"Nuestros valores son el arsenal contra el terrorismo"
Desde su autoridad nacional e internacional, Brian M. Jenkins, uno de los principales analistas de la veterana RAND Corporation (Research and Development), sugiere nuevos enfoques sobre antiterrorismo, aparte de la lucha policial y militar, y propone evitar, como dice en su libro Nación inconquistable, "reacciones exageradas", porque "lo más eficaz contra el terrorismo" es "defender las libertades y proteger nuestros valores".
Pregunta. En el quinto aniversario del 11-S, hay ansiedad por saber cómo va la guerra contra el terrorismo...
Respuesta. Somos una nación de pragmáticos impacientes y queremos ver esta guerra como las anteriores, con un comienzo y un final claros. Queremos saber cómo va nuestra inversión, qué progresos se han hecho y qué beneficios hay. Pero esto no se puede comparar con la II Guerra Mundial. Incluso grupos como la Fracción del Ejército Rojo o las Brigadas Rojas en Alemania e Italia durante los años setenta duraron más de una década, para no hablar del IRA o de ETA. Son contextos mucho más largos.
"Internet permite a los terroristas comunicarse con su audiencia sin filtros"
"La libertad y la justicia no se pueden tirar por la borda en medio de la tormenta"
P. ¿En qué ha cambiado más el terrorismo reciente?
R. En varias cosas, algunas previas al 11-S. Una es la escalada en la violencia, especialmente la de la yihad; otra, las comunicaciones. Hace años escribí que los terroristas querían que mucha gente viera lo que hacían, no que muriera mucha gente. Ya sabían hacer bombas hace 40 años. ¿Por qué, en general, no las ponían en lugares públicos? No por limitaciones tecnológicas, sino por una contención voluntaria: querían matar, pero selectivamente; les preocupaba su cohesión interna, y no todos tenían estómago para los asesinatos. Esto, que no era ni universal ni inmutable, cambió. Hoy, los terroristas quieren que haya muchos muertos: el 11-S y la treintena de atentados posterior -Bali, Londres, Madrid- son acciones calculadas para matar la mayor cantidad de gente posible.
P. El segundo cambio era el de las comunicaciones.
R. Es, tecnológicamente, lo más significativo. Primero, el desarrollo de televisiones y satélites: la violencia terrorista está calculada para crear una atmosfera de miedo, y eso da audiencias globales. Luego, Internet les permite comunicarse con su audiencia sin filtros; pocos explotan esto tan eficazmente como la yihad. Al Qaeda está más en el ciberespacio que nosotros: hace cinco años tenían un puñado de páginas web; hoy hay cientos, y son claves para inspirar, radicalizar y reclutar a gente joven.
P. ¿Cómo se lucha mejor contra este terrorismo?
R. Hay que mantener y aumentar la coordinación policial, que funciona, porque se han desarticulado muchos intentos. Pero no es suficiente; hay que formular una estrategia más amplia, basada en el conocimiento del enemigo. Para ellos, no se trata sólo de un enfrentamiento militar: necesitan las acciones terroristas. ¿Qué sería de Bin Laden y de Al Qaeda sin sus operaciones? Nada. Con ellas atraen atención y recursos, galvanizan a su comunidad... No las ven como una competición militar, sino como una actividad misionera para radicalizar y reclutar a una parte del mundo musulmán. Por tanto, tenemos que ver la amenaza en clave del ciclo de la yihad: la radicalización, la persuasión y el reclutamiento, el planeamiento y la ejecución de las operaciones. Y luego, si no mueren, el ciclo sigue donde están detenidos. Nuestra estrategia no tiene en cuenta este ciclo, y tampoco sabemos tratar a los detenidos. Para contener y reducir este terrorismo, hay que ser más eficaz en los nuevos campos de batalla.
P. ¿Qué guerra es ésta entonces?
R. Es una guerra de mensajes, de ideas, no de tanques ni de artillería. La fuerza militar sirve mejor como amenaza que en la práctica con un enemigo con reglas muy diferentes. Es una guerra política, psicológica, y no me refiero a tratar de que EE UU sea popular; no lo vamos a ser, siempre nos van a echar la culpa de los problemas. Tampoco podemos seguir haciendo ciertas cosas: Abu Ghraib, Guantánamo, por ejemplo, no sólo por razones morales y legales, sino estratégicas, porque nada compensa el enorme retroceso sufrido al conocerse esos abusos, inmorales y contraproducentes. Tenemos que concentrarnos no sólo en las acciones terroristas, sino en la gente que va a ser reclutada, en los que ya lo están y en los detenidos; contrarrestar el mensaje que reciben, impedir el reclutamiento... y cambiar el enfoque en los interrogatorios. Sólo se les pregunta por operaciones: ¿con quién ibas a reunirte el martes para preparar un atentado el sábado? Hay que empezar a preguntarles: ¿cómo te viste metido en esto? ¿Cómo ayudaste a reclutar a otros? ¿Cómo decidís? Hay desilusionados: debemos saber por qué... Así podremos entenderles y conocer sus vulnerabilidades.
P. Abu Ghraib, Guantánamo. Hay algunos cambios significativos...
R. Estamos cambiando positivamente. En EE UU, por el miedo posterior al 11-S, hubo una peligrosa inclinación a hacer concesiones sobre nuestros valores. En recientes decisiones judiciales y en el debate en el Congreso hay un esfuerzo para enderezar la nave. Esto es extremadamente importante. Yo fui soldado; como tal, siempre soy muy cauto a la hora de emplear la fuerza militar, aunque creo que hay ocasiones en las que es útil. Pero, también como soldado, y como ciudadano, me preocupan mucho nuestros valores -la libertad, la justicia, los derechos humanos en cualquier circunstancia- porque no son cosas para tirar por la borda en medio de una tormenta, ni obligaciones que pueden romperse cuando las cosas se ponen feas. En ellos se basa nuestra fuerza. En esos momentos es cuando más los necesitamos. Si éste es un conflicto de ideas y de convicciones, los valores son parte de nuestro arsenal. Y si los abandonamos, nos desarmamos a nosotros mismos para el combate que tenemos que librar a largo plazo.
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