Sin perdón
EN ESTA antología destacan tres cuentos, que son dos. Cierta querencia a la desmitificación y al western me ha hecho simpático El viejo Oeste, secuela y revisión a un tiempo de Raíces profundas (Shane, 1953), algo similar, aunque en otro marco y con otros objetivos, a lo logrado estupendamente por Juan Marsé en Un día volveré (1982). Este El viejo Oeste es menos contundente y apocalíptico que el de Meridiano de sangre (Blood meridian, 1985) y, desde luego, se halla muy relacionado con el guión de David Webb Peoples, escrito a principios de los ochenta, para Sin perdón (The Unforgiven, 1992). Allí también se ponía en contundente entredicho lo dorado de la leyenda con el fin de otorgar pleno significado al epíteto "salvaje" que suele acompañar a "Oeste". Y lo salvaje es la brutalidad, la mezquindad, la locura, el ventajismo y el tiro por la espalda.
La mujer del bombero y, vaya, Consuelo forman un díptico formidable. En el primer cuento, lo neurótico es tratado con un tono grave y la habitual pericia de su autor al tratar situaciones disonantes en un suburbio. Sin el segundo cuento, sería un relato correcto. Pero ese segundo cuento no es sólo admirable en sí mismo; también llena de contenido al primero, ya que trata con magnífica levedad, con profundo tacto, las consecuencias de una tragedia. El final es soberbio. Aunque los dos cuentos llevan todos los números para ser lo que parecen -clase media-baja, insatisfacción, desgracia, esperanza- conforman algo parecido a una pequeña obra maestra. Y me temo que eso sí significa lo que parece: ni mil explicaciones satisfacen o impiden disfrutar lo que logra un relato ancho y bien contado.
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