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A LAS TANTAS
Columna
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INSOMNIO

Elvira Lindo

El futuro está escrito. No en las palmas de las manos, en algunos libros. Una noche sin sueño, a las tantas, paseando como un fantasma entre las respiraciones felices de esta familia mía que duerme envidiablemente, tomo de la estantería un libro de Chéjov y paso un rato intentando decantarme entre el Orfidal que llevo en una mano o Chéjov que va en la otra. ¡La química o el espíritu! Finalmente negocio: leeré un cuento o dos y luego me premiaré, como se premia a las focas con la sardina, con un pastillazo que me desconecte esta mente sin sosiego. Cada cuento que leo o releo (como suele decirse) siento una punzada en el corazón que me sitúa en un estado de ánimo chejoviano. Pienso y pienso a las tres de la madrugada, con la locura que produce el insomnio unido a la ficción, en cosas que me irritan profundamente y que en la noche me asaltan. En uno de los cuentos, La crisis, un estudiante al que sus amigos han llevado de putas, vuelve a casa con el ánimo por los suelos, pasea de un lado a otro de su habitación y piensa, enfebrecido, en si la prostitución es un mal o no lo es. Convencido de que se trata de una forma de esclavitud, estudia las posibilidades de erradicarla. Finalmente se siente derrotado: siempre habrá hombres repugnantes que convertirán a las muchachas en "mujeres caídas". Lo prodigioso de los cuentos de Chéjov es que todo lo que cuenta está ante los ojos. Chéjov contó el futuro o tal vez cuenta un presente continuo. Las mezquindades del alma, la bondad, el mismo paso del tiempo que nos muestra aquellas ilusiones de juventud que no fueron cumplidas, o el tiempo muerto, que es parecido al que vivo yo ahora, ese tiempo en el que parece que no pasa nada y sin embargo la mente sigue sometida al bullir de la vida. Todo está en sus cuentos. Como el estudiante chejoviano, yo también quiero arreglar el mundo a las tres de la madrugada. Las cosas que he leído en el periódico me vienen a la cabeza y opino sola, discuto, imagino artículos tan sinceros que sé que nunca publicaré. Me ronda, por ejemplo, la tristeza que me ha provocado esta mañana el ataque frontal que Ian Gibson ha propinado en un artículo de este periódico a la familia Lorca. Me pregunto si en este país es imposible manifestar una opinión sin que te tachen de algo. Gibson, al que tanto admiramos, se suma a las voces furibundas que etiquetan a las personas. Etiquetar a la familia Lorca porque no esté de acuerdo con la exhumación de los huesos de nuestro Federico (del lector, no sólo de los expertos), etiquetarla de derechista, compararla con la ideología que destila el señor Fraga, es injusto e incierto. La familia Lorca está en su derecho, me digo paseando chejovianamente este pensamiento, de expresar su opinión como cualquiera y no debemos sembrar la duda de la honorabilidad de quien tan duramente sufrió el exilio. Me pregunto, ¿es uno un reaccionario porque no esté de acuerdo con levantar la fosa común del Barranco de Víznar?, ¿en qué lugar está eso escrito? Me pregunto, ¿cualquier cosa que digamos ha de ser tildada de izquierdista o derechista?, ¿no nos hace eso esclavos de los partidos políticos?, o peor aún, ¿no nos resta eso libertad de opinión? Hay hoy gente muy valiosa que calla, que no opina por no meterse en líos y eso ocurre, precisamente, porque hemos abandonado nuestra capacidad de discrepar en aras de un burdo encasillamiento. Ocurre cuando debiéramos gozar de más libertad de pensamiento que nunca. En otra noche de insomnio leí a otro ruso, Vasili Grossman. Decía Grossman que su pensamiento era el de Chéjov, que consiste en entender que los seres humanos siempre tenemos razones íntimas para ser como somos. A veces nos mueve la pura bondad, otras la inquina, la envidia o el resentimiento aunque tratemos de ocultarnos tras un telón de verborrea ideológica.

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Sobre la firma

Elvira Lindo
Es escritora y guionista. Trabajó en RNE toda la década de los 80. Ganó el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil por 'Los Trapos Sucios' y el Biblioteca Breve por 'Una palabra tuya'. Otras novelas suyas son: 'Lo que me queda por vivir' y 'A corazón abierto'. Su último libro es 'En la boca del lobo'. Colabora en EL PAÍS y la Cadena SER.

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