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39º Festival de Sitges

El pueblo que no dormía nunca

En Sitges no todo el mundo duerme. Dentro del certamen conviven, como en círculos concéntricos no necesariamente infernales, universos muy distintos: por un lado, la prensa acreditada; por otro, los profesionales, y, en tercer lugar, los vehementes aficionados que velan por mantener vivo el espíritu de cuando el viejo Cine Retiro era el centro neurálgico de esta cita que, como una criatura del cine de los años cincuenta, ha crecido demasiado. Aficionados con uniforme ad hoc -uno de ellos lucía una estupenda camiseta de El poder de la sangre de Drácula- que, por ejemplo, se pasaron la noche inaugural en vela, disfrutando con sonora vehemencia de la primera maratón Midnight X-Treme, en la que se proyectaron cinco episodios de la serie televisiva de culto Masters of Horror. En suma, una madrugada llena de refinadas torturas japonesas, cadáveres con erecciones y espectáculos de cabaret protagonizados por muertos vivientes. A granel.

Sitges ha logrado integrar todos los friquismos en activo relacionados con el universo audiovisual de lo fantástico: los trekkies (que no siempre visten uniforme de lycra) tienen su propia zona habilitada bajo el nombre de Enterprise a la Fresca, donde pueden verse míticos episodios de la serie Star Trek al aire libre. No obstante, la exposición sobre el tema habilitada en el edificio Miramar no hace demasiada justicia a esa pasión.

Clase magistral

El sábado al mediodía Guillermo del Toro, acompañado de quien fuera coguionista de El espinazo del diablo, Antonio Trashorras, impartió una clase magistral sobre lo gótico y las raíces del miedo, acompañándose de imágenes de su primera aproximación cinematográfica a la Guerra Civil española. Los grandes nombres del fantástico rara vez usan este certamen únicamente como escaparate: la comunicación directa con los aficionados es una auténtica seña de identidad de Sitges. Y es que, en la mayoría de los casos, los directores han surgido de ese magma primigenio que es la afición radical: años atrás, Quentin Tarantino lograba ser el más vociferante espectador en las sesiones de madrugada.

Estos días pasea su pulcritud por el festival Ian Somerhalder, uno de los actores de Perdidos, en severo contraste con Nacho Cabana, director del documental sobre lucha libre mexicana Tres caídas, que siempre aparece en público con máscara de luchador. Un buen signo de que Sitges sabe que no sería nada sin su público es el hecho de que Marc Magem, un aficionado del Baix Llobregat, haya sido distinguido con el premio al más freak. Su mérito: convertirse en el primer espectador que acudió a la proyección inaugural del espacio Brigadoon.

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