Un cementerio en el Atlántico
Tumbas sin nombre y sin flores son el último destino de centenares de subsaharianos ahogados en su viaje a Canarias
En el cementerio municipal de Santa Lastenia, en Santa Cruz de Tenerife, se dieron sepultura hace unas semanas a siete inmigrantes fallecidos en el intento de arribar a las costas canarias. El 5 de agosto se enterraron tres subsaharianos. El día 16, otros cuatro. Forman parte de los cerca de 600 cuerpos recuperados en lo que va de año entre el archipiélago y África. Alejandro Santana, enterrador del campo santo, señalaba el pasado viernes los nichos donde yacen siete hombres. Sin nombre, ni siquiera un número. Un tapón blanco de polietileno cubierto de yeso diferencia a estos desconocidos respecto a los demás difuntos.
"No hay ser humano al que no se le caiga el alma con esto", dice Alejandro. Por su profesión, ha visto muchas lágrimas en su vida. Quizá por ello, lo que le impresiona de verdad es la ausencia de éstas. "Al entierro asistimos nosotros y alguien del Ayuntamiento", explica una responsable del cementerio. Nadie reclama los muertos. "¡Cuántos se quedarán en la mar... en esos barcos que vienen, algunos se van al fondo!", exclama el enterrador. La Media Luna Roja y la Cruz Roja estiman que entre 2.000 y 3.000 inmigrantes han perecido en el Atlántico, convertido en cementerio marino. Con un dulce acento canario, Alejandro pronostica junto a las tumbas inertes: "Me quedan tres años para jubilarme y me da la impresión de que enterraré a muchos más". Por desgracia, parece que acertará. La pasada semana, un miembro de Salvamento Marítimo aseguraba que es muy difícil frenar la oleada. "El Frontex es un parche en un colador enorme", ironizaba.
El aumento espectacular de sin papeles llegados al archipiélago ha multiplicado las imágenes de canarios y turistas asistiendo a la tragedia humana de estos africanos. Un ejemplo. Hace unos días, 38 personas llegaron a Los Cristianos en el buque de Salvamento Marítimo Punta Salinas. En el muelle, dos centenares de curiosos observaban horrorizados, en silencio. Como en una partida de ajedrez a punto de empezar, el blanco miraba al negro y viceversa. En el muelle, bañadores, sandalias y gafas de sol. En la cubierta del barco, hombres agotados. Descalzos, con la mirada absolutamente perdida, náufragos de la desesperación. Sólo sufrieron cuatro días de angustia en el mar. Una minucia comparada a las nueve, 12 o 17 jornadas que tardan algunos subsaharianos en pisar suelo europeo. En barcazas atestadas de gente. Una salvajada. Los que llegaron a Los Cristianos el sábado fueron rescatados a 90 millas de Canarias. Tuvieron suerte de escapar de una muerte segura.
En el muelle, Jane Gregory y su hijo George, turistas británicos, asistían horrorizados al desembarco de los subsaharianos. "Me siento terrible, muy mal", musitaban. En el Gobierno canario creen que lo más importante es la situación humanitaria, pero reconocen que a largo plazo podría haber destinos turísticos que aprovechen para manchar la imagen del archipiélago. Froilán Rodríguez, viceconsejero de Asuntos Sociales e Inmigración del Ejecutivo autonómico, cree que el Estado "no puede lavarse las manos". George vestía el sábado una camiseta de la selección inglesa. En el barco, varios subsaharianos compartían su afición por el fútbol, sólo que éstos eran hinchas del Barcelona o el Milán. Seguramente, la televisión les ha convertido en forofos culés y rossoneros. Seguramente también, la televisión les ha llevado hasta Europa, atraídos por la calidad de vida que aprecian a través de la pequeña pantalla.
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