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Columna
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Un México, 'dos' presidentes

La resultante más que el resultado de las elecciones presidenciales mexicanas, es la peor de todas las opciones posibles. Han perdido todos, aunque el 1 de diciembre Felipe Calderón, candidato de la derecha, asuma la sucesión de Vicente Fox, también del PAN, y laborioso destructor más que hacedor de candidatos.

El Tribunal Electoral, compuesto por siete jueces de los que tres ambicionan el Supremo bajo la nueva presidencia, ratificó el escrutinio del pasado 2 de julio, con la victoria de Calderón por un 0,56% sobre 41,6 millones de sufragios contra el candidato de la izquierda, Andrés Manuel López Obrador (AMLO). Pero lo hizo abundando en asegunes, como se dice en mexicano contemporáneo. Entre ellos, la "intervención indebida" del presidente saliente contra AMLO, tratando de desaforarlo para que no pudiera competir, ignorando la oleada de cuñas televisivas pagadas por multinacionales en las que se tachaba al líder del PRD de "peligro para el país", y, en general, sirviéndose de los recursos del Estado para impedir la victoria de López Obrador antes que asegurar la victoria de su candidato, al que detesta nada cordialmente. Sus próximos son los neo-con del PAN, que también quieren un México redecorado, pero sin democratizar Oriente Próximo. Esos asegunes no entrañan, sin embargo, sanción alguna para el presidente que se va. El director del diario Reforma, René Delgado, afirma que Felipe Calderón es "sólo un accidente en este drama".

Calderón va a ser el presidente más solitario del México contemporáneo

AMLO, a horcajadas en un tigre de su propia creación, se esfuerza para que el enfrentamiento civil parezca cada día más cercano. El domingo pasado una Convención Nacional Democrática, formada por los más montaraces de sus partidarios, anunció la creación de una presidencia paralela, con todos los riesgos que ello comporta de que el presidente electo y confirmado tenga un día que echarle encima las fuerzas de seguridad. Voces más sosegadas le aconsejaban que se conformara con encabezar un Frente Progresista, que exigiera un golpe de timón lejos del neo-liberalismo panista, en beneficio de una masa que pide turno entre los comensales.

La situación recuerda 1988 cuando el candidato del PRD, Cuahutémoc Cárdenas, ganó unas presidenciales que se adjudicó el PRI, entonces aún en el poder. Pero donde el hijo del general Cárdenas, con una posición social y económica que defender, optó por irse a casa, AMLO, residente en un modesto apartamento del sur del D. F., sin nada que perder, y embriagado de arengas, está componiendo un corrido de tanta exaltación como el de Juan Charrasqueado.

Siguiendo o arrastrando a López Obrador, se agrupan tres generaciones: los militantes del sesenta y ocho, de los que algunos llegaron hasta la guerrilla y volvieron a la política con la emergencia del PRD en 1988; la generación de ese mismo año que respaldó a Cuahutémoc, nutrida de universidad, que era más el 68 francés que la de 20 años atrás; y la que ahora se desteta con el candidato de la coalición izquierdista.

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Calderón, en este juego de pierde-pierde, parece que debería huir hacia adelante co-optando, como señala Roberto Zamarripa, parte de los programas sociales de su rival para suturar la herida entre un norte industrializado que le ha votado mayoritariamente, y un sur, en el que Chiapas es el peor absceso, y ha preferido masivamente a López Obrador. Pero todo conspira para que nada de eso ocurra.

Fox, cesante pero crecido de pensar que es él quien ha cerrado el paso a la izquierda, milita en cualquier sitio menos en el campo de su sucesor; los neo-con que ya han tomado posiciones de poder ideológico, aspiran a ir destapando su agenda, como si hubiera 11-S para todos; y un AMLO que se ha cortado a sí mismo la retirada con su pretensión de no aceptar nada más que la victoria. Así es como Felipe Calderón, a dos meses de la toma de posesión, parece el presidente más solitario del México contemporáneo. Sólo los ciudadanos le han votado.

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