Delirios geométricos de un monarca
Felipe V quiso ampliar el palacio del Buen Retiro con un grandioso plan que pretendía aplicar el modelo de Versalles en Madrid
El parque del Retiro es considerado por lugareños y forasteros como el pulmón de Madrid. Su vegetación, formada por 20.012 árboles, procura oxígeno y solaz al paseante en medio del ahumado tráfico de la ciudad. Otros lo creen el corazón de Madrid: muchas parejas nacieron al amor de sus arboledas umbrías, entre aromas que surgen de su floresta.
Pero pocos saben que el Retiro pudo haber sido -y no llegó a serlo- cabeza coronada de Madrid. Su conversión en acrópolis regia formó parte de un grandioso plan concebido por el primer monarca de la dinastía de Borbón, Felipe V, duque de Anjou, nieto de Luis XIV el Grande e hijo del Delfín de Francia. Felipe era un hombre sensible, y en su infancia mostró imaginación y pureza de ideales: con apenas diez años, dice la historiadora Margarita Torrione, escribió un particular Don Quijote de La Mancha en el que el protagonista era un marino que viajaba a América y allí corría jugosas aventuras.
La Biblioteca Nacional de París conserva los bocetos del arquitecto Robert De Cotte
La intrincada política dinástica europea convirtió al joven príncipe en comodín político y le asignó el trono de España, donde Carlos II el Hechizado había muerto en Madrid, en 1700, sin descendencia. Francia codiciaba la Corona española e hizo valer un testamento de Carlos para acreditar a Felipe.
Entonces, su acceso al trono de España se vio acompañado de una feroz guerra civil en la que era su rival el archiduque Carlos de Austria, una dinastía con una entidad áulica de muy poderosa presencia simbólica. Los cronistas dicen que Felipe V intentó dotarse de un aura diferencial que le separara de los potentes iconos austriacos.
Para ello, llamó a uno de los grandes arquitectos que había definido el ornato, la pompa, el protocolo y la escenografía de los Borbones franceses, señaladamente explícitos en el palacio de Versalles. La idea central esgrimida por Luis XIV era la de unir al poder -para consolidarlo- la fuerza que la racionalidad le otorga. En arquitectura a eso le llaman algunos geometría tectónica, que no es otra cosa que su puesta al servicio del poder. Tal fue la idea a la que Felipe V se aplicó: erigiría un palacio en Madrid que ocupara el eje central de la urbe. Su artífice sería Robert de Cotte, arquitecto diseñador de palacios franceses y alemanes.
Llamado a Madrid por la Princesa de los Ursinos, favorita del Rey, y por el ministro Orry, De Cotte no viajó aquí pero envió a un ayudante, el tracista René Carlier. Éste pasó meses levantando planos sobre el palacio del Buen Retiro, que había sido edificar en torno a 1630 por el conde duque de Olivares, valido del rey Felipe IV.
Anteriormente, aquel era un paraje asignado desde el año 1506 a los frailes jerónimos, con amplias huertas, ganado y abundante caza. Felipe II había mandado construirse en torno a 1560 un cuarto real donde su familia se retiraría del fragor de la corte. El conde duque hizo levantar el palacio en un plazo enormemente corto, con materiales de baja calidad y una arquitectura sin apenas ornato. Pero el conjunto fue erigido para distraer con juegos navales, teatro y ocio al monarca. Estanques, lagos, canales y ermitas jalonaron el parque. A la muerte de Carlos II se hallaba, empero, semiabandonado.
Felipe V pasó a la acción en 1707. El Alcázar de los Austrias, lóbrego, macilento y oscuro, le espantaba. Además, residir en él podía asociar su imagen a la de la dinastía rival, y como dinastía innovadora se veía obligado a hacer una apuesta político-estética diferencial. La palabra clave era eje, para él sinónimo de razón, decisión y rectitud, tres de sus máximas. El eje integraría en una misma línea ciudad, parque y corte, como se hiciera en el palacio de Versalles habitado por sus mayores. Pero, además, abriría un nuevo eje, paralelo al arroyo del Prado, desde el que el palacio, virado ya hacia Naciente, en oposición al Poniente del Alcázar austriaco, contemplaría la campiña desde un parapeto ajardinado siguiendo un eje norte-sur. La fachada principal del nuevo Buen Retiro miraría hacia la Puerta de Alcalá, al norte, y hacia el cerrillo de San Blas, por el sur, en paralelo a la ciudad que se desplegaba según el curso del arroyo del Prado.
Por todo ello De Cotte, con la información que le enviara René Carlier, diseñó hasta 31 planos e ideó dos proyectos, el primero conforme a las instrucciones recibidas del ministro Orry y el segundo, más propio de su magín. Orry quería eclipsar el preexistente palacio del Buen Retiro pero no de forma rotunda, sino gradual. Así, planeó integrar el entonces mísero alfoz de la ciudad con el palacio del Buen Retiro, jardín mediante. En ese momento, del palacio de 1630 apenas subsistían dos grandes pabellones, el de Baile, hoy el Casón del Buen Retiro, y el Salón de Reinos, ocupado hoy por el Museo del Ejército.
La traza de De Cotte, explícita en planos que se conservan en la Biblioteca Nacional de París, conectaba el viejo palacio y el Parterre, para prolongar los jardines hacia lo que hoy sería la parte meridional del estanque. Así lo viraría hacia el Levante, mientras que hacia Poniente el gran eje de poder borbónico descendería desde el nuevo palacio por la hoy calle de Felipe IV, subiría por la carrera de San Jerónimo, cruzaría Sol por Arenal y engarzaría con el Alcázar. Pero la nueva fachada hacia la Puerta de Alcalá, preludiada por una gran plaza arbolada, reservaría para el monarca y su familia la capacidad de abstraerse de la villa y oficiar de corte, con 12 grandes despachos para el público de otros tantos secretarios de Estado.
Un proyecto fallido
El proyecto encomendado por Felipe V a Robert de Cotte se fue a pique por diversas razones. La primera, porque las trazas de René Carlier no atribuyeron la importancia que exigía al desigual relieve del terreno que, a partir del Parterre, se elevaba pronunciadamente.
La diferencia de cota entre el suelo del Casón del Buen Retiro y el del futuro palacio era de 27 pies, según ha escrito el experto Jörg Garm. Ello hubiera implicado una costosísima explanación en pendiente para uniformizar su prolongación.
La segunda razón invocada ha sido la del realismo político, al recapacitar Felipe V en la conveniencia de aplicar su proyecto sobre otros enclaves menos solapados con la propia urbe, como La Granja de San Ildefonso, en Segovia.
Además, la caída en desgracia política de la princesa de los Ursinos y la del ministro Orry cerraron el círculo que yuguló el proyecto, cuya viabilidad se vio amenazada desde el primer momento por la dificultad de conseguir la magnificiencia buscada tras el quebranto causado en las arcas regias por la guerra de Sucesión.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.