¿Comer en verano?
Esto del verano se suele ir también en comer. Con las vacaciones, y una vez asumido en la playa el cuerpo que ya tenemos, solemos tender a comer más. Y sobre todo distinto. Muchas veces a impulsos de la curiosidad gastronómica y otras porque lo que nos sirven no guarda parecido alguno con lo que pedimos. Pero lo que han hecho los suizos resulta todavía más curioso. Como es sabido, Suiza se caracteriza por un amor al dinero que se refleja en la propia comida. A nadie que no fuera suizo se le ocurriría hacer, para ahorrar, un queso con agujeros. Pues bien, ahora han elaborado una lista del poder adquisitivo basada en el tiempo de trabajo que uno emplea para poder comerse una hamburguesa. No, el invento no se refiere a que haya más o menos colas ni a lo tierna o no que esté la carne, circunstancia que influiría en el tiempo de masticación y por ende en el que se emplea en comerla, no, lo que ha querido el banco suizo promotor de la idea es mostrar gráficamente la realidad económica de un país recurriendo a esa divisa común que es la hamburguesa. Así, un ciudadano de Nueva York necesitará 13 minutos de su trabajo para poder pagarse una Big Mac mientras que uno de Londres necesitará 15. Por el contrario, uno de México necesitará 82 minutos y uno de Yakarta, 82. No busquen Addis Abeba porque allí ni siquiera pueden aspirar al concepto. Aquí en España, nos cuesta regular. Lo siento por Maragall y su creencia en el Estatut-Constitución y en el Estado residual pero en su Cataluña de los mil amores a los ciudadanos les cuesta dos minutos más la hamburguesa que a los madrileños. Otra vez, digo, otro Estatut será.
Por lo que concierne a los vascos, los suizos, tan cantonales ellos, no han considerado necesario incluirnos en la lista. Y me da que no es porque la hamburguesa nos parezca una vergüenza frente a la rica gastronomía de la que presumimos, no, me da que es porque no les interesamos ni un pimiento, ni siquiera de Gernika. Por eso hemos decidido contraatacarles. Bien, la hamburguesa vendrá de Hamburgo como la salchicha Frankfurt de ídem, o sea de Centro-Europa, vaya, no muy lejos de Suiza, pues bien, hartos ya de tanta colonización alimenticia y de tanta supuesta superioridad hemos decidido darles en los morros fabricando nuestra propia salchicha de Frankfurt para poder lucirla en esas ferias de la cerveza que por alguna extraña razón que no tiene que ver con el sacar cuartos están invadiendo nuestra geografía. Y lo que les hemos lanzado a la cara es ni más ni menos que la Euskal Txahaltxitxa. De acuerdo, el nombre parece azteca pero encierra una realidad muy nuestra, a saber un embutido -¿se le podrá llamar así sin ofender a los creadores de la cosa?- hecho con carne de vacuno de lábel vasco sin olvidarnos, claro, de la trazabilidad, es decir de que el consumidor puede saber de qué caserío procede la carne que está comiendo, cosa de primordial importancia porque así uno puede comer siempre txahaltxitxas del caserío de su preferencia y no del de enfrente que igual le cae peor. Y esto sólo es el principio porque en cuanto tengamos bien rodada la txahaltxitxa nos vamos a lanzar a por Europa, en el mejor sentido de la palabra.
Eso implicará que tengamos que extremar las precauciones porque, ya se sabe, al viajero le acecha consustancialmente como una némesis la diarrea del viajero, materia que siguiendo las advertencias cervantinas no vamos a menear pero que suele tener sus picos en este mes de agosto. Que se lo pregunten a Pernando Barrena, que tuvo que presentarse en Madrid y le dieron semejante apretón que no podrá desfilar en la manifestación de San Sebastián que no se sabe quién ha convocado pero que el bueno de Pernando entendió lanzar como una piedra a la siempre horrible cara del Estado. Y digo yo, ¿por qué en vez de una pedrada metafórica no le lanzó una muy real Euskal Txahaltxitxa? Se trata de un misterio que Balza ya está investigando porque no se le escapa una. A él le van a decir qué txahaltxitxas, digo, qué manifestaciones están o no permitidas.
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