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Reportaje:

El paleontólogo detective

Ignacio Barandiarán, catedrático de Prehistoria de la UPV, es un apasionado investigador del arte y las herramientas rupestres

Cuando habla del Paleolítico superior, Ignacio Barandiarán (San Sebastian, 1937) se enciende, como si estuviera recordando sus mejores recuerdos de la infancia, pero aquella que transcurrió entre el 34.000 y el 8.500 antes de Cristo. En esos momentos en los que diserta del arte rupestre, de las herramientas y costumbres de aquellos cazadores, este catedrático de Prehistoria de la Universidad del País Vasco olvida algunas miserias de la arqueología contemporánea, con las que no se identifica y para las que tiene comentarios críticos.

"En la prehistoria se han introducido criterios empresariales. Parece que uno es más importante cuantos más artículos ha publicado y cuanto más se pliega a los grupos de presión que manejan el campo de estudio correspondiente". Barandiaran está molesto porque ve cómo lo que hasta no hace mucho era una práctica desinteresada se ha profesionalizado con exceso. "Hoy proliferan los congresos y el afán por publicar en esas revistas de impacto, y yo sé lo que cuesta elaborar un buen trabajo. Es imposible ofrecer una primicia cada tres meses", asegura.

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"Hay dos formas de trabajar en Paleontología. Con los objetos que están depositados en el museo, o directamente en el campo; es decir, como un medievalista que quiere leer él mismo los códices y no versiones ajenas. Más que nada, porque a veces hay problemas que quieres resolver y sólo encuentras la solución en el mismo yacimiento". Barandiaran es de los últimos, de aquellos que todos los veranos acude hasta una cueva y cava en la tierra en busca de algún resto de sílex. "Acudir a las excavaciones es un auténtico placer, pero hay que ser serios; luego hay que escribir sobre lo que has encontrado".

El trabajo de campo puede llevar como poco hasta diez temporadas, como las que ha pasado él mismo en Berroberría (Navarra), pero luego son necesarios otros cuatro años para poner en orden lo encontrado, lo que ya es una labor de equipo pluridisciplinar. "Yo he conocido casos de prehistoriadores que han trabajado casi hasta que han fallecido en varios yacimientos importantes, pero que luego no han tenido el correspondiente estudio", dice Barandiaran. Y añade: "Hay grandes yacimientos en el mundo que están casi inéditos, pero excavados. Sería casi mejor que nadie hubiera entrado en ellos".

Comenzó en la Universidad de Zaragoza dando clases de Historia Antigua Universal y de España, pero en cuanto podía se iba a excavar a las cuevas, siguiendo los pasos de su maestro (y pariente lejano) José Miguel de Barandiaran. Su pasión era la Prehistoria, pero las cátedras en la universidad española de los setenta estaban contadas. Pasó por La Laguna ("una experiencia excepcional, pero allí no había cuevas"), participó en la creación de la Universidad de Cantabria y, en 1981, ayudó a crear la Facultad de Filología e Historia de la Universidad del País Vasco. Desde entonces, en el campus de Vitoria, ha forjado una de las más reconocidas escuelas de paleontólogos.

"Para mí, la excavación es un placer, pero luego ves cómo el placer se transforma en dolor si no puedes poner por escrito los descubrimientos de manera rigurosa, se publiquen donde se publiquen". El catedrático ha tenido que escuchar de algún responsable de Atapuerca: "Vosotros no sabéis vender el producto". "Atapuerca", replica, "es un gran yacimiento, con buenos expertos al frente, pero su lanzamiento mediático es desmesurado. Y esto a medio plazo será contraproducente para ellos y para el colectivo de prehistoriadores".

"Las gentes del Paleolítico superior, que son quizás las que más llaman la atención del aficionado, por lo poco que se sabe de ellas, eran tribus cazadoras y nómadas, con un complejidad conceptual superior a la nuestra. Cuando se dice 'eran como nosotros', la frase está equivocada: nosotros somos como ellos", afirma el autor de Prehistoria de la Península Ibérica, una referencia imprescindible en el estudio de la vida de los primeros sapiens sapiens que habitaron estas tierras.

"Se movían más despacio y vivían menos, pero mantenían comunicaciones fluidas y constantes intercambios; hasta había especialistas en una u otra labor. Por ejemplo, te encuentras en un yacimiento un buril y en otro lugar, a cien kilómetros, los restos del afilado; como si te encontraras en un lugar el lápiz y en otro, las virutas del sacapuntas". Y prosigue con emoción, antes de volver a estudiar los hallazgos de su cueva navarra de Berroberría: "Hay objetos de arte mobiliar en el Pirineo francés, en Usturitz, con paralelos idénticos en Asturias, a 500 kilómetros, sin que se haya encontrado nada similar entre medio. Y cuevas en Francia, junto al Cantábrico, con colgantes que llevan conchas mediterráneas...".

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