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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

La guerra que no fue

Javier Ocaña

Entre 1977 y 1978, Chile y Argentina protagonizaron una de esas absurdas contiendas diplomático-militares al borde de la guerra por culpa de la dudosa territorialidad de una serie de islas (Lennox, Picton y Nueva) que muchos argentinos y chilenos ni siquiera sabían que existían. Esa escalada es la protagonista de la interesante Mi mejor enemigo, película que el chileno Álex Bowen ha tratado en tono de comedia dramática.

La historia está ambientada casi exclusivamente en un reducido espacio separado por dos trincheras. Los chilenos comienzan gritando a coro que van a matar a cuantos argentinos se pongan por delante, pero, a la hora de las fatigas, el ser humano, el sentido común, el antiheroísmo y la templanza se imponen sobre la insensatez del conflicto, y ambos bandos acaban intercambiándose mate, cigarrillos, revistas porno, penicilina, un cordero y, como no, la afición que parece unir a medio mundo: los partidos de fútbol.

MI MEJOR ENEMIGO

Dirección: Álex Bowen. Intérpretes: Erto Pantoja, Nicolás Saavedra, Felipe Braun, Juan Pablo Miranda. Género: comedia dramática. Chile, Argentina, España, 2005. Duración: 100 minutos.

Para narrar su odisea, Bowen va cambiando de tono constantemente, lo que no está mal en el plano teórico, con el fin de detallar el ambiguo carácter de su episodio, tan triste como chusco, pero no tanto a la hora de la práctica. Así, el director y sus guionistas resultan más acertados cuanto más cerca del absurdo están las situaciones, cuando sus diálogos recuerdan a las ya clásicas chanzas de Gila sobre la guerra armado de su teléfono. Sin embargo, cuando optan por acercarse a la afabilidad y apelar a la delicadeza del espectador, el ternurismo acaba asomando más de lo debido. Además, por culpa de una innecesaria voz en off que hace acto de presencia en esporádicas ocasiones, ciertas secuencias se tornan un tanto discursivas al redundar con frases literarias en asuntos que ya habían quedado plenamente satisfechos por medio de la imagen y la acción. Eso sí, en su parte final, la película siempre va hacia arriba, sobre todo por el tono elegido para su culminación, presidido por la fatalidad de la tragedia, ideal para rematar un episodio como una guerra que no llegó a ser.

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Sobre la firma

Javier Ocaña
Crítico de cine de EL PAÍS desde 2003. Profesor de cine para la Junta de Colegios Mayores de Madrid. Colaborador de 'Hoy por hoy', en la SER y de 'Historia de nuestro cine', en La2 de TVE. Autor de 'De Blancanieves a Kurosawa: La aventura de ver cine con los hijos'. Una vida disfrutando de las películas; media vida intentando desentrañar su arte.

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