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El desafío de las pinturas de Zubialde

Ignacio Barandiarán, junto con con Jesús Altuna y Juan María Apellániz, tuvieron que enfrentarse por encargo de la Diputación de Álava al reto de certificar o no la autenticidad del que podía haber sido el gran hallazgo de arte rupestre en el País Vasco y que resultó un fraude: las pinturas de las cuevas de Zubialde, bajo el Gorbea.

Comenzaron su trabajo con muchas incógnitas y algunas certezas. Entre éstas, que el artista del Paleolítico no borra: "En general, son dibujantes de una gran destreza, pero si han pintado algo que no les gusta, lo corrigen, pero dejan el error. Por eso nos encontramos con mamuts con dos rabos", comenta Barandiarán. Pero el hecho de que se descubriera este detalle del borrado en las de Zubialde no implicaba que fueran pinturas falsas, "porque en el arte prehistórico hay muchas excepciones". "Lo que ocurre es que Zubialde estaba plagado de excepciones".

Los investigadores contaron con los mejores expertos, estudiaron al detalle las pinturas, los pigmentos, el trazado, la pared de la cueva, el tipo de figuras... Todo podía ser verdadero, pero también falso. Hasta que encontraron en un análisis microscópico del suelo de la cueva restos de estropajo. "Sí, del que se usa para fregar los platos". Con él había borrado Serafín Ruiz, el joven que se atribuyó el descubrimiento, parte de las pinturas preexistentes.

Era un paso; las pinturas estaban retocadas. Pero, ¿hasta qué punto? Entonces, ya casi al final de la investigación, cuando todavía no había certezas, revisaron las diapositivas que había entregado el descubridor y encontraron sensibles diferencias entre los dibujos de las fotos y los de las cuevas. El falsificador, en su afán perfeccionista, había retocado las pinturas después de fotografiarlas.

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