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Reportaje:Guerra en Oriente Próximo

Beirut, arrasada en el sur, sin novedad en el norte

Los bombardeos sobre la capital libanesa sólo dejan a salvo los barrios cristianos

Guillermo Altares

Es difícil saber qué resulta más impresionante: los suburbios del sur de Beirut arrasados por la aviación israelí o los barrios que fueron abandonados a toda prisa en la noche del jueves al viernes. Son lugares que se presentan como ciudades fantasmas, todavía intactos, pero vacíos. Más al norte, sobre todo en Hamra y en las zonas cristianas como Achrafieh, la normalidad es absoluta, casi surrealista ya que es posible escuchar un bombardeo desde la terraza de un café Starsbuck en una tranquila plaza.

En los 31 días que dura esta guerra, Israel ha cumplido sus amenazas. Tras cubrir con octavillas zonas de mayoría chií, conminando a sus habitantes a salir con lo puesto y provocando un nuevo éxodo, un intenso bombardeo despertó a medio Beirut al alba. Entrar en los suburbios atacados es sumergirse en una película de la serie Mad Max. Entre los escombros, los edificios derrumbados, el asfalto reventado, el polvo, el olor a plástico quemado, los cristales rotos y los coches destrozados por la onda expansiva de los misiles, un grupo de hombres toma café en la puerta de un comercio. Rápidamente aparecen en motocicletas un grupo de milicianos de Hezbolá, con pistolas al cinto y radios. Son ellos los que se ocupan de garantizar la seguridad en las zonas atacadas, evitar los saqueos y controlar quién su mueve por allí y por qué motivo.

"Me fui hace cuatro días y he venido a comprobar si queda algo de mi casa. Está destrozada", relata María, de 50 años, que ahora vive en un barrio de las afueras, todavía seguro. Un poco más allá, mientras los vehículos atraviesan las calles a toda velocidad, un hombre carga un par de maletas en un coche. Yihad, de 33 años, se fue hace dos días al pueblo del que proviene su familia, en el valle de la Bekaa. "Mi casa no ha sido alcanzada, pero me temo que no durará mucho en pie", asegura nervioso, impaciente por irse.

Conforme se viaja hacia el interior del barrio Haret Hreik, el corazón de Hezbolá en Beirut, la destrucción es total y no queda prácticamente ningún edificio intacto. "Aquí sólo viven civiles. Pero los libaneses creen en Alá y resistirán", manifiesta uno de los milicianos de Hezbolá, mientras sus compañeros dedican todo tipo de improperios a Bush y a Israel. Luego, el hombre, que parece estar al cargo, agrega: "Es hora de irse. Van a volver los aviones". No se equivoca: una hora y media más tarde los F-16 volvieron a bombardear.

El nuevo ataque ha provocado otra oleada de refugiados y desplazados, casi una cuarta parte de los cuatro millones de libaneses ya no vive en su casa. "No pienso volver. Cuando esto pase regresaré al sur", señala Hasan Muhamad Trad, de 35 años, un chií que abandonó el jueves por la noche el barrio Chiah, en un parque del centro de la capital, donde llegan los desplazados que todavía no tienen un lugar en el que instalarse. "Hemos resistido hasta ahora, pero el jueves nos tuvimos que marchar", explica en una escuela una mujer que se fue también como pudo de uno de los barrios amenazados. Unas cuantas bolsas de plástico sobre una mesa escolar son quizás lo único que queda de su casa. Está a apenas un cuarto de hora en coche, pero no piensa ir.

Familias libanesas desplazadas de los barrios chiíes del sur de Beirut acampan en el parque Al Sanayea.
Familias libanesas desplazadas de los barrios chiíes del sur de Beirut acampan en el parque Al Sanayea.EFE

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Sobre la firma

Guillermo Altares
Es redactor jefe de Cultura en EL PAÍS. Ha pasado por las secciones de Internacional, Reportajes e Ideas, viajado como enviado especial a numerosos países –entre ellos Afganistán, Irak y Líbano– y formado parte del equipo de editorialistas. Es autor de ‘Una lección olvidada’, que recibió el premio al mejor ensayo de las librerías de Madrid.

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