El bello italiano
Fabio Cannavaro es el capitán de los campeones del mundo. La última incorporación a una galería de ídolos que aúnan fútbol e imagen. Y a un vestuario experto en la materia, el del Real Madrid
El hombre más bello de Italia, conocido como Il Bello para que no haya equívocos, es un simpático napolitano de cejas superpobladas que usa calzoncillos de Dolce & Gabbana. Su homólogo mundial, elegido por la abrumadora mayoría asiática, es uno de esos ingleses que cultivan modos suavizados, conduce un Aston Martin plateado y habla de negocios con Tom Cruise. Al igual que Il Bello, el más guapo del planeta mantiene desde hace años una estrecha relación con la firma Dolce & Gabbana. Que ambos sean futbolistas y que jueguen en el Real Madrid no es casual. Se trata de un desenlace predecible.
Cannavaro y Beckham respiran el mismo aire cargado de perfume francés que satura el vestuario del Santiago Bernabéu. Coinciden en algunos detalles externos, pero el italiano aventaja al inglés en algo sustancial: el uniforme oficial de su selección está confeccionado por Dolce & Gabbana, mientras que Beckham acudió a la Copa del Mundo vestido con un traje oficial cortado por Armani. Se impuso el barroco florido a la elegancia clásica. Italia ganó el Mundial y cabe conjeturar que el título resulta de un duelo estético en los talleres de costura.
Cannavaro es el vigente campeón del mundo y tiene perfectamente asumido su carácter representativo. Es el capitán azzurro, y su estampa de pistón, revestida con el traje de Dolce & Gabbana, es la imagen del éxito y el poderío de Italia. Que le llamen Il Bello, a él, precisamente un tipo con reputación de duro, es algo que nunca podrá agradecer suficientemente. "Mi madre", dice sonriente, "está encantada con el apodo. Eso es lo único que me importa".
Hay ambientes donde el dinero fluye constantemente pero en los que hablar paladinamente de él resulta poco rentable. Para remediar la paradoja, la ciencia del marketing se ha esforzado por sustituir cualquier vocablo directamente alusivo por términos que veladamente implican facturación. La palabra "imagen" es el instrumento semántico más eficaz a tales efectos. En el fútbol moderno, la imagen, deudora de la moda, es tan fundamental como en la política. Así, mientras que Isabel Pantoja luchaba a brazo partido por convertirse en "la imagen de Marbella", los dirigentes del Real Madrid se pasaron los últimos tres años lamentando la "mala imagen" que daba el equipo perdiendo partidos y relegándose a puestos con escaso premio. En la Liga de la devoción por las apariencias, el Madrid es el club hiperbólico. Ni el Barça ni el Milan llegan a sus extremos.
La televisión alteró el viejo orden. En el vocabulario del fútbol contemporáneo, cuando un jugador asegura haber jugado mal, dice que dio una "mala imagen", y a la inversa, cuando quiere expresar que lo hizo bien, proclama que dio "una buena imagen". La televisión no sólo cambió el negocio cuando pasó de transmitir los partidos con planos generales a hacerlo con primeros planos, registrando defectos y virtudes hasta entonces nunca vistos. La vestimenta, el cutis, el pelo, los gestos y el vocabulario dieron forma a unos personajes que hasta entonces habían sido indistinguibles figuras en la lejanía. De ellos sólo se sabía que jugaban a la pelota.
Hoy los equipos están repletos de jugadores tan obsesionados por jugar como por peinarse bien. En los vestuarios, los espejos son un elemento tan imprescindible como la camilla de masajes. Lo advirtió con espanto un viejo entrenador de Primera: "¡Doy la charla táctica y los jugadores lo primero que hacen antes de salir al campo es ir corriendo a mirarse al espejo!".
En un día cualquiera, la puerta de salida del vestuario del Madrid parece la vía Montenapoleone en la hora pico de circulación de los cachorros de la aristocracia de Milán luciendo las últimas creaciones de Dolce & Gabbana, Gucci, Cavalli, Armani o Versace. Muchos jugadores cuentan con asesores que se ocupan únicamente de proporcionarles ropa importada. Otros se convierten en expertos. Esto queda claro cuando pasan con modelos exclusivos de todo tipo de productos, como un reloj de Roger Dubois del que, explican, su fascinación radica en que "sólo se han fabricado treinta".
A los relojes acompañan los neceseres, vulgarmente conocidos como mariconeras. En el vestuario madridista, la mariconera por excelencia es la de Luis Vuitton, y sus principales valedores son Ramos y Reyes. Durante el día, las prendas más elegidas son los jerséis y los vaqueros. Guti es el líder de las nuevas tendencias: especie de médium de las vanguardias, o de conejillo de Indias que se atreve con cualquier cosa. Junto con Helguera, Guti fue el primero (y el último) en cargar con los cinturones vaqueros de Dsquared2, prendidos a la cintura con una hebilla historiada con incrustaciones esmaltadas de un kilo de peso como mínimo. La hebilla imprimía carácter porque alteraba la biodinámica de sus portadores.
A pesar de sus cinturones, la firma canadiense Dsquared2 es el último capricho del vestuario del Madrid. Que un castellano austero como Raúl haya sido capaz de quitarse el chándal de rigor para ponerse camisetas country y pantalones ergonómicos es todo un síntoma del impacto que han tenido de las colecciones vaqueras de los hermanos Dean y Dan Caten.
Con Dsquared2 y Dolce & Gabbana copando los armarios futbolísticos, Prada y Armani han pasado de ser las primeras marcas a ocupar un lugar marginal. Prada casi se extinguió tras la marcha de Zidane, un hombre que nunca se exhibió con más de un abrigo y más de una camisa (siempre blanca). Sólo algunos nostálgicos, como el brasileño Roberto Carlos, siguen luciendo enormes sellos de AJ (Armani Jeans) en camisetas y pantalones. Armani, como Versace, ha quedado sepultada en el recuerdo histórico del vestuario madridista desde que Mijatovic dejó de mostrarse con Ana Obregón y cambió la camiseta de rejilla por la camisa y la corbata de representante y manager.
El estilo que domina los vestuarios es el hippy-barroco que impulsaron Domenico Dolce y Stefano Gabbana hace 10 años. La firma italiana ha tenido la habilidad de reunir a los tipos más populares. Desde Beckham, al que vistió con una chaqueta blanca y unos vaqueros raídos el día que se presentó en Madrid, hasta Genaro Gattuso, el jugador del Milan cuyo aire fiero lo asemeja a un jabalí pero a quien Domenico Dolce ha ensalzado con gran ingenio. "Es", dice Dolce, "un hombre de virtud démodé: es la energía que se rebela, es caravaggesco".
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