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Columna
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¡Crucifiquémosle!

Parece una escena sacada del Nuevo Testamento. Masas enfervorizadas por los nuevos sumos sacerdotes, tan fariseos como los que pedían a Pilatos que perdonara a Barrabás y crucificara a Jesús, quemando efigies de Benedicto XVI, anunciando "los viernes de la ira" y, en algunos casos, exigiendo su eliminación física, petición que podría inducir a algunas mentes calenturientas a repetir el atentado de Alí Agca contra Juan Pablo II. Y todo por una interpretación errónea y precipitada de una lección magistral del papa Ratzinger en su alma máter, la Universidad de Ratisbona, en la que el Pontífice, uno de los filósofos y teólogos más eminentes de nuestro tiempo, defendía todo lo contrario de lo que se le ha acusado. Un diálogo franco y sincero entre religiones basado en la interacción del logos griego, es decir, la razón, y las cuestiones de fe. No se pueden separar razón y fe, como pretenden algunos, principalmente en Occidente, verdadero destinatario del mensaje del Papa. Éste era el meollo del mensaje del Papa, que aprovechó una discusión sobre teología entre el emperador Manuel II Paleólogo, medio siglo antes de la caída de Bizancio en manos del Imperio otomano con un filósofo persa, para denunciar la violencia cometida en nombre de la religión, de cualquier religión. "Denuncia difícilmente compatible con el sentimiento de un cruzado", como acertadamente escribe el corresponsal en el Vaticano del National Catholic Reporter, John Allen, en The New York Times.

Será "difícilmente compatible", pero es como se ha pretendido presentar a Benedicto XVI. Como una reencarnación de Godofredo de Bullón o de Ricardo Corazón de León. Y no sólo por una mayoría de los prebostes religiosos del mundo islámico, lo que es grave, pero no extraño, sino por un sector de Occidente, siempre dispuesto a claudicar, en un acto suicida de autoinmolación intelectual, ante el fundamentalismo islamista, máxime si con ello se puede atacar al Vaticano. Salvemos de la quema la gallarda defensa de la libertad de expresión del Papa realizada por la Comisión Europea y las sensatas palabras de Rodríguez Zapatero sobre este tema. En cuanto a sensatez por parte musulmana, destacaría la apelación a la calma realizada por Hazim Muzadi, líder de la mayor organización islámica de Indonesia con estas palabras: "Si nos continuamos mostrando furiosos, parecerá que estamos dando la razón al Papa". Como tantos otros, Muzadi no ha entendido o no ha querido entender el mensaje de Benedicto XVI. Pero ha expresado en voz alta lo que otros callan. Su temor a que las acciones de los violentos consigan acallar las voces de los moderados dentro del Islam. Voces, por cierto, afónicas o muy tímidas cuando se producen atentados contra creyentes cristianos o judíos, ya sea en Pakistán, en Turquía o en Israel. Voces que no se han oído cuando un sacerdote católico ha sido asesinado en Trebisonda al grito de Ala Akbar (Alá es grande) o una monja, también católica, en Somalia. O cuando se liquida a un productor de cine holandés o se amenaza de muerte a una diputada por defender los derechos de las mujeres musulmanas. Por no remontarnos a Salman Rushdie o al frenesí desatado por las caricaturas de Mahoma. Pero, ya se sabe, esto son minucias y ahora resulta que el Papa, cuya primera Encíclica lleva por título Deus est caritas (Dios el de todos, es amor), es, según el líder máximo de la revolución iraní, Alí Jamenei, la tercera pata de una conspiración mundial contra el islam. Las otras dos son, naturalmente, Estados Unidos e Israel.

Después de afirmar que su cita de un texto medieval en Ratisbona no refleja en absoluto su pensamiento, Benedicto XVI reiteró el domingo su compromiso con el diálogo inter-religiones. "El verdadero sentido de mi mensaje fue y es en su totalidad una invitación al diálogo franco y sincero con un gran respeto mutuo". Es ese respeto mutuo el que se echa en falta muchas veces por parte de las autoridades religiosas del mundo musulmán, especialmente en el tema de la reciprocidad. Mientras Occidente se llena de mezquitas sufragadas por el dinero de las teocracias o los sistemas feudales del Golfo, en Arabia saudí, por citar un ejemplo, no existe un solo templo cristiano, ni mucho menos se permite la celebración pública del culto. Las religiones que no toleran la crítica o la confrontación de argumentos demuestran debilidad, no fortaleza.

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