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Aste Nagusia
Columna
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Un pueblo más grande

Marijaia. Toros. Txosnas. Rock. Teatro. Fuegos artificiales. Música clásica. Terrazas. Verbenas. Jazz. Hoteles. Txistularis. Gigantes y cabezudos. Barracas. Pelota. Gaiteros. Bilbainadas. Bertsolaris. Txikigunes. Regatas. Danzas vascas. Toro de fuego. Flamenco. Gaztegunes. Ajedrez. Teatro infantil. Concursos gastronómicos. Mus. Folk. Circo. Harrijasotzailes. Ciclismo. Fanfarrias. Comidas para mayores. Aizkolaris. Reggae. Teatro de calle. Idi probak. Degustación de vinos. Gargantúa.

Un somero vistazo al programa de fiestas arroja ese batiburrillo de actividades, esa abigarrada acumulación de convocatorias, concursos y acontecimientos. Cosas para elegir. La Aste Nagusia, como representación del ocio, como lujoso muestrario de la fiesta, el arte y la cultura. Hace unos días había que cuestionar la accidentada política de contratación de artistas internacionales que lleva adelante el Ayuntamiento. Sin duda, no es ésa su labor, pero al mismo tiempo hay que reconocer el esfuerzo municipal por proporcionar a la fiesta otras dimensiones y cubrir la ciudad de actividades de la más variada especie.

En realidad, las fiestas estivales de cualquier localidad de este paisito son siempre las mismas

Porque la Aste Nagusia de Bilbao, a la postre, no representa un modelo de fiesta verdaderamente original. En realidad, las fiestas estivales de cualquier localidad de este paisito son siempre las mismas, ya se celebren en las más grandes ciudades o en la última barriada de la última aldea rural. Todo gira en torno a la verbena, las cazuelas y las vaquillas. Y que al final la fiesta se materialice de forma breve y humilde o mediante la obscenidad de cientos de actividades que se desarrollan a lo largo de una semana sólo tiene que ver con el tamaño de la localidad y de su presupuesto. En esto, sin duda, el tamaño sí que importa.

Por eso la Aste Nagusia mantiene el diseño de unas fiestas populares, populares, pero engrandecidas a lo bestia. ¿Taza quieres? Taza y media. Se trata de un desafío que, además, casa muy bien con la idiosincrasia bilbaína: persuadir al universo entero de que aquí tenemos lo mejor de lo mejor; y que además lo (la) tenemos más grande. ¿Lucen otros unos vistosos fuegos artificiales? Doblemos nosotros la cantidad. ¿Vaquillas en la plaza? Lo nuestro serán toros de 600 kilos. ¿Verbena a cargo del grupo de un pueblo vecino? Nosotros contratamos a Madness por 200.000 euros. Bueno, perdón. Ahí sí que no cumplimos del todo, por causas ajenas a nuestra voluntad.

Las fiestas en todas las poblaciones vascas tienen siempre un explícito resabio rural. Y la Aste Nagusia no se queda corta en ese aspecto. Otra cosa es que la condición metropolitana de la villa exija hacer todo a lo grande: grandes corridas y conciertos, hinchables para niños y festivales de pelota. Lo nuestro, como vascos, debe ser siempre enorme, faraónico. Y siendo vascos, si además nos toca ser bilbaínos, lo grande debe convertirse en bestial.

Recupero un vistazo al primer párrafo para respaldar la idea. Sin duda, el programa de los festejos bilbaínos es más largo, más completo, más variado, pero su fondo guarda el mismo espíritu de las fiestas de una barriada. No digo que esto sea malo. No lo es. No puede serlo. Parafraseando al clásico: Bilbao es un pueblo más grande.

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