Blair no acaba de irse
El brillante discurso de Tony Blair a la conferencia de su partido en Manchester, su despedida como líder ante ese auditorio el pasado martes, habría sido más resonante si el primer ministro británico abandonase el cargo un día de estos, no en un impreciso momento del año próximo. La intensidad y dramatización de su discurso ha llegado a oscurecer la cuestión de quién será su sucesor al frente del laborismo, aunque Gordon Brown parece el heredero natural y su mensaje a la asamblea laborista le consagró como caballo mejor colocado. El propio Blair lo apuntaló con sus elogios, pero, como corresponde a la turbulenta relación entre ambos impulsores del nuevo laborismo, aquéllos han carecido del fuego suficiente como para que el titular de Finanzas saliera de Manchester sintiéndose plenamente consagrado a los ojos del partido.
Que Brown encabece finalmente la lista laborista en las próximas elecciones británicas no significa que vaya a ganarlas. Si algo ha quedado claro en la conferencia laborista es, más importante que quién sea finalmente el heredero de Blair, si va a poder conseguir una cuarta victoria consecutiva para el partido socialdemócrata. Hipoteca su sucesión el hecho de que el primer ministro, contra el más elemental sentido común y después de una rebelión en sus filas, haya decidido permanecer en Downing Street hasta el año próximo, aunque sin poderes reales. Brown o cualquier otro aspirante verán enmudecido su discurso político propio hasta el momento en que se consume el relevo en el liderazgo del partido. A partir de entonces, la tarea será formidable.
Queda mucho tiempo hasta las elecciones generales, que, salvo sorpresas, serán en 2009. Y si está claro que ahora Blair es el problema, no lo es tanto que Brown sea la solución. El primer ministro ha cambiado el rostro de su partido y lo ha hecho decididamente contemporáneo, pero su lustre se ha apagado después de muchas inconsistencias. Una década en el poder y sus políticas sobre Irak, los servicios públicos (pese a las masivas inversiones) u Oriente Próximo, percibidas como frustrantes por la mayoría, han alejado a los británicos del laborismo.
La formación que llegó como un torrente al poder en 1997, después de 18 años de oposición, tendrá que afinar mucho su mensaje si quiere recuperar el afecto perdido. El próximo líder laborista no sólo tendrá que vencer esta inercia, que se refleja en la ventaja de los conservadores en las encuestas. Tendrá enfrente a David Cameron, un hombre joven que ha revitalizado a los tories y a quienes muchos ven ya hoy como el sucesor natural de Blair.
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