Tiro, fosa común de Líbano
La ciudad recibe cada día decenas de cadáveres, y el 80% de la población ha huido de las bombas israelíes
Tiro huele a basura. Los montones de residuos que se acumulan en las esquinas desde hace tres semanas han impregnado el ambiente de un hedor imposible de esquivar. "No tenemos personal de servicios", declara el vicepresidente del Consejo Municipal, Mahmud Halawi. Los empleados de la limpieza, como el 80% de los 100.000 habitantes de esta ciudad, han huido de los bombardeos israelíes. Tras ver pasar a decenas de miles de desplazados, Tiro sólo recibe ya heridos y muertos.
"Mi problema hoy es qué voy a hacer con los 80 cadáveres que están de camino", confiaba a media mañana de ayer el director del hospital general de Tiro, Salman Zeinadin. Desde el inicio de la ofensiva israelí el pasado 12 de junio, el centro privado Yebel Aamel ha tratado a la mayoría de los heridos, pero todos los cadáveres que producen los combates en el sur terminan en el modesto hospital público. "Hemos recibido 192 cuerpos y ya hemos enterrado 104 debido a su estado de descomposición, pero ahora no tengo ni espacio en las cámaras ni cajas para darles sepultura", añadía.
Las cámaras son en realidad dos tráiler frigoríficos de los que habitualmente se utilizan para el transporte de carne. Uno de ellos está aparcado en la calle, frente a la entrada del hospital. "El otro tuvimos que llevarlo fuera de la zona porque el olor era insoportable", explica el doctor Zeinadin. Con temperaturas que rondan los 35 grados, la semana pasada optaron por abrir una fosa común provisional en el descampado que hay frente al cuartel. "Cuando esto acabe, sus familias podrán reclamarlos y enterrarlos en sus lugares de origen", añade.
La bruma impide ver los navíos israelíes, pero su presencia se intuye en cada explosión seca que, desde las siete de la mañana y hasta pasado el mediodía, castiga varias localidades al sur de Tiro. Varias columnas de humo ascienden al cielo al otro lado de la bahía, a la altura de Bayada y Chamaa, a apenas una decena de kilómetros en línea recta. Aunque los ataques en el interior de la ciudad han sido limitados, esas detonaciones y el continuo sobrevuelo de los cazas recuerdan que la ciudad queda por debajo de la línea de combates que el Ejército israelí ha fijado en el río Litani.
Las calles están vacías. No hay ninguna actividad económica y comida, medicinas y combustible empiezan a escasear. "Llegamos a tener 30.000 refugiados, pero la mayoría se fue hacia el norte a raíz de que la ciudad también fuera bombardeada", manifiesta Halawi. Excepto el primer edificio, frente al que estaba aparcado un camión cargado de patatas que también fue objetivo, el representante municipal reconoce que los otros dos inmuebles "eran sedes de Hezbolá".
Tiro no es una ciudad de Hezbolá, sino de Amal, un grupo político que aunque respalda la resistencia entregó sus armas al final de la guerra civil. "Aquí no sólo viven chiíes, también suníes y cristianos, además una buena parte de nuestros ingresos proceden del turismo, por eso somos menos radicales", explica el suní Omar. Pero el movimiento islamista que Israel quiere aniquilar es muy fuerte en el rosario de pueblos y aldeas que rodean este puerto. De ahí que sus ataques hayan destruido los puentes y principales vías de comunicación, dejándolo prácticamente aislado y con los consiguientes problemas de abastecimiento.
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