Ben-Hur en París
Robert Hossein y Alain Decaux reviven las carreras de cuadrigas en el Stade de France
Un total de 60.000 espectadores llenan el espacio que se les ha reservado en el Stade de France. Están ahí para ver Ben-Hur y quien dice Ben-Hur dice carrera de cuadrigas. Nadie sale decepcionado del estadio. El espectáculo está concebido por Robert Hossein y Alain Decaux, dos auténticos especialistas de montajes teatrales concebidos para palacios de deportes u otros lugares públicos al aire libre. Esta vez han previsto cinco representaciones y el primer día ya habían vendido 260.000 localidades de las 300.000 disponibles. El montaje se representó el viernes y el sábado y volverá al estadio mañana y los próximos días 29 y 30.
Hossein es también el narrador de la historia del enfrentamiento entre Ben-Hur y Mesala, dos amigos de infancia que se enfrentan por motivos políticos y religiosos. Su voz sostiene el hilo durante una hora y treinta y dos minutos, que pasan volando. Los espectadores, con pañuelos rojos o blancos, animan a los rivales en la terrible carrera final.
El juego de luces es impecable, como lo son la instalación y los efectos sonoros. De pronto, el césped del estadio aparece transformado en mar, luego en extensión de arena, y se suceden las situaciones que todo el mundo conoce: desfile de las tropas romanas, reencuentro entre Ben-Hur y Mesala, incidente trágico debido a una teja inoportuna que envía a galeras al joven Ben-Hur, el héroe se cruza con Jesucristo, batalla naval, lucha de gladiadores y competición entre seis cuadrigas.
El coste total del invento se cifra en 13 millones de euros y las entradas se venden entre 25 y 90 euros la plaza.
Un número importante de figurantes interviene junto a un grupo de grandes especialistas en efectos especiales, gente para las que caerse de un caballo en pleno galope es un juego de niños.
Un día el cine acabó con el teatro a base de añadirle color, sonido y metros y metros de pantalla. Ahora es el teatro o algo que se le parece el que se toma su revancha proponiendo un gigantismo del que el cine es incapaz si no es a base de una proliferación de personajes digitales idénticos a los que pululan en los videojuegos.
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