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ECONOMÍA
Columna
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Atrapados entre los muros de las certezas

Joaquín Estefanía

EN UNO DE LOS más excepcionales libros publicados sobre el conflicto palestino-israelí (Entre muros. Galaxia Gutenberg), el periodista Sylvain Cypel advierte de ese círculo vicioso que consiste en quedar atrapados entre los muros de las certezas: unos, para proclamar la necesidad de vencer el terrorismo; los otros, para no cejar en la resistencia ante los que oprimen. Y cita estas palabras: "Es él, el otro, siempre el otro, quien nos mete en una situación en que hacemos uso de la fuerza. Perdón: en que no tenemos más remedio que hacer uso de la fuerza. Al fin y al cabo, él es quien ha empezado. Nosotros nos limitamos a responder".

Aunque el conflicto citado no tuviera que ver, de modo directo, con el 11-S, sí que existen manifestaciones relacionadas con el terrorismo cuya extinción quitaría potencia a este fenómeno contemporáneo. Cayeron muchas certezas aquel día fatídico en que todos fuimos atacados, y sus consecuencias todavía duran. Menos en el mundo de la economía que en el de la política.

Apenas dos meses después del 11-S, Enron y WorldCom, dos empresas henchidas de halagos, quebraron tras una cadena de engaños a los inversores. Ambas fueron denominadas "las Torres Gemelas del capitalismo"

El 11 de septiembre de 2001, la economía americana estaba en recesión, pero todavía no era visible para la mayoría de los ciudadanos, acostumbrados a la borrachera de crecimiento de la nueva economía que había durado casi una década. El enfriamiento de la economía de EE UU se contagió al resto del planeta, acompañada de la depresión psicológica relacionada con los atentados.

A partir del primer trimestre de 2002 se redujo el comercio mundial, las inversiones extranjeras se hicieron más conservadoras y disminuyó el flujo de intercambios de personas: los viajes por turismo también decayeron. En este sentido, hubo una marcha atrás en los efectos más positivos de la globalización, sin que se paliasen los negativos (por ejemplo, la extraordinaria desigualdad entre personas y zonas geográficas).

Poco después de los atentados terroristas llegó el 11 de septiembre de la economía: la séptima empresa norteamericana, Enron, suspendió pagos en un proceso de engaños continuados a inversores, trabajadores y pensionistas que afectó a la credibilidad de los principales bancos de negocios, compañías auditoras y organismos reguladores, que no denunciaron a tiempo el vaciamiento de la sociedad por parte de sus directivos. Luego, en la clasificación empresarial de fallidos, WorldCom sustituyó a Enron, y ambas fueron denominadas "las Torres Gemelas del capitalismo americano".

Durante muchos meses no había día en el que no se conociera un nuevo caso de irregularidades en el mundo corporativo americano. Para acabar con ellas se aprobó la ley Sabarney-Oxley, como antídoto para devolver la confianza de los inversores. Se trataba de multiplicar los instrumentos de regulación empresarial, en una especie de analogía económica a las medidas de orden público implantadas, que transmitieron a todo el mundo la sensación de que, dado el problema terrorista, el péndulo iba a favor de la hiperseguridad en detrimento de las libertades.

Cinco años después, la normalidad ha llegado más rápidamente al terreno económico que al político. Los principales responsables de Enron y WorldCom han sido condenados por muchos de los fraudes cometidos; Andersen, el patrón oro de las compañías auditoras, desapareció víctima de su descrédito; los principales bancos de negocios están teniendo que indemnizar con miles de millones de dólares a los inversores engañados, a través de mediaciones extrajudiciales, y el nuevo secretario del Tesoro (proveniente de Goldman Sachs, uno de esos bancos implicados) propone una reforma de la Sabarnes-Oxley, una vez pasado el peor momento de la sobrerregulación. Mientras tanto, las perspectivas de la economía mundial son más brillantes que nunca, y ésta crecerá por encima del 5% en el año en curso.

Pero en economía los imprevistos impiden hacer pronósticos científicos duraderos. No hay que quedar atrapados entre los muros de las certezas, porque no hay certezas donde hay comportamientos humanos.

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