Crimen político
La opinión pública de su país la había consagrado como la conciencia democrática del periodismo ruso; había recibido todos los premios posibles nacionales e internacionales, entre ellos, en España, el Vázquez Montalbán; sus libros eran traducidos a las grandes lenguas occidentales; las organizaciones de defensa de los derechos humanos, así como las de periodistas en el mundo entero, y hasta el Departamento de Estado norteamericano, se unieron ayer en la condena de lo que nadie duda es un crimen político. Anna Politkóvskaya, 48 años, periodista, fue asesinada el sábado de dos disparos, al salir del ascensor de su casa de Moscú. En los seis años de Gobierno de Vladimir Putin, 12 informadores han perdido la vida a causa de su trabajo.
Anna Politkóvskaya respondía al más noble molde de la profesión. Su último texto, publicado en el bisemanario Novaya Gazeta en el que trabajaba desde 1999, Entente punitiva, trataba de la práctica de la tortura en la guerra de Chechenia, donde según numerosas fuentes ha habido y hay tantos asesinatos a sangre fría como muertes en combate, muchos de ellos obra del Ejército ruso. La periodista estaba trabajando en un nuevo artículo que debía aparecer hoy lunes, siempre en esa línea.
Sus compañeros de redacción anunciaron este fin de semana que conducirían su propia investigación sobre la muerte, mientras señalaban acusatoriamente al entorno del primer ministro checheno, Ramzán Kadírov, que cuenta con el respaldo de Putin pese a que su milicia personal se ha visto envuelta en las mayores atrocidades de una guerra que ambos bandos libran bárbaramente. El Kremlin, sucinto a la hora de lamentar o condenar el crimen, pedía al fiscal general, Yuri Chaika, que se hiciera cargo de la investigación.
En la Rusia de Putin, la crítica independiente se cobija sobre todo en la prensa de papel, y quien rechista sufre el hostigamiento de un Estado que ha descubierto cómo ganar elecciones y tolerar partidos sin que eso amenace su cuasi monopolio del poder; pero si el presidente ruso quiere convencer a Occidente de que la democracia aún es posible, sólo podrá lograrlo con una investigación ejemplar y el severo castigo de los culpables. Cualquier cosa menos que eso apuntaría a lo indecible: que esa muerte ha complacido al zar.
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