Educación para la ciudadanía
Aunque estoy de acuerdo con muchas de las opiniones de Fernando Savater, a quien admiro tanto por sus libros como por su coraje moral, no comparto su entusiasta defensa de la asignatura de la Educación para la Ciudadanía en su artículo titulado En defensa propia. Por supuesto, no considero que dicha materia sea una forma sutil de totalitarismo ni tampoco una consecuencia más de una feroz lucha contra la religión disfrazada de laicismo, sino simplemente un grave error cuyas consecuencias pueden ser muy perjudiciales tanto para los propios alumnos como para el conjunto de la sociedad democrática en que vivimos.
Lamento que, salvo en el caso del argumento de que la educación moral no compete al Estado, Savater se limite a rebatir ciertas descalificaciones del todo desmesuradas en vez de refutar las críticas racionales posibles de dicha asignatura y, de paso, esclarecer las importantes discrepancias que existen acerca de cuáles han de ser sus contenidos. También me entristece que no comente que la implantación de la materia de Educación para la Ciudadanía supondrá una seria disminución de los temas correspondientes a la disciplina de Filosofía, así como la inevitable reducción de las horas lectivas de otras asignaturas, que ya se ven afectadas por la presencia de la asignatura de Religión confesional y su alternativa en todos los cursos, desde primaria hasta secundaria, menos en segundo de bachillerato.
Tan sólo quiero dejar constancia de que algunos de los profesores que tendremos que impartir dicha materia pensamos, tras haber reflexionado serenamente sobre ella y basándonos en nuestra propia experiencia docente, que su implantación carece de justificación y sentido. Y lo hacemos precisamente porque somos de esos ciudadanos que, como indica Savater, no nos sentimos obligados a alinearnos al cien por cien con unos o con otros, sino, por el contrario, a aprender a pensar libremente y en común, sin que la discrepancia con el otro lo convierta necesariamente en enemigo. Sea esta carta, pues, una modesta y respetuosa respuesta a la exhortación a intervenir en política que, con toda razón, nos dirige Savater en el mencionado artículo.
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