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COLUMNISTAS

Enséñame a filmar

Parece que fue hace un siglo, pero recuerdo muy bien cuando a principios del año pasado empezamos a discutir en este país de cómo había que llamar al fenómeno de los blogs que por entonces estaba transformando la galaxia Gütenberg. Yo me había sumado a los españolistas, y, frente a "blog", defendí el hermoso término "bitácora", no sólo por su profundo sabor oceánico (en Internet se navega en aguas agitadas y sus usuarios, ante todo, son internautas), sino por el prefijo "bit", de donde procede esta mutación digital que no está dejando títere con cabeza.

En cualquier caso, sea blog o bitácora (fue blog), aquello se escribía con "b", y durante este último año, con apenas un par de temporadas de retraso sobre el horario previsto por la globalización, no hablamos de otra cosa y con un mismo fervor catecúmeno. Dijimos muchas chorradas, lo admito, pero después de las primeras resistencias también aquí llegó un momento en el que si no tenías un blog no eras nadie, un bit a la izquierda, y hasta los más acérrimos enemigos de esas cacharrerías digitales que iban a acabar con la escritura en general y la novela muy en particular terminaron poseyendo un blog, y algunos estupendos. Y no sólo porque desde la invención de la escritura no se había conocido una máquina, incluida la de Gütenberg, tan fantásticamente capaz de traficar y amplificar el signo escrito en todas sus posturas, de extender el viejo territorio de la lucha escrita, sino porque descubrimos que los bits también eran vitaminas excelentes para el ego literario.

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Pues bien, resulta que los blogs o bitácoras ya no se escriben con be, sino con uve. Se acabó la era (apenas medio lustro) en la que los blogueros o bitacoreros iban por el océano solos agarrados a la escritura tal y como la inventamos. Ahora mismo, aquel sarampión internauta se empieza a pronunciar al revés, así: Videoblogs, V-blogs o sencillamente Vlogs, y esta vez no se admite la posible españolización ("vitácoras"). La uve viene de vídeo, naturalmente, porque los blogs o bitácoras que prescindan de esos clips audiovisuales de 30 o 45 segundos y sólo trabajen la escritura corren el riesgo de ser automáticamente discriminados, aunque practiquen una literatura excelente. Saldrán como referencias en Google, pero no en YouTube.

Ya sé que es una putada porque es mucho más fácil y barato escribir que filmar, redactar y colgar en la Red una columna más o menos asesina trabajada con metáforas y sintaxis deslumbrantes que producir un videoclip genial y encima ideológicamente cabreado y bien montado, pero se veía venir el jarro de agua fría. Ahora que todo quisque tiene un blog, resulta que hay que producir un "vlog", generalmente con vídeos pirateados de YouTube.

¿Estamos preparados para este radical cambio ortográfico? Sólo puedo decir que escribir no es lo mismo que filmar y que siempre conviene tener en cuenta la naturaleza perversa de Internet, que, como toda máquina contemporánea, está basada en el principio ( o estética) de la contaminación. Baste recordar que Internet, exactamente como ocurrió con el cine y la tele, empezó siendo una pantalla muy lenta, muda y en riguroso blanco y negro (escritura verde sobre fondo negro); después, en su era Pop, introdujo el sonoro y las imágenes estáticas con colores chillones o quemados tipo Warhol, y cuando las imágenes empezaron a moverse con cierta naturalidad en rectángulos enanos y el audio se normalizó, pasamos en un santiamén a no distinguirla de la pantalla de la tele o el cine. Y ahí estamos ahora mismo, compitiendo con el mismísimo Hollywood en materia de imágenes en movimiento y no consumidas desde el familiar cuarto de estar, como estaba previsto, sino desde el hiperindividual e interactivo cuarto de trabajar conectado a la banda ancha.

Estaba escrito que la escritura pura y dura de los blogs o bitácoras, aquella utopía del año pasado, iba a tropezar más pronto o más tarde con el maldito imperialismo "uve" de la imagen en movimiento y el fenómeno contaminante ya está aquí. Resumido el drama personal en dos palabras. Yo todavía me creo capaz de salir citado en Google, pero soy impotente para colocar una columnilla rectangular en YouTube a pesar de que el otro global motor de búsqueda maneja millones de videoclips al día y son la actual prosa del globo.

El problema es que las nuevas generaciones han nacido con una ortopedia muy distinta a la nuestra. Yo no tengo el i-Pod injertado en la oreja ni mis retinas analógicas están suplantadas por la cámara digital ni considero que las pantallas son la única superficie de lectura. Sólo soy capaz de escribir 33 líneas en plan antiguo de la misma manera que las nuevas generaciones están diseñadas para filmar 30 segundos con total naturalidad. Esa es la gran diferencia.

Por eso mismo todavía no tengo blog o bitácora personal: sé redactar, pero todavía no sé filmar. Me he apuntado al curso acelerado de Peter Gabriel (Witness) para aprender a escribir las columnas del futuro y denunciar audiovisualmente las injusticias del planeta en su propio lenguaje, ortografía, sintaxis, audio y formato, como ocurre con el estupendo suplemento electrónico EP3 de este periódico. Pero a mi edad no es fácil ese doble salto mortal del escribir al filmar. Por lo pronto, tengo que volver en septiembre a examinarme con Peter Gabriel o repetir curso de reciclaje.

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