Lo presente tras la guerra de Líbano
Una vez afirmado el alto el fuego en la región más conflictiva del mundo, aunque depende de un delgado hilo el cese de hostilidades, un hecho ha quedado claro: los bombardeos sistemáticos israelíes no han conseguido su objetivo propuesto, reducir a la milicia del Partido de Dios, sino que, por el contrario, la destrucción y muerte creadas en esas latitudes caldeadas ha despertado una conciencia entre la población de unión hacia Hezbolá.
Bien sabemos que Hezbolá es una milicia radical que usa métodos terroristas para conseguir sus fines, pero el origen de ésta la debemos encontrar en el pasado, en las antiguas guerras árabe-israelíes. Han sido los israelíes quienes en su argumento de defensa por la supervivencia de su Estado han propiciado las condiciones adecuadas para que los islamistas de esa parte del mundo se hayan transformado en su peor enemigo. Israel ha construido su propio monstruo mediante su radical militarismo. El apresamiento de dos soldados israelíes por parte de Hezbolá no es proporcional a que se destruya todo un país y se masacren civiles inocentes.
Lo visible de esta contienda han sido la muerte, la destrucción total, el odio y el radicalismo por parte de ambos lados. Porque el trasfondo del problema sigue irresuelto. La cuestión palestina es aquí la piedra de toque, es éste el epicentro de la extensión de violencia que mantiene a Oriente Próximo en una zona de tinieblas.
Las políticas conjuntas de Estados Unidos e Israel en Oriente Próximo no están dejando lugar al diálogo y a la confianza que se necesitan para resolver la crisis. Mucha de la culpa de esta situación la tiene la Administración de Washington, que viene apoyando sistemáticamente esta política de exterminio y colonización en las zonas palestinas. ¿El porqué? Dos razones se me ocurren: la primera, el poderosísimo lobby israelí de EE UU, que tiene poder en todos los departamentos de la Casa Blanca, e influye de manera firme en las decisiones políticas de la cuestión árabe-israelí; la segunda razón, que el Estado de Israel sirve de punto de apoyo geoestratégico para la dominación de todo el resto de los países petroleros de Oriente Próximo por parte de Estados Unidos.
El futuro de las relaciones de Occidente con esta zona del mundo pasa por resolver la cuestión palestina. Y un hecho es seguro: mientras se sigan librando batallas destructivas, el odio se incrementará, los radicales aumentarán y el terrorismo, tanto de los milicianos como de los Estados contra éstos, será el pan de cada día en un mundo en el que la capacidad para dialogar, cooperar y crear amistad se está reduciendo al mínimo.
Hoy día, el mundo está globalizado y las acciones de unos repercuten sobre la vida de otros. No es posible que los voceros de la globalización no se percaten del efecto dominó en que pueden derivarse sus políticas. Si siguen calentando la zona, es muy posible que el fuego que han encendido con sus políticas se les vaya de la mano y se extiendan a las zonas limítrofes, con la consecuencia de que todo el mundo árabe intente encender fuego terrorista en nuestras acomodadas ciudades occidentales. Después vendrán muchas Patriot Act y la reducción de las libertades. Pero nada de esto nos podrá salvar de la barbarie.
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