Las tareas de Ban
La Asamblea General, a propuesta del Consejo de Seguridad, debe elegir hoy por aclamación al ministro de Exteriores surcoreano, Ban Ki-moon, sucesor a partir de enero de Kofi Annan al frente de la secretaría general de la ONU. Gracias a un turno geográfico bastante absurdo, será el segundo asiático (tras el birmano U Thant entre 1961 y 1971) en ocupar el cargo, justo en un momento muy delicado para el continente asiático, cuando el equilibrio militar se ve gravemente afectado por al anuncio norcoreano de una prueba nuclear. Ban Ki-moon llega en un momento oportuno, pues ése es un dossier que se sabe al dedillo. Annan nunca pudo viajar a Pyongyang en sus 10 años de mandato. El surcoreano, firme partidario de la negociación y de la ayuda económica a Corea del Norte, tiene la intención de hacerlo.
Pero ésta no es la mayor tarea que le aguarda. Y no lo es ni siquiera Irán, sino poner orden en la ONU y hacer funcionar la organización. Los Estados miembros han preferido traer a un diplomático experimentado de fuera que volver a encaramar a un funcionario de dentro, como ocurrió con Annan. La ONU está en un momento lamentable: las operaciones de paz dirigidas por la organización han dejado mucho que desear. Annan ha permitido que avanzara la gangrena de la corrupción y el nepotismo en la organización. Y los nuevos pasos organizativos dados, como la creación del Consejo de Derechos Humanos, no han colmado las esperanzas que despertaron. La ONU, empezando por el Consejo de Seguridad, necesita una reforma en profundidad: Ban debe convencer de ello a todos, especialmente a los miembros permanentes del Consejo.
Para poner en forma a una ONU deprimida y seriamente cuestionada por EE UU no basta con limpiar la fachada. La organización debe seguir avanzando para forzar a los Estados miembros al cumplimiento de los Objetivos del Milenio y rebajar significativamente los niveles de pobreza y de falta de sanidad en el mundo, lo que implica, ante todo, rescatar a África.
¿Es Ban Ki-moon la persona adecuada? Le costará ponerse a la altura de la imagen pública que personalmente deja Kofi Annan. Discreto, claro, humilde y trabajador infatigable, con experiencia en las Naciones Unidas y bien visto por Washington, el surcoreano puede sorprender. La ONU y el mundo lo necesitan.
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