Un rumbo equivocado
En medio de los ardores del verano, cuando las gentes descansan en las playas de un año de trabajo y la opinión pública está desmovilizada, nos ha sorprendido el brutal ataque de Israel contra un Líbano que apenas empezaba a levantar cabeza, tras años de una historia infernal que le asoló.
El pretexto para el ataque era todavía más banal que el utilizado por Bush para invadir Irak: dos soldados israelíes habían sido secuestrados por Hezbolá. En un contexto en el que Israel secuestra a diario no ya a soldados, sino a ministros del Gobierno palestino y los mantiene en prisión, el argumento resultaba un desatino cruel y grotesco a la vez.
Desde el primer momento fue claro que el bombardeo del Líbano no podía haberse decidido sin el acuerdo de Bush, quien por su parte no disimuló ni un momento, apresurándose a apoyar y justificar la agresión. El ataque, en la primera fase, pese a los sufrimientos de la población civil libanesa, ha sido un fracaso. La aviación puede causar daños terribles en las infraestructuras del país y en la moral y las vidas de la población civil. Pero también un ataque injusto puede unir a los ciudadanos del país más dividido por la diversidad de comunidades étnicas o culturales que le componen. Y eso es lo que sucedió en el Líbano. De la noche a la mañana apareció que la población se identificaba con Hezbolá, la única fuerza real capaz de responder a la agresión.
Además, un principio de la guerra -que tras machacar el objetivo hay que ocupar el terreno con tropas de infantería-, puso también en evidencia la capacidad de Hezbolá para defender el terreno y originó a los israelíes más bajas y destrucción de material militar de las que estaban en condiciones de tolerar.
Resultó extraño que, mientras que en un primer momento EE UU se pronunciaba contra un alto el fuego y el envío de cascos azules para separar a los contendientes, Bush, al final, reclamase el envío de esas fuerzas de la ONU, incluso urgentemente.
Muchos espectadores se preguntaron desde el primer día por qué Israel se lanzaba aventureramente a una agresión que iba a levantar en su contra a la opinión pública internacional y que agravaba su aislamiento entre los países que le circundan. No ha pasado mucho tiempo y avezados analistas de la política internacional han comenzado a iluminar los entresijos de lo verdaderamente sucedido. Se ha visto que el plan de agresión al Líbano interesaba, mucho más que a los israelíes, a la Administración de Bush y al Pentágono. Y no se trataba tanto del Líbano como de Irán. Bush, decidido a resolver por la fuerza el contencioso con Irán sobre el enriquecimiento de uranio e insatisfecho por el obstáculo a sus planes que resultaba la posición de otras potencias de no sacar del terreno diplomático la solución del conflicto, buscaba un camino más directo que justificara el uso de la fuerza: la ofensiva contra Hezbolá abría la puerta al ataque directo a Irán, considerado como el patrocinador de dicha organización. Era un atajo para el logro de sus propósitos que le brindaban sus socios del Ejército israelí.
El que finalmente Bush haya aceptado el alto el fuego -violado ya por cierto impunemente por Israel disfrazando a sus comandos de soldados libaneses- y el envío de una fuerza de cascos azules no significa que haya renunciado a sus planes de utilizar el atajo libanés para atacar a Irán. Si a los cascos azules se les exigiera no sólo separar a los contendientes sino desarmar a Hezbolá, el peligro es que, de hecho, los Ejércitos europeos -más otros que compongan la fuerza enviada- se vean complicados, de incidente en incidente, de provocación en provocación, en enfrentamientos que terminen chocando con Irán. De esta suerte, Bush, que primero ha utilizado soldados israelíes, intentaría encontrar los cascos azules, la infantería necesaria para ocupar el terreno.
Ante tal posibilidad se comprenden las dudas que ha tenido Francia para tomar el mando y enviar tropas que pueden verse implicadas en acciones peligrosas. La impresión es que también otros Gobiernos tienen dudas. Y que exigen un mandato claro y unas reglas precisas en caso de tener que emplear la fuerza.
En cualquier caso, Europa debe tomar sus precauciones parano verse envuelta en una aventura contra Irán que podría provocar un grave conflicto mundial.
La Administración de Bush ha metido ya a EE UU y Occidente en demasiados conflictos sin salida para que nos prestemos a facilitarle nuevas y gravísimas complicaciones. Hasta ahora, los únicos beneficiarios de tales iniciativas son los petroleros que pululan en el grupo de Bush, que, con el alza imparable de los precios del crudo, son los que sin duda están "forrándose".
Separar a los contendientes y ayudar al Líbano a reparar los enormes destrozos sufridos debería ser ahora la tarea de Europa y de Occidente, incluidos los EE UU. Proteger a Israel, también.
Pero a Israel no se le protege realmente si no es planteándose la tarea de crear de verdad a su lado un Estado palestino real, soberano y protegido también. Es difícil imaginar a la larga el mantenimiento de un pequeño Estado hebreo, una gota de agua en medio de un océano árabe e islámico, rodeado de hostilidad y en guerra permanente con su entorno. Porque por ese camino la causa del pueblo judío quedaría sepultada y utilizada por intereses de la gran potencia que se da apariencias de ser su protectora.
En Occidente tendríamos que comenzar a ver a organizaciones como Hezbolá y Hamás de una manera menos simplista. Hoy sólo vemos el terrorismo y su capacidad para crear lo que podríamos llamar el arma absoluta, la disposición de miles de seres a inmolarse para combatir a los que consideran sus enemigos. Podemos estar en vísperas de multiplicar esa arma.
Recuerdo ahora lo que me contaban oficiales iraquíes sobre los primeros combates en la guerra que mantuvieron con Irán. Frente a ellos luchaban regimientos que habían sustituido el uniforme militar por blancas mortajas, indicativo de su resignación a morir matando.
Hezbolá y Hamás son, además, organizaciones de masas que se preocupan de los problemas cotidianos de los ciudadanos, que incluso reemplazan las deficiencias del Estado en sus países, en cuestiones como la salud, la asistencia social, la educación y la beneficencia. Por eso tienen un apoyo masivo de la ciudadanía y pueden ganar elecciones, frente a partidos tradicionales, corruptos, que han olvidado su origen liberador.
Tenemos que plantearnos si la política de Occidente no es demasiado dócil a las presiones norteamericanas. Porque también podemos preguntarnos si la política de Bush no es el mejor camino para multiplicar los movimientos como Hezbolá, hasta conseguir lo que ninguna Liga Árabe ni otros movimientos habían conseguido hasta ahora: unir a los pueblos árabe e islámico contra Occidente.
Algo en la política de Occidente con respecto a ese Oriente marcha cabeza abajo, con los pies como sede del pensamiento. Occidente tiene que dar la vuelta a esa política, pensarla con la cabeza, mirando el interés de los seres humanos y no el del mundo de los negocios. La política y su complemento, la diplomacia, tienen que tomar el timón. De otro modo, nosotros mismos estaríamos socavando la civilización.
Santiago Carrillo, ex secretario general del PCE, es comentarista político.
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