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Columna
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'Casual luxury', el prestigio de lo peor

Esta semana asistí a la apertura de un paquete proveniente de Estados Unidos que contenía tres polos y una pesada cazadora verde. Las cuatro prendas presentaban el aspecto de haber pertenecido a gentes miserables o víctimas de una catástrofe. Sólo cuando supe que su precio total superaba los 600 euros y constaté su flamante logo comprendí el verdadero sentido del cargamento.

La marca Abercrombie & Fitch (casual luxury) fue fundada en 1892 como un pequeño negocio de ventas al pormenor en el bajo Manhattan y logró fama a comienzos del siglo XX como gran suministradora de material para pescadores, montañeros y cazadores. La firma detalla en su página web que el presidente Thedore Roosevelt la visitaba habitualmente antes de sus safaris africanos y, por si faltaba poco, se especula con que Hemingway adquirió allí el arma que le permitió suicidarse. La marca vendió también ropa a Greta Garbo y a Katherine Hepburn, a Clark Gable y a John Steinbeck. Este currículo bastaría para alistarse como cliente del establecimiento pero el prestigio fue decayendo años después y su poderosa faz actual procede de la reorientación que se le inculcó en los primeros años noventa.

Por ese tiempo Christian Lacroix declaraba en Vogue (Nueva York, abril 1994): "It?s terrible to say, but every often the most exciting outfits are from the poorest people" (Es terrible decirlo, pero a menudo la ropa más atractiva es la de la gente pobre). La valoración del aspecto sucio, raído, astroso y pardusco se correspondía con el movimiento grunge pero desde entonces no ha dejado de ocupar un lugar referencial en el sistema de la moda, desde la U de Adolfo Domínguez a la A/X de Armani. Lo antisocial es moda, como han sido los pantalones caídos ("cagones") evocando el porte de los presos a quienes se les ha privado del cinturón y el múltiple repertorio de aderezos metálicos que evocan el mundo de la delincuencia.

El ropaje de los pobres, los mendigos, los estibadores, los emigrantes del cayuco, los peones de la construcción, son también fondo de armario. Las colecciones de vaqueros sometidas a hornos especiales y trabajados con minerales, ácidos, rayos láser y cientos de horas de destrucción han llegado a cotizarse por encima de los mil euros.

Los materiales de Abercrombie&Fitch son obviamente de primera clase: el mejor algodón, la mejor lana, el tacto más suave o tupido. El deterioro agregado es un plus de artista y en consonancia con los gestos similares de pintores o DJs.

Lo rayado vale más que lo reluciente como el desorden se alza sobre el primor. La belleza ("la belleza convulsa" y dionisiaca) procede no de la armonía sino de la negligencia; más del efecto accidental que del quehacer de la mente. El resultado no es, no obstante, vulgarmente azaroso sino un simulacro elegante. La "destructividad" de la prenda (o del cuadro, o del edificio) no transmite sentimientos de desastre sino el espectáculo del desastre, los efectos especiales llevados desde el film al textil. Simultáneamente la marca preside el suceso como gran autora de la representación.

Abercrombie & Fitch se ha extendido por Estados Unidos y Canadá con 350 locales y el próximo año llega a Londres para propagarse después por el continente europeo y por el asiático. Una operación de escala global escoltada por otras creaciones del mismo carácter definen el estilo mayor del mundo.

La pobreza, la tragedia, la injusticia, la marginación han pasado de ser causa directa de rebelión a ocupar funciones de producción. La catástrofe se reordena en moda o en simple noticiario. Pero la frivolidad que esta desviación significa no debe considerarse improductiva. La decadencia es la forma más expresiva de los cambios. Tras estas músicas distorsionadas, tras estas ropas ruinosas, tras el auge de la arquitectura desencajada se prepara una oscilación gloriosa. El siglo XXI y el final de la pobreza, el siglo XXI y el urbanismo civilizado, el siglo XXI y el fin medicinal de las utopías abstractas. El siglo XXI y el comienzo de una nueva marca de humanidad.

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