El horror de un error
El caso de Mohammed Arar, canadiense nacido en Siria, ha puesto de relieve no sólo las terribles consecuencias de poner a un inocente en las listas de sospechosos de terrorismo islámico, sino también la perversidad de los vuelos secretos de EE UU. Arar acabó siendo torturado en Siria, y ha sido una investigación federal a cargo del juez canadiense Dennis O'Connors la que ha puesto de relieve la cadena de errores y brutalidades. En primer lugar, fue la Policía Montada canadiense la que transmitió a EE UU la información incorrecta y sin base alguna de que Arar era un "extremista islámico". Detenido el 26 de septiembre de 2002 en Nueva York, sin informar a Canadá, fue deportado por las autoridades estadounidenses a Siria, donde fue torturado para sacarle una información de la que no disponía. Siria es formalmente un régimen aborrecido por Washington, que protesta cuando algún ministro europeo hace escala en Damasco. Aunque Siria y EE UU -que rechazó participar en la investigación- han negado estos hechos, la investigación los avala. Sólo el tesón de la esposa de Arar acabó logrando su liberación. El Gobierno canadiense, sospechosamente, ha declarado secreta una parte del informe que el juez insiste debe darse a conocer.
El caso pone de relieve el horror de un error cuando se actúa sin límites. Como señala O'Connor, "las consecuencias potenciales de calificar a alguien de extremista islamista en el mundo post 11-S son enormes". Y todo esto ocurre cuando hay un pulso entre la Casa Blanca y algunos congresistas del propio partido de Bush para legalizar este tipo de interrogatorios, algo a lo que se niega, entre otros, el senador republicano John McCain, que fue torturado en Vietnam y no ha perdido ni la cabeza ni los principios.
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