_
_
_
_
CHINA 01 | CRÓNICAS DE LA VIDA

Un sueño entre dos ríos

Hay quien dice que la energía de una ciudad se puede medir por el cambio de color de sus campos y calles. Y que el dinero tiene matices. Chongqing ofrece todo el espectro. El avión sobrevuela los maizales de esta municipalidad de 31 millones de almas, situada en el centro de China. En los terraos y patios de las granjas, rectángulos de un amarillo intenso revelan las mazorcas al sol. Al poco, el manto verde desaparece como si hubiera sido desollado, y deja al descubierto la tierra ocre y seca. Kilómetros cuadrados en los que no queda una brizna de hierba. Excavadoras y camiones se afanan por allanar el suelo, listo para recibir fábricas o rascacielos como los que se perciben en la lejanía.

Los grupos de chicas van de un lado para otro como bancos de peces de colores en un acuario
"En China no tenemos nobles como en Europa, pero a cambio tenemos ricos"

Chongqing, que significa doble celebración, es una de las metrópolis menos conocidas de China. Pero en los últimos años se ha convertido en una de las más activas, semillero de nuevos ricos, regazo de empresarios en busca de oportunidades y foco de desarrollo en una de las zonas más pobres del país. La gigantesca urbe late al ritmo del color del dinero, mientras por sus calles caminan los porteadores bajo el peso de las mercancías.

Color, bendita palabra en una China que durante décadas vistió de grises. Color, sueño de la neófita clase pudiente. A sus 40 años, Peng Mingyan ha conocido ambos. Sentada en la tienda de Dior, en un lujoso edificio del centro de la ciudad, selecciona, uno tras otro, productos de cosmética. Acapara las pequeñas cajas que le va trayendo la vendedora, al tiempo que adiciona los precios en una calculadora.

La dependienta es una chica de rasgos finos, bien maquillada, vestida con un elegante pantalón negro y una camiseta rosa que dice "Adicta a Dior", la imagen perfecta de la exclusiva marca francesa. La clienta lleva un vestido naranja, bolso rosa, zapatos de tacón y medias, aunque en el exterior reina un terrible calor pegajoso. A pesar de las cremas, el rostro cuenta que su juventud no fue de lujo. Remata su figura rechoncha con una pamela celeste. Muñeca victoriana.

Conocer lo que pasa fuera, es entender lo que pasará dentro, no te pierdas nada.
SIGUE LEYENDO

"Antes ni siquiera podías soñar con esto, porque en China no había nada. No existían todos estos artículos coloristas", dice con una naturalidad aprendida. La vendedora no deja de traerle botes. Peng calcula el total, sonríe, saca un fajo de billetes y paga 1.980 yuanes (193 euros).

Peng Mingyan y su marido tienen unos ingresos mensuales de más de 20.000 yuanes (1.940 euros), de los que ella, como contable, aporta 4.000. La cifra, en un país en el que la renta per cápita en las ciudades es de 910 euros al año, y en el campo, de 290 euros, les sitúa entre los llamados "nuevos ricos". Visita regularmente Maison Mode Times, este centro comercial inaugurado a finales de 2004, en el que han abierto local todos los nombres del glamour: Calvin Klein, Giorgio Armani, Shiseido, Boss, Bulgari, Prada, Gucci, Yves Saint-Laurent. No falta nadie en este templo de mármol blanco y cristal de seis plantas, decorado con guirnaldas de luces malvas.

"El negocio va muy bien. La mayoría de nuestros clientes son empresarios y funcionarios del Gobierno de Chongqing y sus mujeres, que antes tenían que ir a Chengdu" (capital de la vecina provincia de Sichuan), explica Wang Tingting, responsable de la tienda de Ermenegildo Zegna.

El complejo comercial se encuentra junto a Jiefang Bei (el Monumento a la Liberación de la guerra antijaponesa), en el epicentro de un barrio de calles peatonales, luces de neón y carteles publicitarios. Una gran pantalla electrónica pasa vídeos durante todo el día en los que se mezclan escenas de la cultura tradicional de la región con el progreso de rascacielos y autopistas. Flota un aire a Hong Kong. "Me gusta la marca Burberry. Me hace sentirme como una delicada dama inglesa", dice Liao Zixian, de 28 años. Y pestañea sus párpados pincelados de verde.

Hubo un tiempo en que el culto al dinero y las inclinaciones capitalistas podían tener funestas consecuencias en China. Pero hace mucho que la ortodoxia comunista se esfumó con las reformas puestas en marcha por Deng Xiaoping en 1978. El Pequeño Timonel desmontó con astucia la herencia del Gran Timonel (Mao Zedong) -pese a que el retrato del fundador de la República Popular China sigue presidiendo la plaza de Tiananmen, en Pekín- e inició un proceso de cambios sociales y económicos que han creado una clase acaudalada, integrada por empresarios y funcionarios gubernamentales.

Según una encuesta hecha pública a principios de año por la compañía Sinomonitor, realizada entre 10.000 nuevos ricos en 12 ciudades, éstos tienen entre 18 y 45 años; el 60% nació en la década de 1970 y el 7% ha estudiado en el extranjero. Pero ¿a qué llama ricos el informe? Habla de aquellas personas con ingresos anuales a partir de 7.800 euros. El 81% de los entrevistados declaró ganar entre 7.800 y 19.400 euros; el 15%, de 19.400 a 38.800, y el 4%, más de 38.800.

"Chongqing ha cambiado mucho y muy rápido. Gracias al desarrollo de la economía, cada vez hay más gente que tiene dinero", dice Liu Shaohong, de 37 años, propietaria con su marido de una empresa de venta de camiones.

Los restaurantes de la calle Nanbing son una buena muestra. A su puerta se alinean los coches de gran tamaño, la mayoría negros, lo que a menudo significa que pertenecen a funcionarios del Gobierno. Nanbing está en la ribera norte del Jialing, uno de los dos ríos, junto con el Yangtsé (o Changjiang), que bordean la península en la que se encuentra el centro urbano. Los locales tienen un diseño moderno, sillones de colores rojo y oro en la zona de espera, reservados con lámparas de cristal para comidas de negocios y vistas excelentes. Acodado en alguna de sus terrazas, el perfil gris de la metrópoli adquiere un tono especial al atardecer. Los cientos de torres que han brotado en los últimos años la asemejan a Shanghai o Hong Kong, aunque ofrece a las aguas muchos menos reflejos de neón que éstas. En el río flota un barco restaurante de cuatro pisos coronado con el nombre de Puerto de la Fortuna.

Chongqing es el centro comercial del oeste de China, gracias a su emplazamiento en el Changjiang, el río más largo del país y el tercero del mundo e importante vía fluvial. Está asentada sobre colinas, por lo que en sus calles casi no hay bicicletas. En las azoteas de los edificios estalla la vegetación semitropical. En las aceras, sus habitantes juegan a las cartas y al mahjong.

Entre 1937 y 1945, durante la guerra contra Japón, fue capital del Gobierno nacionalista de Chiang Kai-shek. En esta época, muchas fábricas y universidades del este de China fueron trasladadas a Chongqing, transformándola en un importante núcleo industrial. Hoy cuenta con numerosas refinerías y plantas siderúrgicas, de automoción, textiles y de armamento.

Pero la radical transformación que ha vivido se debe a la decisión adoptada en 1997 para que dejase de depender de la provincia de Sichuan, y pasase a hacerlo directamente del Gobierno central, al igual que Pekín, Tianjin y Shanghai. Una decisión de la que sus ciudadanos hablan con orgullo, ya que les dio más autonomía. Al tiempo, se ha erigido en cabeza de puente del plan oficial de desarrollo de las provincias del oeste.

Muchos detalles hablan del sueño de opulencia de sus habitantes y de la influencia estadounidense. Como la torre New York, New York -un edificio de 43 plantas cuya forma mimetiza la del Empire State-, o las camareras vestidas de princesas del hotel Yudu, o los taxis de un amarillo neoyorquino.

Desde el piso 56 del rascacielos Dikang, el más alto de la urbe, Chongqing enseña lo más viejo y lo más nuevo: casas de teja oscura aprisionadas entre los rascacielos en construcción, barcazas que descienden las aguas verdosas del Jialing, cruceros que remontan el chocolate del Changjiang, y el hotel Marriott, en cuyo vestíbulo una maqueta luce lo que será el nuevo orgullo de la metrópoli: el Centro Internacional de Finanzas JW Marriott, un paralelepípedo de 77 pisos y 377 metros de altura. Su publicidad se vanagloria: "En tus ojos, en tu mente".

Muchos de los hombres de negocios de Chongqing tejen sus fortunas en un local situado en el sótano del Marriott: The White House (La Casa Blanca). Una visita al club más exclusivo de la ciudad, que abrió sus puertas en 1998, muestra lo tenues que son en China las fronteras entre los negocios, la amistad, el entretenimiento e incluso la prostitución.

La puerta del ascensor se abre como el telón de un teatro. Al otro lado, dos jóvenes esbeltas vestidas de largo reciben tras un atril al cliente. A su alrededor, paredes con espejos. Varias encargadas y mozos de seguridad acompañan al recién llegado hasta la sala principal, sumida en la penumbra. Al entrar, una veintena de chicas vuelven el rostro hacia el visitante. Están repartidas en varias mesas, en grupos de cuatro o cinco. No hay un solo hombre. Tras la barra circular, sobre una pista elevada, una cantante de pelo corto entona una canción melódica. El suelo está cruzado por bandas de luces naranjas con formas geométricas, otras trepan por los muros alternando del rojo al azul, del azul al rosa. De repente, entra un grupo de hombres. Una de las jefas hace una señal, se forma un revuelo y media docena de chicas se unen a los clientes, que desaparecen por un pasillo.

La sala es pequeña, ya que la mayoría de los clientes del club alquilan reservados, en los que hay sofás, una televisión y un equipo de karaoke. Allí hablan, comen, cantan, beben y bailan, acompañados de estas jóvenes de poco más de 20 años. "¿Quiere una chica para jugar?", pregunta un empleado. "Jugar". Una palabra que en China encierra un amplio abanico de posibilidades.

Una hora y media en La Casa Blanca permite desvelar un poco cómo hacen negocios los chinos. Los grupos de chicas van de un lado para otro como bancos de peces de colores en un acuario. Algunas visten minifaldas; otras, blusas de estilo clásico; otras, vaqueros con el vientre al aire. A veces pasan dando grititos; parecen jugar entre ellas. Es medianoche. En una esquina, varios clientes -todos masculinos- brindan y beben. Los demás no están a la vista.

"Se llama The White House porque, como el edificio en Washington, es un símbolo de poder y dinero, y nuestros clientes son hombres de negocios y funcionarios de éxito del Gobierno. Es un símbolo de su estatus social", explica Liu Wei, de 29 años, gestor del local. Liu afirma que el club, en el que trabajan 200 personas, proporciona el bien más preciado en China: guanxi (relaciones). "Nuestros clientes vienen para tejer contactos con otros hombres de negocios. Aquí tienen la oportunidad de conocer a otros ricos, colaborar y hacerse más ricos".

"Antes eran consumidores pasivos, aceptaban lo que les ofrecíamos. Ahora son activos, y exigen. Pero sabemos lo que los ricos quieren, y podemos proporcionarles todo lo que soliciten".

Liu, que estudió turismo en Pekín, demuestra un amplio conocimiento del negocio. "En Europa han ido desapareciendo los clubes. Pero la situación en China es muy diferente. Son muy populares entre los ricos, porque les dan una oportunidad para relacionarse. En Europa hay algunos clubes para nobles, a los cuales la gente ordinaria no puede acceder. En China no tenemos nobles, pero a cambio tenemos ricos". Minutos después, en la calle, tras dejar atrás esta cueva de Aladino, sus palabras siguen resonando. "En China no tenemos nobles, pero a cambio tenemos ricos". ¡Qué pensaría Mao!

Muchas de las chicas que trabajan en estos lugares -las llamadas xiaojie- se pasean por la tarde del brazo por el centro, al igual que ocurre en otras ciudades de gran actividad empresarial como Shenzhen. Forman parte de las tres bellezas (mei) que definen Chongqing: meishi, meijing, meinure ("comida deliciosa, bonito paisaje, bellas mujeres"). Como Luo Wei, que a sus 22 años gana 10.000 yuanes (970 euros) al mes, cuando el salario de una camarera en un restaurante es de unos 600 yuanes (58 euros). Cuando se le pregunta en qué trabaja, responde con un mohín: "En una empresa, en algo que no es adecuado explicar".

Deng Xiaoping dijo que había que dejar que algunos se hicieran ricos antes, y muchos de quienes lo han logrado son funcionarios del Gobierno, que se benefician de sus puestos oficiales para incrementar sus ingresos a base de corrupción.

Para algunos se trata de la grasa que mantiene la máquina en marcha, de un fenómeno inevitable. "Es comprensible, porque cuando un país está viviendo un profundo proceso de transformación, algunos funcionarios pueden cometer ilegalidades para obtener provecho económico. Pero las autoridades han mostrado su determinación de acabar con esto", dice Xiao Fan, de 39 años, que trabaja en una empresa estatal de intermediación bursátil.

"Hacerse rico es un proceso, el objetivo final", dice Xiao, quien afirma que gana "más de 200.000 yuanes al año", lo que le sitúa, holgadamente, en la clase pudiente. Un objetivo que, sin embargo, queda muy lejos para los vendedores de grillos de Chongqing, que ofrecen sus insectos cantarines cerca del Monumento a la Liberación. O para los cientos de personas que pasan la noche a la intemperie en el centro. O para los miles de porteadores, conocidos como bang bang, que recorren cada día las empinadas calles, como balanzas de justicia vivientes, dando pasitos bajo el peso de los artículos que cuelgan del tronco de bambú cruzado sobre los hombros. O para la inmensa mayoría de los habitantes de esta municipalidad, cuya zona urbana acoge a 12 millones de almas. Gente para quien hacerse rico no es más que un sueño sin color entre dos ríos.

Vista de Chongqing desde la ribera norte del Jialing, uno de los ríos que bordean la ciudad.
Vista de Chongqing desde la ribera norte del Jialing, uno de los ríos que bordean la ciudad.JOSE REINOSO
Una nueva clase social, la de los nuevos ricos, se ha erigido como principal consumidor.
Una nueva clase social, la de los nuevos ricos, se ha erigido como principal consumidor.AFP / EYE PRESS

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_