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Crítica:EL LIBRO DE LA SEMANA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

La esperanza

En 2004 se presentaba en España al autor norteamericano Richard Bausch con la colección de cuentos Alguien que me cuide (Someone to watch over me, 1999), también en la editorial Tropismos. En aquellas páginas destacaba el pleno dominio que Bausch ha alcanzado en la forma del relato breve. Esa maestría se halla integrada en una tradición donde Chéjov se eleva como maestro de maestros y que, sobre todo a través de Hemingway, alcanza en Estados Unidos la categoría de género clásico: un narrar elíptico y lleno de fuerza hasta el punto en que el lector se convence de que no se le ha mencionado mucho de lo importante, pero sí lo decisivo. En el apogeo del género, desde la obra de Hemingway a los relatos de Salinger o Cheever, las historias muestran lo hiriente bajo simulacro o esfuerzo de felicidad, de bienestar, de exhibicionismo vital. El fantasma trágico vaga entre los personajes durante todo el relato y finalmente se hace carne y sangre en la última página, en el último párrafo; a veces, en el último tramo de la última frase (pienso ahora en Reunión de Cheever: "-Adiós, papá- dije, y bajé la escalera y abordé mi tren, y ésa fue la última vez que vi a mi padre").

LA MUJER DEL BOMBERO

Richard Bausch

Traducción de Rosario Martín Ruano y M. Carmen África Vidal

Tropismos. Salamanca, 2006

207 páginas. 15 euros

Más información
Sin perdón

Con la perfección del género

llegan el cansancio y el manierismo. Sin embargo, el péndulo que va suele volver y, durante los ochenta, nuevos autores regresan a la tradición. Carver, Ford, Wolf y Bausch, a quienes por razones de estrategia editorial, periodística o académica se agrupa de un modo adhesivo, tozudo y, al fin, erróneo, tienen sin embargo en común, además de su clasicismo, el virtuosismo de la forma y una técnica que consiste en invertir muchas veces las intenciones del texto y del subtexto. Así, por lo general, se presenta una situación desdichada o caótica donde flota el fantasma de la esperanza hasta que éste irrumpe en la última página, en el último párrafo, etcétera. Esa inversión posee una ventaja literaria y dos peligros. La ventaja, si hay talento, es impulsar una corriente de vida en la que de algún modo se sitúa en su justo lugar y dimensión hasta la más trágica situación. De los dos peligros, el primero es la inclinación a caer en el consuelo, en una piedad condescendiente o en el sentimentalismo; el segundo es que la esperanza se resiste más que la tragedia a ser narrada: la mente humana acepta con facilidad y hasta euforia el repetido espectáculo de lo inexorable; por ello, se suelen leer con placidez diez desgracias seguidas en forma de buenos cuentos.

Sin embargo, la lectura ininterrumpida de diez relatos sobre la esperanza, por muy bien concebidos que estén, transmite una mecánica sensación de fórmula, cuando no el mismo desasosiego que un amigo insistiendo, durante toda una conversación y sin que venga al caso, en lo bien que le va la vida. Así ocurría en los cuentos de Alguien que me cuide: puro virtuosismo hasta la fatiga. También es cierto que el lector sentía mala conciencia de su ingratitud ante un generoso y genuino esfuerzo creador. Premisas curiosas (más que originales), desarrollo impecable, resolución elegante, mucha frialdad.

Ése era el recelo al enfrentarse

con La mujer del bombero (Fireman's wife and another stories, 1991). Al ser un libro anterior en ocho años a Alguien que me cuide, acechaba el pensamiento de enfrentarse a más de lo mismo, pero escrito con una pluma menos sabia. Tremendo error. Porque los cuentos aquí reunidos poseen mayor energía, comunican pasión por los asuntos del mundo y lo revelan de forma artística. Quizá el tratamiento y el dominio del material no sea tan perfecto como en el otro volumen, pero la misma indagación, hecha forma y contenido, y alcanzada ya la sutileza, arrastra al lector con mayor fuerza, sugiere más. Si en Alguien que me cuide, Bausch se nos antojaba un ilusionista muy experimentado, en La mujer del bombero se halla en ese momento dulce donde aún tiene algo de aprendiz de brujo en su vertiente benéfica: no sucede lo que el autor quiere, sino lo que acción y personajes se empeñan en requerir, ese algo más que vuelve arte la buena literatura.

Richard Bausch (1945) según Soledad Calés.
Richard Bausch (1945) según Soledad Calés.

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