_
_
_
_
Reportaje:

Filmoteca de alquiler

Tras el cierre de las 86 tiendas de Blockbuster en España, ha surgido en Madrid otro tipo de videoclub, el de autor

Daniel Verdú

Para alquilar una película un fin de semana ya no hace falta ir a Blockbuster. Primero, porque ya no existe. La multinacional de alquiler de películas para uso doméstico cerró en marzo pasado los 86 centros que tenía en España. La culpa, como siempre, fue de Internet, de la piratería, dijeron. Y segundo, porque lo que se lleva es el videoclub de autor. Locales donde se rinde culto al cine en formato digital y donde, en ocasiones, puede tomarse una copa charlando sobre la última película de Michael Haneke.

El videoclub es la versión más democrática de la filmoteca. De la tertulia sobre cine. Pero en España no ha habido mucho que reseñar al respecto. Vivió el esplendor en los ochenta y su decadencia a finales de los noventa. Ahora, al fin, empieza a despegar. A pesar de los cadáveres en el camino.

"Las películas que ofrecemos no se descargan en la Red", dice una dependienta
Algunos comercios también venden cómics, videojuegos y productos relacionados con el cine
Más información
Los que sobrevivieron a la piratería
Una lista infinita de películas en el buzón

Sólo contra todos, Koyaanisqatsi, Primer, El baile de los vampiros... Según el ordenador, estas son las últimas películas alquiladas por Pedro. Un cliente cualquiera de Séptimo Arte, el primer videoclub de cine de autor e independiente de Madrid. Abrieron en 2002. "Todos mis amigos se llevaban mis cintas de casa. Pensé en rentabilizarlo y monté el videoclub", explica Guillermo Arieu, uno de sus propietarios. No le ha ido mal. Tiene dos en Madrid y uno en Barcelona.

Cuando empezaron no había apenas títulos de cine independiente en DVD. "Me reuní con las distribuidoras, me dijeron que estaba loco. Compramos todo lo que había. Unas 750 películas", rememora Arieu. Ahora tienen más de 5.000 títulos.

Las distribuidoras de este tipo de cine en DVD, como Cameo, han ido creciendo con ellos. "Al cine de autor le afecta menos la piratería. Funciona por recomendación. Además, en Madrid y Barcelona viven muchos extranjeros que alquilan si pueden verla en versión original", afirma Jaume Ripoll, del departamento comercial de Cameo. Ripoll reconoce que las condiciones de compra para un videoclub de autor son más amables: "Son fieles y nos lo compran todo. Aunque sean películas difíciles y poco comerciales. Tenemos que tratarlos bien".

En Madrid hay varios locales más de estas características, como Ficciones. "El perfil de nuestro cliente es de unos treinta y tantos. Interesado por la cultura y el cine. El tipo de películas que consumen no suele descargarse", explica Rosa Mari, encargada del catálogo de este videoclub.

Otro modelo. El local con bar y cafetería, tipo lounge. Como el Angelika, en la Cava Baja. Un espacio regentado por actores que encuentran en este negocio un sustento para cuando las vacas vienen flacas. Se llama así por el cine de Nueva York de nombre idéntico, en cuya cafetería mantenían tertulias Scorsese y Woody Allen.

O como Diurno, en Chueca, que abrió en 2003 y que también destila una mezcla de ambiente del deli y el videoclub neoyorquino. "Somos eclécticos. Tenemos cine de autor e independiente, pero también buenas películas comerciales", explica Laura Durán. Para ella, lo de Blockbuster no ha sido sólo por culpa de la piratería. "La gente estaba hasta las narices. Era un problema de gestión. No había variedad de títulos y el trato con el cliente era pésimo", añade.

Séptimo Arte ha sido una referencia en Madrid. Muchas productoras llaman para pedirles imágenes para otras películas; su propietario vino de Argentina "justo antes del corralito". La empresa The Big Orange se ha quedado con varias tiendas de los desaparecidos Blockbuster. "Ellos tenían un concepto muy específico. Y a día de hoy, con la piratería y la televisión por cable, es complicado seguir compitiendo. Nosotros ofrecemos otra cosa", explican fuentes de la empresa. Estos centros franquicia alquilan y venden videojuegos, cómics y productos relacionados con las películas.

Por eso, si estos días sorprende al hombre que regenta un videoclub cutre de su barrio hablando sobre John Cassavetes y preparando a su vecina del quinto un martini seco, debe permanecer tranquilo. Sigue siendo José. Sólo intenta que su negocio no se vaya a pique.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Daniel Verdú
Nació en Barcelona pero aprendió el oficio en la sección de Madrid de EL PAÍS. Pasó por Cultura y Reportajes, cubrió atentados islamistas en Francia y la catástrofe de Fukushima. Fue corresponsal siete años en Italia y el Vaticano, donde vio caer cinco gobiernos y convivir a dos papas. Corresponsal en París. Los martes firma una columna en Deportes

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_