Héroes solitarios
Nací en Berlín, tengo dos años menos que Günter Grass y como él viví los años de guerra en Alemania.
Es fácil juzgar el pasado desde un presente vasto en información. En la Alemania nazi no había prensa libre, todos los días había una lluvia de propaganda en las calles, en las radios, en las escuelas y hasta en las propias familias. Los alemanes, en su gran mayoría, eran ciudadanos entusiastas de "su bigote". Había orden, trabajo, pan. Los judíos desaparecían poco a poco del país, pero nadie los echaba de menos, la doctrina antisemita de siglos no nos hacía llorar por ellos, simplemente se iban, desaparecían. Lo importante era la nueva escena, la guerra relámpago: Polonia vencida en 18 días; Francia, el eterno enemigo, en 40 días: ¡victoria, victoria! Jamás en la prensa se veía la foto de un soldado alemán muerto y mucho menos se contaba lo que estaba pasando en los campos de concentración con rusos, judíos o polacos, pero veíamos, eso sí, columnas victoriosas de tropas y tanques avanzando y fuegos artificiales para un pueblo fascinado.
Yo tuve la suerte de tener un padre crítico que con pocas palabras siempre me dirigía, me enseñaba a usar mi propio cerebro.
Pero lo más importante de ese lavado de almas: los nazis lograron extirpar por completo los sentimientos de la nación alemana; la misericordia, la empatía, el humanismo de Goethe moría poco a poco bajo una creciente y devastadora ideología del nacionalismo y militarismo.
Nada mejor para millones de chicos y chicas que unirse al movimiento heroico de los nazis. Para los pocos padres críticos que podía haber era muy peligroso hablar con sus hijos sobre los nazis porque era obligatorio para todos los niños denunciar a sus padres cuando no estaban de acuerdo con la ideología nazi, y muchos lo hicieron por miedo, mal entendido orgullo patrio o simplemente por estupidez. Todo esto provocó en la juventud una mezcla fatal de orgullo nacionalista, de falsa solidaridad, de frialdad emocional y sadismo como base idealista del herrenmenschen (hombre de raza superior).
Así nos adoctrinaron y así crecimos los chicos y las chicas de esa generación: fanáticos, educados como perros guardianes, como verdugos y asesinos listos para dar su vida por el führer.
A mí, con 14 años también me obligaron a entrar en la SS, por la fuerza, con regalos, con palizas, pero, y doy gracias a mi propio cerebro y corazón, pude escapar pasando los últimos meses de la guerra escondido en un zulo.
Lo único que yo no entiendo de Günter Grass es por qué no ha contado esto antes.
Todas las guerras son absurdas y las víctimas son siempre incontables. Pasado el tiempo se pueden analizar y llevamos tantas guerras que las nuevas generaciones tienen que saberlo para que el pensamiento racional no les deje jamás caer en ningún tipo de fanatismo.
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