La ambigüedad italiana
El debate italiano sobre la cooperación de los intelectuales con el fascismo suele conducir a un callejón sin salida. Hubo intelectuales fascistas, como Luigi Pirandello, Tommaso Marinetti o Gabrielle d'Annunzio (aunque en este segundo caso podría argumentarse que fue el fascismo el que se hizo d'annunziano). Y hubo, en el terreno político, intelectuales antifascistas que, como Antonio Gramsci, murieron en la cárcel. La tendencia general fue, sin embargo, mucho menos clara. Y las polémicas surgidas en los últimos resultan hasta cierto punto superfluas o embarazosas.
A Norberto Bobbio, por ejemplo, se le exigieron cuentas por haber escrito, en 1935, cuando era estudiante, una carta a Benito Mussolini. Bobbio, ya cercano a la muerte, confesó que nunca había hablado del episodio "por vergüenza", y declaró, tras leer la carta reaparecida: "Me he encontrado de repente cara a cara con otro yo que creía haber derrotado para siempre". En la carta, no especialmente laudatoria, se limitaba a pedir un favor. Sólo eso.
¿Cómo habría que juzgar entonces las acrobacias políticas de Curzio Malaparte? Malaparte participó en 1922 en la Marcha Fascista sobre Roma, firmó en 1925 el Manifiesto de los Intelectuales Fascistas y escribió textos despreciables contra los judíos. Pero en 1931 escribió Técnica del golpe de Estado, una obra muy crítica con Mussolini y Adolf Hitler, y fue condenado al confinamiento en la isla de Lipari. ¿Cómo habría que juzgar a Benedetto Croce, el gran filósofo italiano del siglo XX? Croce, diputado liberal, votó en el Parlamento a favor del Duce. Pero muy poco después, en 1925, redactó el Manifiesto de los Intelectuales Antifascistas.
Una de las claves para entender la ambigua relación entre intelectuales y fascismo se oculta tras la figura de Giovanni Gentile, gran filósofo, amigo de Croce, ministro de Educación y "pensador oficial" del régimen, asesinado por partisanos en 1944. Gentile, como el propio Mussolini hasta poco antes de las leyes antijudías (1938) y la Segunda Guerra Mundial, creía en la integración. A través de los Littoriali (juegos culturales), de la Enciclopedia y de revistas como Crítica fascista y Primato (primacía), en colaboración con Antonio Massai, atrajo a jóvenes como Pratolini, Pavese, Montale, Guttuso, La Malfa o Einaudi. Todos ellos publicaban en Primato, que contenía furiosos arrebatos antisemitas.
El propio Alberto Moravia,
que nunca fue equívoco en su oposición al fascismo, tuvo que dar años después explicaciones por las cartas que enviaba a los censores, llenas de loas al régimen y al Duce, para conseguir que sus novelas pudieran publicarse. Otro caso típico fue el de Indro Montanelli, el más grande periodista italiano del siglo: vistió correajes y trabajó en la revista fascista Il selvaggio (el salvaje), pero en 1935 fue suspendido de militancia en el Partido Fascista por sus crónicas de la Guerra Civil española y por haber aceptado de Valentín González, El Campesino, un carné de la FAI.
Quizá la situación más singular fue la de Dario Fo, dramaturgo y premio Nobel. Cuando aún no era mayor de edad, Fo se alistó voluntario en un regimiento de la República Social de Saló, el último reducto del fascismo antes de la victoria aliada. Según él, lo hizo para salvar la vida y para "infiltrarse" en el enemigo. Los fascistas auténticos le han acusado muchas veces de "chaquetero", y Fo ha llevado a los tribunales, sin resultado del todo concluyente, su lucha por demostrar que fue antifascista incluso cuando vistió el uniforme fascista.
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