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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Preludio experimental

La lámpara es la segunda novela de Clarice Lispector (1920-1977). Había debutado dos años antes con la publicación de Cerca del corazón salvaje (Siruela, 2002), libro que provocó un vivo interés; pero, como suele suceder con las segundas novelas tras un debut llamativo, La lámpara dejó descolocada a la crítica. Hasta 1961, con la aparición de Una manzana en la oscuridad (Siruela, 2003), no llegó el reconocimiento. Hoy en día su importancia y prestigio dentro de las letras brasileñas sólo es comparable a la de Guimarães Rosa. La mayor parte de sus obras se encuentra en la editorial Siruela, excepto La pasión según G. H. (Muchnik, 2000) y los Cuentos reunidos (Alfaguara, 2002).

La lámpara cuenta la vida de una mujer, Virginia, enamorada de su hermano Daniel. El libro se divide en seis partes. En la primera, asistimos a la infancia de los dos hermanos en la Granja Quieta de Brejo Alto, un mundo rural en el que predominan las sensaciones y una relación intuitiva y dependiente; la segunda y la tercera tienen como marco la vida en la ciudad. Daniel y ella se van juntos a la ciudad, pero él se acaba casando con Rute y regresa a la Granja y Virginia vive en un apartamento y tiene un amante, Vicente. La cuarta relata el regreso de Virginia a la Granja. Las dos últimas, dos textos breves y de gran calado, se centran en el trayecto de vuelta en tren a la ciudad y en la llegada.

LA LÁMPARA

Clarice Lispector

Traducción de Elena Losada

Siruela. Madrid, 2006

272 páginas. 19,90 euros

La escritura de Lispector es

muy visual, resuelta por medio de imágenes y construcciones de frases insólitas de apariencia poética y ritmo muy narrativo. La realidad es percibida por Virginia -ella ocupa la casi totalidad de la novela- como una especie de ritual mágico en la infancia y este modo la acompañará siempre. No es fantasía ni ensoñación sino una especie de difracción de la luz de la realidad. La percepción cambia sensiblemente en la ciudad, pero no por el modo de percibir sino por el efecto de la ciudad. La novela es interior, de una interioridad tan intensa que se fragmenta y dispersa a tenor de las sensaciones y sentimientos de Virginia, sin alejarse nunca de sí misma, pues ella es el centro y la referencia que une todo. Se cuenta, pues, en un tiempo interior y ese tiempo es el que estructura la novela. Se lee con una atención, un ritmo y un interés muy ajenos a la clásica lectura argumental. Respecto de su obra posterior, aparece como demasiado barroca, aún está explorando, y amontona imágenes en exceso, pero la expresión de la interioridad de esa mujer es fascinante y requiere lentitud para disfrutarla. No llega a ser monólogo interior, pues la voz narradora no es la suya, es una voz inidentificable pegada a ella. Tan sólo en tres ocasiones esta voz se traslada al interior de otro, una vez en el caso de Vicente, la otra de Daniel, la tercera de su hermana Esmeralda.

"Ella pensaba sin inteligencia la propia realidad como si vislumbrase que nunca podría usar lo que sentía, su meditación era un modo de vivir". Ésa es exactamente la posición de Virginia, que justifica la escritura de Lispector. La mirada al mundo, la interpretación del mundo, es, pues, totalmente subjetiva; pero por ahí puede la autora penetrar hasta el vértigo en el alma de una mujer que, a lo largo del relato, se dirige a la soledad día a día, vivencia por vivencia. Cuando regresa a la Granja en busca de sus años mágicos "ella sentía que cada cosa estaba libre de su presencia y de su toque". Y no hay nada que pueda llamar suyo. La vida en el pueblo tenía un filtro de fascinación; la de la ciudad, progresivamente tediosa, triste, solitaria, aplastante, parece haber agostado también el que fue su mundo de infancia al haberlo hecho con su espíritu. A solas con su imaginación y sus emociones, una y otras se revelan fatales. "Para él", dice en un momento dado sobre Vicente, "nunca había sido trágico vivir". Para ella sí. Las dos últimas secciones, bellísimas, y el relato de la noche de amor con Vicente son evidencias incontestables.

La construcción de la frase es

extraordinariamente personal y expresiva y ya preludia el uso de los más audaces experimentos narrativos que vendrán más tarde en su obra. Paso a paso acabará por buscar su centro en el estilo a la vez que se deshace de los últimos lazos con la linealidad argumental; así es como alcanzará la plenitud de La pasión según G. H., de Aprendizaje o el libro de los placeres (Siruela, 1994), de La hora de la estrella (Siruela, 2000) y del maravilloso esfuerzo inacabado que es Un soplo de vida (Siruela, 1999).

Veamos un ejemplo de cómo construye y relaciona los elementos de una imagen: "Se levantaba y andaba, andaba hasta pasar por el grupo escolar de donde nacía dulcemente un olor a infancia mezclado con el de barniz nuevo y de pan con mantequilla. Alguna niña lloraba repentinamente dando una felicidad exquisita al aire, la voz de la profesora subía, subía hasta bajar y los susurros volvían mansamente, oliendo". Y un ejemplo de su modo tan expresivo y peculiar de adjetivar: "El cordón de la cortina se rompió, cayó con un pequeño ruido alegre en el suelo oscuro. Lo miró un poco, perpleja, dura, mala". Un libro muy importante, a pesar de que aún no domina su escritura como llegará a dominarla. Y terminantemente prohibido al lector o lectora de libros a la moda.

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