La UE emplaza al PP de Camps
El interés político valenciano se ha condensado esta semana en Bruselas, y ello a pesar de la evidente crisis por la que atraviesa la UE, que busca a tientas el dinamismo unificador perdido. No obstante, la capital europea es ya en muchos aspectos un referente insoslayable para nuestra gobernación autonómica, al tiempo que un escaparate extraordinario. Tanto por uno como por otro motivo hemos estado pendientes estos días de cuanto acontecía y se decidía en la mentada ciudad belga.
En primer lugar, por el renovado varapalo que las autoridades comunitarias acaban de atizarle al Consell a raíz de la Ley Urbanística Valenciana (LUV), que a su juicio sigue incumpliendo la legislación de la UE. El desacuerdo y la ya declarada confrontación entre aquellas y este se viene prolongando desde hace por lo menos dos años, cuando la asociación Abusos Urbanísticos No movilizó a los parlamentarios europeos contra la norma urbanística, la LRAU, ya derogada, pero algunos de cuyos defectos -atinentes sobre todo a las garantías- se prolongan en la nueva ley. Lo que la Comisión Europea acaba de decidir es que estos desajustes habrán de enmendarse en el plazo de dos meses o España será denunciada ante el Tribunal de Justicia de la UE.
No es una buena noticia para el presidente Francisco Camps, que creía haberse librado del enredo urbanístico mediante el sacrificio del anterior consejero de Territorio y Vivienda, Rafael Blasco, convertido en el bouc émissaire, el pagano, de una política y modelo territorial -por designarlo de algún modo, pues no existe ni sombra del mismo- que es el del PP. Pero ya se ha visto que esta especie de purga de Benito, sustituida por el discurso verde y aparentemente riguroso de su sustituto Esteban González Pons, no ha servido para disuadir o desarmar esa espada de Damocles que es la condena de la Comisión Europea, tan lesiva para el crédito del titular del Consell, ya mermado por la abundancia de estos abusos y otras corrupciones.
Lo más llamativo de este episodio, a nuestro entender, es la voluntad de resistencia y alarde de seguridad que exhibe la Generalitat, conminando a las autoridades europeas para que se dejen de emplazamientos y sustancien el asunto ante los tribunales, según ha manifestado la secretaria autonómica de Territorio, Cristina Serrano, que obviamente no ha improvisado el desahogo. Este mantenerla y no enmendarla, cuando tan unánime es la crítica a determinados apartados de la ley, nos induce a creer que estamos ante un ejercicio de terquedad, un exceso de fe o un recurso para prolongar los trámites judiciales hasta después de los comicios de mayo próximo.
Y ya que aludimos a la justicia en relación con los desmanes urbanísticos no debemos dejarnos en el tintero el correctivo que la Fiscalía del Tribunal Superior de Justicia de la Comunidad Valenciana ha aplicado al vicesecretario general del PP, Ricardo Costa, desatinado una vez más. Según éste, a la fiscalía se le denunciaron en 2004 construcciones ilegales en Catral y no actuó. Pues resulta que sí que actuó, incoando diligencias que, por los indicios de delictivos, remitió al juzgado decano de Orihuela. Vale. ¿Y qué pasó después? ¿El juzgado se llamó a andana? Suponemos que no se trata de indolencia o parcialidad, sino de que faltan manos para instruir tantos delitos como ahorman los ladrillos y los políticos pillastres, cosa que sabe el mentado vicesecretario.
Y también Bruselas, anotemos por último, ha sido escenario para sendas conmemoraciones del Nou d'Octubre. El Consell con su cardumen de invitados, por un lado, y el PSPV por otro -aunque en términos más modestos- se han regalado un homenaje turístico-gastronómico en la capital europea. Dos saraos, como los describe Esquerra Unida, que no se sabe a qué responden ni cuánto nos han costado a los contribuyentes, porque lo bien cierto es que la cohorte del PP no se ha rascado el bolsillo, lo que suena a una vulgaridad que está en consonancia con la coentor y despilfarro de la iniciativa. ¿Y los socialistas? El cómo se lo hayan pagado invita a la adivinanza o al prodigio, de tan pobres y, en este caso, tan poco imaginativos.
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