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Columna
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Plaga de indigentes y palomas

En su última campaña contra los "animales plaga", el Ayuntamiento de Madrid capturó 12.434 palomas, exterminó un incalculable número de cucarachas y otros insectos dañinos y eliminó una nutrida e indeterminada cantidad de malditos roedores. Sólo las palomas, las temibles "ratas con alas", han recibido un tratamiento individualizado y una cuantificación precisa, no existen aún en las nóminas municipales contadores de cucarachas y roedores, bichos que son exterminados in situ y no simplemente capturados.

Nada indican los informes sobre el destino final de estas aves contaminadas de todas las podredumbres urbanas y humanas, sobre su periodo de cautividad y sobre los métodos de aniquilación empleados con ellas; por muy mala y merecida prensa que tengan, las palomas aún suscitan sentimientos positivos en algunas personas poco informadas y apegadas a las antiguas costumbres. No sé si la Policía Municipal sanciona ya a las ancianitas que insisten en dar de comer a las voraces criaturas en parques y jardines, pero si no lo hacen se supone que no tardarán en hacerlo, las palomas no deben estar incluidas en las leyes que protegen del maltrato a los animales, lo que se castiga en todo caso es tratarlas bien.

"¿Cómo vas a prohibir orinar en la vía a alguien que vive en ella?"

Retirar de las calles a las palomas es casi tan complicado como alejar de ellas a los PSH (personas sin hogar), que es otra de las prioridades del Ayuntamiento. Lo de PSH es un hallazgo más de lo políticamente correcto, un ingenioso eufemismo que deshumaniza el problema y lo cosifica, no suena igual, aunque sea lo mismo, acabar con el problema de los PSH que barrer de las calles a los "sin techo", que es de lo que va la cosa.

Pedro Calvo, concejal de Seguridad del municipio, es partidario de utilizar contra los PSH un método similar al que se usa con las palomas, sin exterminio, pero con captura y confinamiento; se trata de dar competencias a la policía para trasladar a albergues, si lo considera oportuno, a los PSH, incluso en contra de su voluntad.

En el "si lo considera oportuno" reside la primera y gran falacia de la propuesta que deja a la discrecionalidad de los funcionarios la captura de los sin techo, a su albedrío y contra el de ellos. Para encerrar a la fuerza en los albergues a los rebeldes, la policía tendrá también que reforzar las medidas de seguridad de las instalaciones de acogida, recogida, no es cosa de que entren por una puerta y salgan por la otra después de la cena para volver a las andadas callejeras, al fin y al cabo se trata de una condena, del cumplimiento de una pena.

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Pero ¿cuál es este delito que se castiga sin pasar por los tribunales y al margen de las leyes? El uso privativo de la vía pública al que hace alusión el concejal Calvo es un concepto, por lo menos, abstruso, una trampa jurídica sin ley que la avale, una definición que parece inspirada en aquella ley franquista que primero se llamó de Vagos y Maleantes y más tarde de Peligrosidad Social.

Los planes del concejal madrileño coinciden, al menos en la intención, con la reciente ordenanza de civismo y convivencia del Ayuntamiento de Barcelona, se trata de "mejorar el uso del espacio público", impidiendo los abusos de la mendicidad organizada, la prostitución peripatética, la drogadicción al aire libre y la utilización indebida del mobiliario y el pavimento urbano que suelen hacer los PSH.

En EL PAÍS del pasado domingo, el sociólogo Pedro Cabrera, representante del Observatorio Europeo de los Sin Hogar, recordaba que ya existen mecanismos jurídicos suficientes para temas delictivos y se preguntaba: "¿Cómo vas a prohibir orinar en la vía a alguien que vive en ella, si no hay baños públicos? ¿Y cómo piensan cobrarles?".

La reclusión nocturna forzosa, desde las ocho de la noche, en los albergues públicos es una medida policial que deviene en carcelaria, una medida que ignora la dimensión ética del asunto para concentrarse en la estética y en la cosmética de las ciudades, no se trata de dar techado a los sin techo, comida al hambriento o posada al peregrino, sino de barrerles y borrarles del paisaje urbano para que no lo ensucien ni lo afeen, de hacerles invisibles a los ojos de turistas de paso y residentes con techo e hipoteca.

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