Una crónica familiar
Vikram Seth (Calcuta, 1952) es un escritor al que le gusta plantearse retos difíciles, desde hacer una novela en sonetos, The Golden Gate, en la que incluso la dedicatoria está hecha en esa estrofa, hasta relatar, en Un buen partido, una saga familiar india al más puro estilo decimonónico que se extiende a lo largo de un volumen de mil doscientas páginas que uno, hipnotizado por unos personajes complejos que nadan en una prosa de manantial, hubiera deseado que tuviera mil más, pasando por traducir del original a los poetas chinos clásicos o recrear las fábulas populares de Oriente y de Occidente. También es un excelente poeta, aunque esta faceta suya no haya sido tomada todavía en consideración por los editores de nuestro país. De todos esos retos Seth ha salido triunfante con gran naturalidad, como si hacer libros inolvidables fuera tan sencillo como tornear una vasija o amasar pan y no el fruto de un trabajo agotador, y con un impresionante despliegue de recursos técnicos e intelectuales.
DOS VIDAS
Vikram Seth
Traducción de Damián Alou
Anagrama. Barcelona, 2006
587 páginas. 25 euros
En Dos vidas el listón también
está muy alto: contar el siglo XX desde la vida de dos de sus ciudadanos, su tío abuelo Shanti, que emigrara muy joven a Europa desde la India para formarse y luego ejercer allí como dentista hasta su muerte, y la mujer de éste, Henny, una judía alemana que perdiera a casi toda su familia en el Holocausto nazi. Vikram Seth, que les profesaba un cariño especial desde que siendo estudiante le cobijaran varios años en su casa de Londres, les homenajea armando un libro que dibuja la vida de cada uno de ellos hasta donde él ha podido averiguar usando para ello la memoria de su tío, al que entrevistara durante muchas horas antes de que éste falleciera, y las cartas conservadas, algunos documentos públicos y los testimonios de varios de los que les trataron. Dos vidas que también sirven como excusa para resumir el periodo nazi, la Segunda Guerra Mundial y la posterior reconstrucción física y moral de los países involucrados. Seth, aquí cronista familiar, autobiógrafo e historiador, logra sus mejores páginas cuando parte de ese material le incita a usar sus armas de novelista: su relato de la batalla de Monte Cassino, donde su tío perdió un brazo, o el modo en que se mete en la piel de los judíos gaseados y cremados en Auschwitz, lugar donde perecieron la madre y la hermana de su tía, fulgen dentro del libro de una manera especial, como si el autor hubiera preferido que hubieran sido producto de su imaginación y no la terrible verdad sembrada de cadáveres que llegaron a ser. También brillan sus reflexiones relacionadas con el uso de la lengua alemana, que tan feliz le hacía cuando leía a Heine o escuchaba los lieder de Schubert pero que llega a odiar por ser la del pueblo culpable de tantas atrocidades, una experiencia en cuyo trasfondo no nombrado quizás estén el poeta Celan, que torturara la lengua de sus torturadores, o el filólogo Kemplerer, que se pasó el régimen nazi analizando los cambios en el lenguaje producidos por su influencia. De hecho, el libro se sostiene por pasajes como ésos, que abundan en él como no podía ser menos en un libro de un escritor de esta categoría, y no tanto por el relato de las vidas de sus tíos Shanti y Henny, por momentos muy anodinas. La ejemplaridad de estas dos biografías no la dan los hechos que las entrelazan sino, por un lado, el paisaje de pérdida y de superación personal y colectiva del que forman parte y, por otro, la necesidad vuelta obligación en el siglo pasado de contar la Historia desde abajo, desde la cordura de las víctimas antes que desde la locura de los poderosos. Dos razones a las que habría que sumar la del amor del escritor por sus familiares, éste sí memorable, conmovedor y repleto de talento narrativo.
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