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La situación de los inmigrantes

Cuando el inmigrante se hace mayor de edad

La Junta tiene un programa para facilitar la inserción sociolaboral de los menores extranjeros

Luis Barbero

Rachid y Lahcen, de 18 años, y Faisal, de 19, cumplieron la mayoría de edad en España, lejos de Marruecos, de donde partieron, como tantos otros, para buscar algo mejor. Lahcen llegó hace ocho meses al puerto de Algeciras (Cádiz) escondido en los bajos de un camión. Sus dos compatriotas fueron interceptados hace más de un año en sendas pateras que tenían como destino Almería. Procedentes de localidades del centro de Marruecos, los tres deambularon por varios de los centros de acogida de la Junta de Andalucía hasta que cumplieron los 18 años.

¿Y al llegar a la mayoría de edad qué pasa con estos chavales? Los tres jóvenes están ahora en una fase de transición: participan en un programa de un año de duración que pretende facilitar su aterrizaje en el mercado laboral y su adaptación a la cultura española. Los tres viven obsesionados por tener papeles, por tener permiso de residencia y trabajo. Tienen claro que no quieren volver a su país, pese a que lo que han vivido desde que llegaron a España no es lo que esperaban ("trabajar", dicen). ¿Decepcionados? No, en absoluto.

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Faisal recuerda que su patera fue interceptada sobre las 19.30, a principios de 2005, y que antes de llegar a Sevilla estuvo en centros de protección de La Línea (Cádiz) y La Carolina (Jaén). Sus padres y sus dos hermanas siguen en Marruecos. Rachid, que tiene tres hermanos, ha estado en un centro de acogida en Gelves, un municipio cercano a Sevilla capital. Y Lahcen apunta que él fue trasladado al centro de acogida El Cobre, en Algeciras, tras ser detectado por la policía cuando salía del puerto de la localidad gaditana procedente de Tánger. En los centros de acogida inmediata, una treintena en Andalucía, se limitaban "a dormir, comer y aprender español", afirma Lahcen, quien ha dejado en Marruecos a sus padres y a sus siete hermanos.

Pasada la etapa de la tutela estrecha, los tres chicos se encuentran a diario en Sevilla en lo que se denomina un centro de día, una instalación de la Junta de Andalucía en la que aprenden el español y el oficio de jardinería. Es en este centro, una finca de seis hectáreas situada en la barriada de Pino Montano, donde han empezado a ver el futuro un poco más claro.

En la finca El Pino, gestionada por la congregación de las hermanas de la caridad, los chavales estudian, trabajan y juegan. A esta finca acuden chicos que, como Rachid, Faisal y Lahcen, son mayores de edad y están a un paso de la independencia y menores que viven todavía en los centros de protección.

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Rachid y Faisal residen en los llamados pisos de autonomía, viviendas de la Junta a las que pasan los inmigrantes que llegaron como menores tras cumplir la mayoría de edad. Lahcen, pese a tener ya los 18, vive en la finca El Pino. De los tres es el que más claro tiene su futuro. "Quiero ser jardinero o albañil", afirma. ¿Y después? "Comprar una casa y traerme a mi familia", añade.

Rachid y Faisal también quieren trabajar, pero no se inclinan por un oficio en concreto. Al residir ya en un piso tienen más independencia y están viviendo un cursillo acelerado de adaptación a las costumbres españolas. No obstante, Faisal comenta: "Salimos poco porque no tenemos papeles". Los dos se han echado novia y su idea es quedarse en Sevilla.

En el centro El Pino la jornada empieza en verano a las 8.00 y acaba a las 14.00. El resto del año es de 8.00 a 18.00. Tras desayunar, los chavales se ponen el mono verde de trabajo y empiezan sus tareas en la huerta ecológica, en el jardín o en el vivero.

A las 13.30, empiezan a comer y hora y media después acuden a las clases de español, que están divididas en tres niveles. El básico, para los que acaban de llegar. El medio, para los que ya conocen el alfabeto. Y el avanzado para los que ya conocen el idioma, lo que les permite recibir también clases de informática. El último tramo de la tarde lo dedican a recibir clases teóricas de jardinería.

La Junta cree que con estos centros ha dado en la tecla. Los menores saben que con paciencia su situación se regularizará, además de recibir preparación para su inserción sociolaboral.

"Al principio los niños se escapaban y ahora no hay fugas", afirma sor Magdalena, la religiosa responsable de la finca El Pino.

Uno de los alicientes que encuentran los chicos es que el centro tiene convenios con varias empresas para, una vez regularizados, empezar a trabajar. El centro de día sevillano, que empezó a funcionar en 2003, ha dado un paso más y ha puesto en marcha un proyecto para vender los caracoles que se crían en la finca. Una especie de autoempleo para que los menores inmigrantes lleguen a la mayoría de edad con la esperanza de trabajar.

GARCÍA CORDERO

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Sobre la firma

Luis Barbero
Es subdirector de Actualidad de EL PAÍS, donde ha desarrollado toda su carrera profesional. Ha sido delegado en Andalucía, corresponsal en Miami, redactor jefe de Edición y ha tenido puestos de responsabilidad en distintas secciones del periódico.

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