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El destino y la esperanza del hombre

Los informativos de nuestros televisores están dominados desde hace bastante tiempo por la guerra y los rumores de guerra, por muertes violentas y amenazas de muerte violenta. Todos, en todas partes, somos agudamente conscientes del poder de nuestras armas. Desde los misiles con cabeza nuclear hasta los camiones llenos de abonos o explosivos llevados a modo de cinturones hemos utilizado nuestra tecnología para ampliar enormemente las partes oscuras de nuestra naturaleza de especie violenta, y ni siquiera propiamente depredadora.

Ciertamente no quiero restar importancia o rechazar este lado de la historia de la humanidad y de nuestros acontecimientos actuales. No quiero que nadie olvide que en menos de la mitad de los años contenidos en el pasado siglo aproximadamente la décima parte de los habitantes del planeta murieron gaseados, acuchillados, quemados, condenados a la inanición o por disparos de otros seres humanos. Pero ésa no es toda la historia.

Las próximas dos generaciones serán las que traigan una extraordinaria oportunidad de crecimiento económico y prosperidad mundial

De hecho, es posible que las carnicerías humanas del siglo XX -e incluso los mataderos que algunos humanos están preparando ahora- no parezcan desde la perspectiva del futuro la parte más importante de nuestra experiencia y condición, y de lo que nuestros descendientes considerarán su historia. Por el contrario, puede que para ellos los rasgos más importantes de nuestra experiencia sean: 1) lo que los demógrafos de Naciones Unidas consideran el fin de la explosión demográfica: la paralización del crecimiento de la población humana aproximadamente en los 10.000 millones de personas hacia mediados de este siglo; y 2) la llegada de un mundo verdaderamente humano a medida que cae el número de aquellos que viven de la agricultura de subsistencia o de aquellos cuyos salarios se mantienen al nivel de los de la agricultura de subsistencia debido a la presión ejercida sobre el mercado de trabajo por quienes emigran desde el campo a ciudades atestadas.

Durante la mayor parte del siglo XX, grandes porciones del mundo se mantuvieron en la pobreza desesperada por una o varias razones relacionadas: 1) el mal gobierno criminal; 2) la falta de máquinas para hacer cualquier cosa útil y productiva en la economía mundial, aparte de la agricultura de supervivencia y el trabajo no cualificado en el sector servicios; 3) la falta del sistema de educación pública necesario para dar a las personas alfabetización y formación para manejar las máquinas, y 4) los obstáculos que impedían a quienes vivían donde la demanda era baja vender los productos de su trabajo en lugares donde la demanda era elevada.

Pero desde finales del siglo XX, estas cuatro causas de pobreza desesperada se han reducido en gran medida. Casi todos los países del mundo están como mucho a una generación de alcanzar prácticamente la alfabetización universal. El rápido ritmo del progreso tecnológico ha creado una abundancia de inventos e innovación, pero lo más importante es que las barreras para fabricar bienes y servicios en Mauricio, Mozambique o Mauritania y venderlos en Nueva York o Berlín, Santiago o Tokio caen con rapidez.

Es probable que el uso de la tecnología de la información para gestionar el transporte y los canales de distribución tenga consecuencias profundas. Además, la llegada de Internet y del cable por fibra óptica será tan útil para hacer internacionalmente negociable el trabajo en el sector servicios como la llegada del vapor de casco de acero hace siglo y medio para hacer negociables internacionalmente los productos agrícolas y las mercancías. Falta al menos una generación para que estos cambios se hagan sentir en la mayoría de los rincones del mundo. Pero dentro del núcleo industrial de los países ricos hay ya una preocupación por estas revoluciones inminentes.

Esta preocupación no hará más que agudizarse y ganar fuerza, ya que los ciudadanos de los países ricos temen que a medida que caigan los restantes obstáculos al comercio internacional, la distribución de la renta industrial, los órdenes sociales, y la política se verán sacudidos hasta los cimientos. Sin embargo, para el mundo en su conjunto, las próximas dos generaciones serán las que traigan una extraordinaria oportunidad de crecimiento económico y prosperidad mundial. Después de todo, es posible que al final de la historia haya un caldero lleno de oro.

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