos y convivir a dos papas. Corresponsal en París. Los martes firma una columna en Deportes

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