De nuevo el paralelo 38
Mientras el régimen estalinista de Kim Jong-il siga instalado en Pyongyang, Corea del Norte seguirá representando una amenaza para la paz y estabilidad internacionales. No importa si la explosión atómica subterránea realizada esta semana en el norte del país ha sido de medio o de 10 kilotones. Lo importante es que si el querido líder, que mejora la tiranía comunista establecida en el país por su antecesor y padre, el gran líder Kim Il-sung, no paga por su desafío al Consejo de Seguridad de Naciones Unidas y a la comunidad internacional, el chantaje nuclear habrá tomado carta de naturaleza en el mundo. ¡Y creíamos que la guerra fría había terminado en 1989 con la caída del muro de Berlín y el subsiguiente desmoronamiento de la Unión Soviética! ¡Qué espejismo! Estúdiese la situación en el noreste de Asia -en realidad, en toda Asia, desde Irak e Irán a la península coreana pasando por Cachemira-, y extráiganse las consecuencias. El análisis no puede ser más demoledor. Un déspota en Pyongyang, que ignora las hambrunas de su pueblo, causantes de más de un millón de muertes, dispuesto a utilizar el arma nuclear y sus misiles como baza negociadora para conseguir sus objetivos.
Un Japón lógicamente alarmado por la beligerancia de los norcoreanos, con un nuevo primer ministro, Shinzo Abe, dispuesto a revisar la constitución pacifista vigente en el país desde la derrota nipona en la II Guerra Mundial; una Corea del Sur, igualmente alarmada y, al mismo tiempo, frustrada por el fracaso de su política de acercamiento y buena voluntad hacia Pyongyang desarrollada en los últimos seis años; una China, oficialmente irritada con su protegido norcoreano, pero que se opone a una respuesta contundente de la comunidad internacional ante el temor de que un colapso del régimen de Pyongyang inunde de refugiados su frontera noroeste y coloque una potencia económica y democrática, como Corea del Sur, en la ribera del río Yalu. Y, por último, unos Estados Unidos, cuya intervención en Irak y Afganistán, junto con el contencioso nuclear iraní y unas cruciales elecciones legislativas a menos de un mes, le dejan un margen casi nulo de maniobra para la adopción de medidas coercitivas efectivas sobre Corea del Norte.
Lo extraño es que a estas alturas haya quien se rasgue las vestiduras y alegue engaño por las acciones de Kim Jong-il. Porque Corea del Norte, prácticamente desde su nacimiento en 1948 tras la partición de la península coreana a ambos lados del paralelo 38, ha sido un país agresor con el que nunca ha funcionado el diálogo. Dos años después de su independencia, y bajo la tiranía de Kim padre, las tropas norcoreanas invadían a su vecino del sur, en un intento de unificar las dos Coreas provocando una guerra de tres años, que involucró no sólo a la agredida Corea del Sur y a su protector, EE UU, sino a las propias Naciones Unidas, que intervinieron al amparo del Artículo VII de la Carta de la ONU. Y no hay que olvidar que lo que se firmó en 1953 fue un armisticio y no un tratado de paz. Desde entonces, los incidentes entre las dos Coreas han sido continuos hasta que Seúl decidió intentar a finales de los noventa una política de acercamiento, con el suministro de ayuda alimentaria e, incluso, un reactor nuclear para usos pacíficos. Estados Unidos intentó una política similar de incentivos durante la presidencia de Bill Clinton. El resultado está a la vista. En 2002, Corea del Norte expulsó a los inspectores de la ONU y se dedicó abiertamente, primero a las pruebas con misiles de medio y largo alcance y, ahora, a la primera detonación atómica del siglo XXI. Entretanto, las conversaciones a seis -las dos Coreas, Japón, Rusia, EE UU y China-, siguen empantanadas ante la exigencia de Pyongyang de negociar directamente con Washington y la negativa de Bush a iniciar una negociación bilateral, ante el temor de ser engañado como Clinton en 1995.
¿Qué cabe hacer ahora? Cruzar los dedos y esperar que las sanciones que, sin duda, impondrá el Consejo de Seguridad fuercen a Corea del Norte a volver a la mesa de negociación. No es previsible porque, a pesar de su irritación oficial, China, la única potencia con capacidad de presión en Pyongyang, nunca contribuirá, por las razones apuntadas, a la caída de su incómodo vecino. En todo caso, Corea del Norte ha causado ya una víctima: el Tratado de No Proliferación Nuclear (TNP).
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